Puigdemont profana la memoria de Argelers

¿Pero quién se ha creído que es Carles Puigdemont? Su frivolidad con la memoria histórica y con los símbolos de la lucha contra el fascismo denotan un gravísimo analfabetismo político y una hiriente falta de tacto y de empatía con los combatientes antifranquistas y las víctimas de la Guerra Civil.

Ha decidido presentarse como cabeza de lista de Junts + Puigdemont x Catalunya (J+PxCat) a las elecciones autonómicas del próximo 12 de mayo con el objetivo de ser diputado del Parlament y, si la aritmética lo acompaña, repetir como presidente de la Generalitat. Por eso, ha abandonado su confortable residencia en el golf de Waterloo y se ha instalado en la Cataluña Norte, cerca de la frontera con España.

Imbuido de un egocentrismo y de una mitomanía desmedida, Carles Puigdemont cree que toda la campaña electoral pivota sobre su persona, intentando imitar a la figura de Francesc Macià, proclamado presidente de la Generalitat republicana casi por aclamación. La apropiación partidista que ha hecho de la localidad mártir de Elna –símbolo de la resistencia catalana contra la invasión cruzada en la edad media– es repugnante, como lo es la elección de Argelers como epicentro de los actos de la campaña electoral de J+PxCat.

La playa de Argelers fue el enorme e infame campo de concentración donde el Gobierno francés internó a más de 100.000 exiliados que se escaparon de las garras de la sanguinaria represión franquista, justo acabada la Guerra Civil. Entre los refugiados había muchos catalanes –uno de ellos, mi padre–, pero también miles de republicanos españoles, de todas las procedencias y partidos, que consiguieron pasar la frontera y fueron recluidos en este infierno al aire libre, con pésimas condiciones de salubridad e infraalimentados. Muchos murieron en este abominable descampado, víctimas del hambre, del frío y de enfermedades.

Convirtiendo a Argelers en un lugar de peregrinaje para asistir a sus mítines electorales, Carles Puigdemont profana el recuerdo de la tragedia que sufrieron los 100.000 refugiados de la Segunda República que permanecieron encerrados en este campo de concentración. Su intento de equiparar la España democrática con el régimen dictatorial del general Franco es grotesco, y el simulacro de identificar su exilio con el de los fugitivos de la represión fascista es un insulto a los enormes sufrimientos que tuvieron que pasar por culpa de la inhumana respuesta de las autoridades francesas a la retirada.

La empanada mental que lleva Carles Puigdemont es cósmica. Por un lado, hará sus mítines de campaña en Argelers -donde permanecieron internados miles de soldados republicanos, comunistas y anarquistas-, evocando la trágica historia de este lugar para apropiársela. Y, por el otro, presume de haberse reunido con la cúpula de Foment del Treball, desplazada expresamente a Perpiñán para verlo, cuando, situados en el contexto de la Guerra Civil, habrían estado todos en Burgos, bajo la protección y la tutela del dictador Francisco Franco.

Ha fichado de número 2 a una supuesta lumbrera de Silicon Valley, la ultraliberal Anna Navarro, que defiende, sin pestañear, la ampliación del aeropuerto del Prat -cuanto mayor, mejor- y, por otro lado, se vanagloria de haber incorporado al proyecto de J+PxCat a la asociación ecologista Alternativa Verde. Se trata de otro fake, como es habitual en su manera de hacer: los históricos fundadores del movimiento ecologista de Cataluña (Los Verdes-Alternativa Verde), los buenos amigos Santiago Vilanova y Xavier Garcia, han denunciado la usurpación malévola de sus siglas y han remarcado que, de ninguna forma, apoyan a la candidatura que encabeza Carles Puigdemont.

El candidato de J+PxCat, si rascas un poco, es la contradicción personificada. Siempre que puede, pone a parir a los socialistas, a quienes niega el pan y la sal. Pero ha hecho lo indecible para que su esposa, Marcela Topor, cobre un sueldo indecente de la Diputación de Barcelona, presidida por el PSC, para hacer una fantasmagórica tertulia en inglés en la televisión pública de este organismo, que tiene una audiencia ridícula.

En vez de estar agradecido por este indecoroso regalo que le han hecho los socialistas a su mujer, Carles Puigdemont participa, con sumo gusto, en las conspiraciones de salón para hacer caer a Pedro Sánchez, eso sí, después de la aprobación y de la entrada en vigor de la ley de amnistía, que espera que lo beneficiará. Los emisarios del PP mantienen contactos regulares con el entorno del expresidente de la Generalitat, en la perspectiva que falque una mayoría parlamentaria alternativa, encabezada por Alberto Núñez Feijóo.

En el núcleo duro de Junts hay muchos nostálgicos de los Pactos del Majestic (1996), con los que la vieja Convergència entronizó a José María Aznar en la Moncloa, a cambio de algunas concesiones significativas (supresión de los gobiernos civiles, eliminación de la mili obligatoria, mejora de la financiación autonómica, más competencias para los Mossos…). Carles Puigdemont se deja querer y no hace ascos a este escenario y a la reedición de unos Pactos del Majestic-2 para llevar a Alberto Núñez Feijóo a la Moncloa, si los votos de Junts resultan imprescindibles.

Carles Puigdemont no es una persona de fiar y este es su principal hándicap político. Esta inconsistencia y falta de credibilidad están incrustados en su ADN. Que se lo pregunten a los consejeros de su Gobierno que, siguiendo sus instrucciones, fueron a su despacho oficial el 30 de septiembre de 2017 -y acabaron en la cárcel-, mientras él volaba en secreto de Marsella a Bruselas, sin haberlos avisado.

Tenemos un candidato de J+PxCat con vocación de mago y de funambulista. Pero la Cataluña de 2024 no necesita a un Houdini para gobernar nuestros destinos. Ya hace más de diez años que la política catalana es un circo y la gente ya está harta de ver a tantos payasos.

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