Laporta espanta a los inversores del Espai Barça y a Spotify

Goldman Sachs quiere más garantías y control de la gestión tras la fuga del CEO y el presidente ha embarrancado las negociaciones finales con el posible patrocinador de la camiseta

Joan Laporta

El último servicio del CEO desaparecido en combate, Ferran Reverter, consistió en intentar afinar las exigencias de los inversores que, a través de Goldman Sachs, pueden hacer posible el Espai Barça en el modo, la forma y el fondo que lo plantea hoy Joan Laporta, con una desmesurada petición de fondos de 1.500 millones, ningún plan urbanístico que regule ni contemple las locas ideas del presidente y sólo con un informe de una consultoría externa que, como es el Barça quien paga, va diciendo amén a todo lo que el cliente le sugiere y plantea.

Sin medida ni control por parte de una junta dominada por el ‘camarote’ y la frivolidad que lo caracteriza, el acuerdo final con Goldman Sachs estaba costando, y costará, de alcanzar. Aunque la asamblea de socios consintió en ampliar a esos 1.500 millones el crédito para las obras, los expertos en financiación habían detectado hace tiempo esa sensación de cierta inquietud a la hora de ir de la mano de un presidente como Joan Laporta, cuya trayectoria real, más allá del embuste mediático en el que se ha instalado, está absolutamente salpicada de negligencias, trampas y pasos en falso dentro del ámbito de las finanzas.

Goldman Sachs le ha dejado, en efecto, 590 millones al Barça de Laporta en los términos habituales cuando una sociedad necesita reestructurar la deuda a corto, asfixiante, en pagos a plazos más cómodos y sobre todo a mucho más largo vencimiento. A cambio de un interés razonable, Goldman Sachs  protegió este primer prestamo con la garantía de los derechos de televisión del FC Barcelona hasta su total devolución, en unos diez años. 

Para el Espai Barça, el trato inicial planteado en tiempos de Josep Maria Bartomeu pasaba por la contraprestación de recuperar un tercio de los beneficios de la explotación del Camp Nou del futuro, según el peor cálculo estimados en 150 millones anuales, a partir del estadio reformado y en funcionamiento. Un primer tramo de 400 millones (sobre 800 millones del anterior presupuesto) se había cerrado en forma de préstamo sindicado que básicamente CaixaBank y Banc de Sabadell otorgaban a Goldman Sachs, quien a su vez buscaba emitir bonos sobre el resto para cubrir la segunda parte.

Ahora, sin embargo, lo que ha trascendido es que los inversores con los que estaba trabajando Goldman Sachs para amasar esa inmensa fortuna de salida, de 1.500 millones sobre un plan arquitectónico y de reforma de apenas unos folios, no mostraban el mismo entusiasmo de antes ni se sentían del todo seguros en las condiciones iniciales.

Por eso el último viaje de Ferran Reverter, tan urgente y necesario que le impidió estar presente en los flecos del cierre con Spotify. Fue a EEUU, a Miami en concreto, convocado en clave de alarma por Goldman Sachs para reunirse y dar un empujón final a esos poderosos inversores llamados a participar en esa gran operación crediticia. Para ellos, la recuperación del capital en la forma sugerida, a un tercio anual de los beneficios del nuevo Camp Nou, no es tan discutible como la plena confianza en que esa explotación la desarrollará y proyectará un equipo ejecutivo y directivo solvente, eficaz, experimentado y realmente comprometido con el proyecto. Puede que Laporta no responda hoy a esas características.

Efectivamente, ese perfil idóneo no se corresponde en absoluto con el de Joan Laporta. El contacto y la reunión de Miami no pudieron terminar peor pues mientras Ferran Reverter trataba de convencer a los inversores de todas esas virtudes de la administración azulgrana, el presidente actuaba en solitario y a espaldas de su propio entorno malvendiendo varios de los activos más valiosos del club a la plataforma sueca. Debía hacerlo deprisa y corriendo antes de que el mismo Reverter volviera a tiempo de descubrir el pastel y frenar en seco la operación y también antes de que empezara a circular la pésima situación comercial de una compañía que siempre pierde dinero y que además se ha metido de cabeza en un conflicto a nivel mundial debido al rechazo de no pocos autores a la permisibilidad de Spotify con detractores de la vacunación contra la covid.

Es fácil imaginar el pasmo, asombro y el recelo en la reacción de los inversores americanos tras conocer que Ferran Reverter, máxima autoridad ejecutiva del FC Barcelona hasta la semana pasada, huía como alma que lleva el diablo sólo cinco minutos después haber escuchado de su boca promesas firmes en cuanto a seriedad y rigor del club en la gestión.

En cualquier caso, ya habían dejado claro antes que pensaban exigir más controles y garantías de los estipulados en el primer borrador pactado con Josep Maria Bartomeu, en virtud del cual Goldman Sachs podía colocar al frente de la explotación de los recursos derivados del Espai Barça a un ejecutivo de la compañía si no se alcanzaba un mínimo razonablemente estimado por ambas partes. Esa cláusula que antes se contemplaba como un trámite sin demasiadas aristas se ha convertido de pronto en una cuestión de vital importancia en el acuerdo estratégico.

Y ya se puede avanzar que en este supuesto escenario difícilmente Joan Laporta permitirá que un ejecutivo de Goldman Sachs controle la gestión del futuro Espai Barça a menos que, ya desde un inicio, el conjunto de la explotación se encargue a un operador especializado, externo, a cambio de un fijo para el club. Es una opción que, como el Real Madrid, ya contempla Laporta para tener menos dolores de cabeza internos.

La conclusión es el que el Espai Barça va todavía para largo, sobre todo teniendo en cuenta que la agencia de arquitectos ganadora del concurso, Nikken Sekkei, aún no ha recibido el encargo formal de rehacer su plan, ni se tiene constancia de que esté dispuesta u obligada a hacerlo, pues los cambios propuestos, o al menos los que se han explicado a la prensa, resultan del todo incompatibles con el diseño y naturaleza de su proyecto ganador. Este será, cuando explote, otro conflicto a resolver.

La sensación de los inversores, después de analizar los precedentes de Joan Laporta, no es la de otorgarle de entrada la máxima confianza. Laporta aparece como un agitador que ya convulsionó el Barça en tiempos de Núñez con un voto de censura a los pocos meses de ganar las elecciones. Luego, como presidente, fracasó en su gestión deportiva, social y económica hasta que eclosionó el mejor jugador de todos los tiempos, Leo Messi, junto a la generación de oro de la Masia, igual que ahora fruto del trabajo de presidentes anteriores. Aun así, ganándolo todo después de 2008, fue incapaz de hacerle ganar dinero al Barça mientras que a él, en cambio, sus negocios le iban de cara y se hacía millonario.

Lo que habrá llamado la atención a los inversores extranjeros es también que, a su conveniencia  y capricho, Laporta incumpliera el contrato con Sogecable, produciéndole al club unas pérdidas de más de 30 millones o que protagonizara una operación como la de Viladecans o los acuerdos con Mediapro, terriblemente perjudiciales para el club, igual que la compra de Can Rigalt para salvar su aval de 2005, que ha causado unas pérdidas de 42 millones al Barça, un club que bajo su mandato anterior perdió 47,6 millones. Si a esos cuatro apuntes se añade la liquidación del Reus, capitaneada por su director general de confianza, Joan Oliver, pueden entenderse todas las dudas en torno a su fiabilidad y hasta que quieran asegurarse de no dejar sus inversiones en manos de alguien que, aunque ha burlado la ley en innumerable ocasiones, se mueve en ese umbral de la permanente y arriesgada tentación de ir más allá de los límites.

De una sola tacada, el presidente del Barça ha arriesgado el Espai Barça tal y como pretendía ser, pues será preciso atender nuevas exigencias y garantías, pero sobre todo argumentos para defender ese préstamo colosal, y también el cierre de las negociaciones con un patrocinador que, tras pasar el filtro de las negociaciones por el tamiz del presidente, se puede llevar activos por bastante más valor de lo que quiere pagar o activos que aún no han sido autorizados por los socios. 

Ese es el pellizco que aún le falta a Laporta del poder social esquilmado en apenas dos asambleas a sus verdaderos propietarios, a esos miles y miles de socios a los que, en su mayoría, parece que sólo les importa tener un presidente que les cuente buenas historias aunque sólo sean eso, cuentos y más cuentos. 

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