Laporta exhibe otra vez sus dudas con Xavi tras el desastre de Girona

Al presidente se le derrumbó el relato que disimulaba el fracaso de una temporada en blanco por culpa de una nueva torpeza del entrenador, causante del alirón del Madrid y de la fiesta histórica del Girona por la Champions

Deco, Laporta i Xavi - Foto: FC Barcelona

Como en tota comedia teatral, el montaje, la parafernalia, el atrezo y el propio guion deben contribuir a que el espectador, voluntariamente y predispuesto a dejarse llevar por la trama, disfrute del espectáculo hasta el final. La clave y el éxito radican sobre todo en hacer creíble y hacer sentir como real una ficción, la que sea, como venía ocurriendo hasta ahora con este Barça de Xavi y de Joan Laporta, que, gracias al montaje mediático, los discursos grandilocuentes y el melodrama escénico -a base de idas y venidas por la ciudad, aglomeraciones frente a la casa del presidente, cenas con sushi no volador y ruedas de prensa donde se ha jurado un mutuo amor eterno que también es otra simulación- había recreado y extendido una atmósfera como de satisfacción, ilusión y encantamiento, ocultando la auténtica cara la verdad de un equipo que no ha ganado absolutamente nada. Un fracaso, rotundo se mire como se mire, si se tiene en cuenta que este era el tercer proyecto de Xavi, el enésimo reset habiendo llegado al límite de los recursos invertidos, 1.000 millones en palancas, y el despertar de la misma pesadilla de siempre, la de un vestuario de repleto de estrellas, jóvenes y mayores, que siempre se acaban derrumbando y encajando palizas cuando el contrario se espabila, reacciona y el entrenador ha de demostrar su talento y capacidad para mover las piezas.

La derrota del sábado en Montilivi, con otro 4-2 a favor del Girona como en el partido de ida en Montjuic, produjo la extraña sensación de haberse caído el telón, por accidente, dejando ver las entrañas de la farsa, la desnudez de los actores y la decepcionante precariedad argumental de esa especie de rúa virtual organizada tras haber caído en la Champions ante el PSG y en el Bernabéu la misma semana.

Laporta y su poderoso aparato de control del mensaje y de manipulación mediática llegaron a convertir en títulos, igual de importantes y valiosos que la Champions y la Liga, el hecho de dar paso a los jóvenes -o sea, el hecho de admitir que la política de gasto insaciable de Laporta no es el camino-, así como la reacción, del equipo tras la dimisión de Xavi y hasta la propia rectificación del técnico –el artificio surrealista de todos-, celebrada como una conquista de la junta a la hora de gestionar la crisis provocada por su no menos desconcertante y frustrada trayectoria.

En ese galope hacia ninguna parte, igual de imaginario, de pronto llega otro partido clave, de los que ponen a prueba la resistencia todo ese decorado y el Barça vuelve a caer ruidosamente, demostrando que la vista engañaba, que había más andamio que estructura en toda esa parafernalia laportista. Las circunstancias concurrieron esta vez de forma incontrolable para un barcelonismo al que no se le dejó abrir los ojos cuando tocaba, después de dejarse la Liga en Madrid, con aquel cegador alegato presidencial denunciando una conspiración mundial del arbitraje contra el Barça.

El sábado, al acabar el partido, en Madrid se desataba la celebración por el título de Liga y en Girona resonaba la merecida y justificada euforia por la clasificación matemática para la Champions, un laurel extraordinario, merecido y, desde luego, motivo del estallido de alegría y de fiesta que el equipo de Xavi hubo de sufrir mientras intentaba recuperarse anímicamente de la dolorosa derrota encajada. Fue un atropello táctico que Xavi no vio venir en la recta final del partido, otra constante de este Barça que se desmonta regularmente en cada partido cuando el entrenador rival retoca su equipo y propone alternativas al planteamiento de salida.

Laporta tampoco pudo soportarlo esta vez como ocurrió frente al Granada en casa tras empatar y pagar el cabreo con una bandeja de canapés. A la salida de Montilivi, en una improvisada reunión con su reducido equipo de colaboradores, el vicepresidente Rafael Yuste y el director deportivo, Deco, el presidente clamaba al cielo gritando frases como «¡Esto no puede ser!», consciente de la inoportunidad del alirón conjunto del Madrid y del Girona, propiciado precisamente a costa de otro vapuleo con cuatro goles encajados. La media de goles en contra de los cuatro últimos partidos, de los cuales solo ha ganado uno (Barça-Valencia, 4-2, jugado en superioridad numérica) ha sido de 3,75 por partido.

Si Laporta, dando como siempre un pésimo ejemplo de conducta, no es capaz asumir con seguridad, confianza y un racional entusiasmo el nuevo orden azulgrana tras la elevación a los altares de Xavi, que se ha convertido en su única baza de cara al futuro, será complicado que el barcelonismo se sienta cómodo e ilusionado ante esta perspectiva. La realidad pasa, sin embargo, por la insatisfactoria sensación social de que, en primer lugar, la apuesta por Xavi, que acusó a los jugadores de arruinar el partido con sus fallos individuales en Girona y en los partidos trascendentes, era la única posible porque Laporta no dispone siquiera de margen salarial para sustituirlo por Márquez. En segundo plano, que el cambio de opinión de Xavi, explicado al mundo como un éxito de la capacidad de seducción y tenacidad de Laporta, ha resultado ser otro montaje artificial, obligado por esa misma precariedad financiera. Y, finalmente, cuando el marcador y la lección que le dio el Girona de astucia táctica, personalidad y oficio, desvistió a este Barça de Xavi, que el balance de un año en blanco queda muy por debajo del verdadero nivel futbolístico de una plantilla con un valor del mercado entre las tres primeras de Europa.

Por eso estaba justificado el pánico de Laporta, que no tiene nada que ver con la posibilidad de quedar tercero y perder hasta el ingreso de la Supercopa, pues eso tiene solución -y seguramente la tendrá en los cuatro partidos que faltan-, sino con el peligro de que los socios puedan empezar a dudar del palco si lo que le espera es más de lo mismo. O sea, el autoritarismo de Laporta, el colapso económico del club, la impericia de Xavi y de su staff, realmente provinciano, el traspaso de jugadores franquicia y la perspectiva de otro año en blanco.

Normal que el presidente sea el primero en denunciar que las cosas no pueden seguir igual, precisamente porque tienden, objetivamente, a empeorar.

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