Cuando los políticos dejan de serlo y pueden decir la verdad

En pleno combate informativo entre la pandemia, que se resiste a perder el protagonismo adquirido, y los prolegómenos del conflicto de Ucrania, que reclama a codazos más atención mediática, en medio, sale el exvicepresidente del gobierno español Pablo Iglesias y confiesa sin rubor ni vergüenza: «Yo ya no soy político, puedo decir la verdad». Ante la afirmación, podemos rasgarnos las vestiduras, como han hecho especialmente los opositores -curiosamente, los suyos, los que podrían sentirse más estafados, callan-, o reconocer que la mentira, desde el imperio griego y romano, va asociada a la condición política. Pocos votantes pondrían la mano en el fuego sobre la veracidad de la clase política, ni siquiera la de los políticos a los que votan. Sin embargo, existen grados de mentiras y las de los adversarios suelen ser o parecer menos piadosas que las de los afines. Por tanto, que Iglesias, como en su día escribió Hans Christian Andersen, haya sensato al rey desnudo no debería escandalizar a nadie. Además, ¿de verdad que nadie intuía que Iglesias, como tantos otros, mentía? Entonces, ¿a qué viene el jaleo?

Como ya decía Platón filosofando sobre la mentira de los políticos, «una mentira sólo es útil como medicina para el hombre y el uso de estas mentiras debe reservarse sólo a los médicos». Ni que decir tiene que los médicos serían los políticos. Así, el griego entiende que los políticos están autorizados moralmente a guiar al pueblo mediante la utilización de la mentira. En cualquier caso, controvertida reflexión. Un tiempo después, Maquiavelo remacha el clavo cuando en El Príncipe recomienda abiertamente la mentira como instrumento político. A su juicio, el político debe tener la astucia del zorro para hacer frente a las adversidades que puedan surgir, y sostiene que cuando el pueblo acepta la veracidad de la mentira del poder no es necesario recurrir a la violencia ni al enfrentamiento entre gobernantes y gobernados.

A pesar de entender en parte lo que quería decir Iglesias y discrepar de los clásicos, sería bueno que el político intentara, al menos, no apartarse en exceso del sendero de la verdad. El abuso de mentiras acaba creando anticuerpos contra la política, y el pueblo, cansado, acaba transitando por el camino que apuntaba José Saramago en su libro Un ensayo sobre la lucidez, el del voto en blanco o nulo como señal de protesta. Sin ir más lejos, estos días en el Parlament hemos podido presenciar un esperpéntico espectáculo de mentiras con la polémica de las licencias por edad de fondo, aquellas que permitían a ciertos funcionarios de la cámara catalana seguir cobrando el 100% del sueldo durante cinco años sin trabajar. El descubrimiento ha escandalizado (?) a la clase política -el pueblo ya está curado de espantos…-, como si desconocieran la melodía y no fueran todos o casi todos cómplices del esperpento.

Al final, mentir o hacerlo en demasía, no puede ser bueno para la salud política. Como decía el dramaturgo francés Jules Renard, “de vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”.

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