Igualada, en tierra de nadie…

Como regañaban los padres antiguos a sus hijos movedizos: "Te he avisado, si después te caes, te pego". No es suficiente desgracia caer, pensaba yo, que encima te castiguen. Algo de esta sensación sentí el miércoles por la noche, mientras escuchaba el consejero de Interior, Miquel Buch, con aquella voz de Satanás de los Pastorets, diciendo que el confinamiento de Igualada y la Conca d’Òdena no sólo se prorrogaba, también se extremaba. Los de dentro del confinamiento sabíamos desde el primer momento que catorce días serían insuficientes. Por ello, la ampliación no nos cogía con el paso cambiado. En todo caso, sorprende más la solicitud de confinamiento total. De hecho, de manera inicial, el aislamiento ya fue casi total, pero la presión de los industriales de la zona, que legítimamente querían salvar sus negocios, hizo que las autoridades competentes abrieran un 'check point' para entrar y sacar mercancías; sin esto, era inútil mantener las fábricas abiertas. Los industriales respiraron aliviados ante la flexibilización del confinamiento. Algunos lo verbalizaron con elocuencia: "Esto salvará muchas empresas". Entonces, ahora la pregunta oportuna sería: Si aquello salvaba empresas, ¿esto las mata? De momento, no habrá que responder a esta pregunta por qué el confinamiento se deja como estaba.

Quien pide darle una vuelta más al confinamiento es el Gobierno catalán que, esgrimiendo el desastroso balance de víctimas, entiende que no hay otra salida. Pero, quién tiene la sartén por el mango es el Gobierno español que, empuñando el estado de alarma, descarta el cierre total por incierto y prorroga la actual situación. Entre la población no hay unanimidad, pero la balanza parece decantarse ligeramente hacia la esquina del confinamiento más extremo, con la idea, más o menos quimérica, de 'cuanto peor, menos tiempo'. Y es que a la gente le angustia la incertidumbre de no saber qué día volverá a salir el sol. Los alcaldes de la zona cero, de variada ideología -Igualada (JxCat), Vilanova del Camí (PSC), de Igualada (independientes) y Òdena (ERC) – han tomado la salomónica decisión de encomendar la suerte de los municipios a los expertos. Que sea lo que ellos quieran, claman al unísono.

De todos modos, uno, que también está confinado en medio de este marasmo, no puede evitar lamentar que las dos administraciones -catalana y española- ni ahora que nos jugamos vidas se puedan poner de acuerdo. Su incompetencia hace que la Conca’ dÒdena quede en tierra de nadie, entre dos fuegos, como una patata caliente que nadie quiere. Y, en definitiva, esa sensación de estar dejados de la mano de Dios por una pandilla de incapaces es lo que más preocupa a una población que, de momento, ha cumplido rigurosamente lo que le ha sido encomendado. Ante un caso tan grave, como el que nos ocupa y preocupa, apelo a una mayor altura de miras política. Y vuelvo a citar una de las célebres frases del gran Groucho Marx, que resume a la perfección lo que intento escribir: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Pues, eso.

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