¿Qué sería del independentismo sin el PP?

Si por el independentismo catalán fuera, el proceso estaría acabado justo antes de empezar. Pero siempre hay algún buen samaritano al otro lado del Ebro dispuesto a atizar el fuego y hacer que la llama nunca se apague. Aquí cualquier Dios os guarde puede ser motivo de conflicto: el papel de los Mossos en la detención por la quema cupaire de las fotos reales, Mercè Conesa (presidenta de la Diputación de Barcelona y alcaldesa de Sant Cugat) diciendo que quizás sí que no habrá referéndum, los presupuestos más o menos sociales, los pitos, los flautas…

Como los culos, que cada uno tiene el suyo, también cada uno tiene su interpretación particular de la independencia y de por dónde llegar hasta ella. Para unos es prioritaria y pasa por encima de cualquier otro concepto, para otros tiene que venir sí o sí de la mano de la justicia social, para unos no es cosa de derechas, para otros de ninguna de las maneras es un camino que pueda andarse con los anticapitalistas, para unos debe ser pactada con el gobierno central y para otros es unilateral o no es. La cuestión es marear la perdiz (pueblo) hasta el más absoluto agotamiento. Ya dijo en su día un sorprendentemente preclaro Aznar: «Antes es romperá la unidad de Catalunya que la de España«, pues eso.

Pero, cuanto más se enfanga el debate independentista catalán, cuanto más se alejan los posiciones de los que en teoría coinciden en, al menos, el objetivo final, cuanto más baja el ‘sí’ en las encuestas sobre la independencia, cuanto más se rompe la unidad de Catalunya, siempre sale el gobierno del PP de Madrid de turno y dice, o hace, o hace hacer a alguien algo que reactiva la mermada voluntad independentista de, al menos, la mitad de los catalanes.

La declaración de la presidenta del Parlamento de Catalunya, Carme Forcadell, ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), investigada por desobediencia por haber dejado votar la hoja de ruta en el Parlamento (tremenda barbaridad…), es el mejor ejemplo de cómo ayudar al independentista catalán que, desengañémonos, no pasaba por su mejor momento. Y si después los tribunales inhabilitan a la segunda autoridad catalana, el independentismo cantará bingo y línea con el mismo cartón; el proceso tendrá, al fin, un mártir que aglutine voluntades. De momento, el caso Forcadell ha servido de tregua para parar la guerra de guerrillas constante en la que vive atrapado el independentismo catalán. Ahora ya podemos volver a pelearnos…

A pesar de la cantinela del diálogo, que entona hasta la saciedad el (teóricamente) minoritario gobierno de Rajoy, nadie se cree ya a estas alturas del partido que la voluntad pactante popular no sea fingida. Al PP no le gusta ni le conviene que se apague el fuego del independentismo catalán. Unos y otros pueden hacer como los grandes mandatarios que quedan para charlar de todo menos de los conflictos. Rajoy y Puigdemont también pueden quedar y parlotear de lo humano y lo divino, pero nunca del conflicto ni del referéndum catalán. En Madrid no interesa domesticar la bestia porque el PP pierde cartuchos para mantener el status quo de primer garante de la unidad de España, que tantos réditos dio hasta el momento. Un PP pirómano haciendo de bombero apagador de fuegos (dialogador) es una grotesca caricatura de una pesada realidad que se empeña en no desbloquearse.

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