La traición de Xavi, imperdonable para Laporta, fue con periodistas en un ‘off the record’

El presidente lo quiere destituir tras saber que el técnico quería forjar un escudo mediático a base de acusar a Laporta y Deco de injerencias en los fichajes y de incapacidad para gestionar la economía, además de señalar la falta de compromiso de algunas de sus 'vacas sagradas'

Xavi Hernández

La suerte de Xavi Hernández parece estar echada. Los medios solventes confirman que, con el paso de los días, el arrebato que impulsó a Joan Laporta a decidir su decapitación, lejos de remitir y de dejar paso a otra reconciliación, ha ido en aumento. El presidente cogió un cabreo de los que hacen época el miércoles pasado, antes del partido contra el Almería, cuando Xavi se dejó de discursos triunfalistas y afrontó la próxima temporada como se vislumbra realmente, con serias dificultades para reforzar el equipo, por no hablar de las bajas que seguramente deberá firmar y asumir para equilibrar la cuenta de resultados. O al menos esta es la versión consensuada entre la explicación oficiosa del club y la que voluntariamente ha asumido la prensa para evitar entrar en detalles sobre otro foco de conflicto del cual solo se habla en la trastienda de la profesión, aunque no en los medios de un modo abierto y preciso.

Circula que Joan Laporta habría sido informado con detalle y absoluta fidelidad del contenido de un encuentro de Xavi con periodistas de su plena confianza en el que se sinceró sin escatimar adjetivos sobre el bajo y decepcionante rendimiento de algunos jugadores importantes del equipo -entre ellos, flamantes fichajes de Laporta cerrados con su elite de amigos/agentes-, evaluando que si el presidente y Deco se empeñan en mantenerlos en la plantilla será muy difícil, por no decir imposible, que el Barça no vuelva a caer en los partidos clave donde hay que dar un extra de esfuerzo y de compromiso. Además, de acuerdo con estas informaciones, Xavi también habría lamentado la precariedad financiera del club para competir con los refuerzos del Real Madrid, concluyendo que si el equipo no mejora la próxima temporada será porque a la hora de la verdad, como ha sucedido en la actual, la prioridad puede que sean operaciones como las de Joao Félix o Vítor Roque, las que apadrina personalmente el presidente, sugeridas por Jorge Mendes y Deco.

Xavi habría dicho lo que en realidad piensa sin ambages en esa conversación off the record de la cual Laporta conoció hasta los puntos y las comas. El mensaje realista de la previa del Almería habría sido la versión light, se diría que hasta aceptable y compatible con las directrices que Deco avanzó en algunas entrevistas esta temporada, aventurando cierta austeridad.

El rasgo diferencial, irritante, causante en Laporta de esa reacción furibunda e irreversible sobre su futuro, fueron los adjetivos acusadores sobre las injerencias de la junta y su responsabilidad directa en la confección de una plantilla con esas deficiencias que, a la hora de la verdad, el equipo ha mostrado cuando el rival le ha exigido por encima de la media, pues con una plantilla superior a los 500 millones de coste es evidente que el Barça, al igual que el Madrid y los grandes de Europa, no suelen tener problemas para estar en la lucha final por los títulos. En esa conversación, Xavi añadió que su perspectiva de cara a la próxima temporada no es igual de ambiciosa y optimista que la expresada en la cena de la renovación del 24 de abril pasado, cuando se selló, de conformidad con la junta, su continuidad por una temporada más. Más bien vino a decir lo contrario al amparo de una realidad económica que, lo saben él, Deco y sobre todo el presidente, condicionará un mercado que tiende a inclinarse más bien a la venta de cracks propios que a la compra de figuras con capacidad desequilibrante.

En realidad, hacía meses Xavi ya tenía esa prórroga de contrato firmada, aspecto destacado que ha pesado tanto o más que el resto de los elementos surrealistas de este vodevil ridículo en la rectificación y marcha atrás del entrenador, como en la pasividad de Laporta a la hora de echarlo en alguno de los diez o más momentos críticos en los que ha tenido esa tentación, también en buena parte abrumado por la presión de su junta y de sus asesores. Ese entorno de la presidencia cree que Laporta está perdiendo credibilidad, popularidad y carisma precisamente por sostener a un entrenador que, en el balance de dos años y medio, ha esgrimido más excusas y lamentaciones que juego y títulos, en especial esta temporada que concluirá este domingo de forma decepcionante y en blanco habiendo caído por goleada en las cuatro competiciones.

La resolución de una liquidación por despido que se evalúa en unos 15 millones -incluyendo su interminable staff– ha impedido por ahora que Laporta se lo haya cortado la cabeza hace una semana cuando conoció, de primera mano, la otra cara de Xavi y, sobre todo, esa estrategia defensiva ante algunos periodistas con la finalidad de forjar un escudo mediático a la medida de las circunstancias y del panorama, ante un Real Madrid que presentará en breve a Mbappé, a tiro conquistar su decimoquinta Copa de Europa para agudizar esa sensación de que si el Barça ganó la Liga hace un año, la reacción de su rival ha sido exponencialmente inversa a la regresión del equipo de Xavi, a pesar de los refuerzos. El finiquito será la batalla más cruel de este dramático desenlace porque Laporta, con el margen salarial bloqueado, no está en condiciones de tramitar el relevo a menos que Javier Tebas acepte el uso de un préstamo de 100 millones que Laporta intenta negociar estos días a la carrera con serios problemas para ofrecer garantías a cambio.

Solo ha faltado que, como consecuencia de trascender su determinación de destituirlo, Laporta haya escuchado gritos en su contra desde la grada durante el último partido de la temporada, pues no hay nada que, como buen ejemplo de totalitarista, le perturbe más que la crítica y la discrepancia, sobre todo de los socios que, con la que está cayendo, sienten que Xavi es la víctima del caprichoso y tiránico talante del presidente. Este episodio que pasará a los anales de la historia de fútbol por delirante, bochornoso y grotesco parece que no ha hecho más que empezar. Por desgracia.

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