Sánchez, ¿el Hernández Mancha del PSOE?

Cuando el caso Lewinsky (la «relación inapropiada» del presidente Bill Clinton), se estrenaba en los cines la película Wag the Dog (en España, La cortina de humo). En ella se cuenta como un asesor del presidente de la Casa Blanca (De Niro) contrata a un excéntrico productor de Hollywood (Hoffman) para inventar una guerra contra Albania, transmitirla por televisión, y así, en vísperas de unas elecciones, distraer al gran público de un escándalo sexual que involucra al presidente.

La España corrupta de Rajoy hace recordar en parte el film de Barry Levinson (basado en la novela American Hero de Larry Beinhart). Cuanta más mierda airean los bajos de las alfombras populares más cortinas de humo distraen al gran público. Parece como si Rajoy hubiera encargado el sainete de Ferraz a José Luis Garci, y así nos olvidamos del juicio de Gürtel, de las tarjetas black, o los despropósitos de la ínclita Rita Barberá, por citar tres entre mil.

Tras el Marca, Rajoy sonríe ante las ocurrencias de la bancada socialista. Después de cuatro años de incumplir promesas y de exhibir corrupción a chorros, los populares ganan las elecciones de diciembre de 2015, una victoria amarga porque obtienen sólo 123 escaños (63 menos que en 2011, cuando lograron la mayoría absoluta). Después, y ante la incapacidad propia y extraña de formar gobierno se vuelven a celebrar elecciones: el PP reedita y mejora la victoria con 137 escaños (14 más), y dicen las encuestas que si se celebran unas terceras elecciones los populares volverían a ganar y a mejorar los resultados. Para los populares cuanto peor, mejor.

Mientras, a pesar de quedar en segunda posición, el PSOE de Pedro Sánchez encadena las dos derrotas más contundentes nunca sufridas en su historia reciente: 90 escaños en 2015 (20 menos que en 2011) y 85 en 2016. Con 90 escaños intentó en vano un acuerdo con Ciudadanos y Podemos para desbancar al corrupto PP del gobierno, y con 85 se mostraba tentado a volver a intentarlo justo antes de que los barones lo forzaran a dimitir alarmados ante la posibilidad de unas terceras elecciones y la reiterada negativa de Sánchez a facilitar la investidura de Rajoy con una abstención reclamada por gurús socialistas de la altura del ex-presidente Felipe González.

Como en su día Josep Borrell, Pedro Sánchez fue elegido en proceso de primarias por la militancia. A diferencia de Borrell, que dimitió antes de presentarse a las elecciones después de que se destaparan unos casos de corrupción que implicaban a dos colaboradores suyos, Sánchez ha tenido más suerte y al menos ha podido pasar por las urnas dos veces consecutivas, aunque sin demasiada fortuna. No parece pues que las primarias lleven suerte a los socialistas.

Sea como sea, el caso de Sánchez recuerda más al del que fue presidente de la antigua Alianza Popular entre 1987 y 1989, Antonio Hernández Mancha. Su predecesor en el cargo, Manuel Fraga, le degradó después de una fallida y errónea moción de censura a Felipe González volviendo a coger el gallego las riendas del partido, que inmediatamente convirtió en el actual Partido Popular. Hernández Mancha decidió retirarse de la política tras la defenestración y ya son pocos los que lo recuerdan. De momento, Sánchez no parece dispuesto a tener una vida política tan efímera como el popular y se resiste a desaparecer de los libros de historia; así, no renuncia al acta de diputado y pretende volver a presentarse a unas primarias.

Salvando las distancias, el de Sánchez también recuerda el caso de Felipe González, que en 1979 renunció a la secretaría general porque el partido le había rechazado la idea de apartarse de las tesis marxistas; los socialistas pasaron entonces a manos de una comisión gestora encabezada por José Federico de Carvajal. En el congreso siguiente González fue proclamado de nuevo secretario general en loor a multitudes. ¿Le pasará lo mismo a Sánchez?

Resumiendo: ni queriendo, Rajoy hubiera podido filmar una mejor película para distraer al personal con cortinas de humo como la protagonizada por los socialistas. Para más inri, ahora el presidente en funciones puede aprovechar la debilidad socialista y pedir más que la abstención; o eso, o amenazar con terceras elecciones.

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