El discurso victimista de Xavi contrasta con el silencio de Rosell

El técnico ha exagerado hasta un punto incomprensible el sufrimiento de su etapa en el banquillo, mientras el expresidente ha cerrado con la máxima discreción la sexta victoria judicial consecutivo de la conspiración urdida en su contra por barcelonista

Xavi Hernández

La última verborrea lacrimógena de Xavi Hernández puede que haya sobrepasado los límites de un victimismo que, ciertamente, cuesta de entender y de congeniar con una realidad que él mismo es muy capaz de poner en contexto cuando justifica, como hizo el martes, su decisión de dejar el cargo dentro de unos meses: «Nos tenemos que rodar más y atacar mejor y defender mejor. Estamos más vulnerables en defensa y el rendimiento como equipo ha bajado. El nivel futbolístico no es el adecuado, por eso mi decisión de no seguir».

Entonces, ¿a qué viene -se pregunta la mayoría del periodismo y de los aficionados- tanto mensaje de resentimiento, rabia y frustración porque no se le reconocen los méritos y por haber tenido que soportar el castigo -atroz, según él- de un entorno mediático «cruel» porque «creo que no se valora el trabajo»? «Cuando he dicho que estábamos en construcción me matáis. También dije que no tenemos el Barça de 2010. Tengo la sensación de que no me van a comprar nada, ni ganando LaLiga con 12 puntos. No creo que haya sido el relato. Es un tema de entorno, de club y de exigencia. Así lo siento. Es así. Te hacen sentir que no vales a diario. Tenemos un problema con la exigencia de este cargo. Parece que te juegas la vida en cada momento. Por eso digo que es cruel, no se disfruta», se ha quejado.

El colmo de sus quejas, absolutamente desmedidas y desproporcionadas, fue hacerse el héroe porque aceptó venir al Barça «en uno de los momentos más difíciles de la historia del club». La verdad y los hechos juegan en su contra, pues sustituyó a Ronald Koeman, masacrado y fustigado por la prensa, aun siendo una leyenda, porque el equipo, tras haber perdido a Messi y Griezmann (60 goles menos) a una semana de empezar la Liga y padecer las bajas de larga duración de Ansu Fati, Dembélé y Pedri, no estaba del todo arriba pese al refuerzo de Luuk de Jong y alternativas en ataque como Jutglà, Abde, Demir y otros.

En todo caso, tras 1.000 millones de beneficios netos en palancas, más de 300 de los cuales invertidos en 17 fichajes, y dos años y poco de poder dirigir el equipo protegido por un entorno mediático y social que le ha perdonado absolutamente todo, como las cuatro eliminaciones europeas más ridículas de la historia, el escenario actual es incluso peor que cuando Koeman fue destituido.

El sufrimiento que puede llegar a causarle a un barcelonista el propio entorno del club, en la versión verdaderamente desalmada, brutal y casi inhumana, es algo que Xavi no puede llegar a imaginarse siquiera. La resonancia de su inexplicable dimisión/continuidad, pues son las dos cosas, le ha arrebatado titulares y espacio a una noticia de esas que ha retratado a la prensa azulgrana, mayoritariamente laportista, guardiolista y hasta hace poco también xavista a lo largo de los últimos años, como es el archivo de otra de esas causas judiciales contra el expresidente Sandro Rosell, en concreto una instrucción surrealista por tráfico de órganos (relacionada con el trasplante de Abidal) sobre la base de haber atendido la llamada telefónica de un empleado del club.

A Xavi le convendría, más allá de la urgencia de organizar mejor su discurso, reconocer errores de bulto en su gestión, como adorar a su presidente por encima del bien, pero sobre todo del mal, y de la necesidad de sacarse de encima esa ira que lo domina, compararse con el calvario judicial sufrido por quien también fue su presidente, Rosell, durante más de tres años simplemente por haber sido presidente del Barça y representar una institución que a menudo es víctima de su propia grandeza.

Xavi, desde luego, no es de Rosell, es de Joan Laporta, descaradamente. Laporta es su único presidente, no solo porque nunca le ha escatimado un euro a la hora de renovarlo, siempre generosamente por encima de las posibilidades reales del club, sino porque a Xavi siempre le ha atraído el perfil de alguien como Laporta capaz de saquear repetidamente el club económicamente y socialmente, aplastando los derechos y la voz de los socios. Atributos de una actitud antidemocrática, embustera y forajida que, no obstante, Xavi juzga valiente y necesaria por alguna extraña razón, igual que los miles de socios que le votaron el 7 de marzo de 2021.

A Rosell, ser presidente del Barça e intentar, entre otras decisiones, mantener a raya a un vestuario acostumbrado a los delirios de grandeza de Laporta -que dejó el club en 2010, igual que ahora, completamente arruinado- le ha costado dos años de cárcel, un escarnio y desprestigio públicos sin precedentes en la historia judicial española, acusado de los delitos de blanqueo de capitales y organización criminal por la Audiencia Nacional. Nadie ha reparado ni moral, ni económica ni judicialmente los dos años de prisión sin fianza sufridos antes de un juicio de apenas diez minutos, el tiempo que tardó la Fiscalía en derrumbarse y admitir no tener una sola prueba en su contra. La absolución inmediata y luego firme no evitó, al contrario, que a la jueza Carmen Lamela recibiera su merecido profesional, pues fue recompensada con un ascenso al Tribunal Supremo.

Difícilmente puede compararse este peaje barcelonista con el que, en este momento, dice estar sobrellevando Xavi tras dos años como entrenador del primer equipo siendo, por cierto, el más embalsamado y protegido por la prensa y el entorno desde que Guardiola se marchó, como él mismo dijo, vaciado. Ni Tito Vilanova, ni Tata Martino -el que menos- ni Luis Enrique, ni tampoco Ernesto Valverde, Quique Setién o Koeman habían sido tan respetados y consentidos como Xavi.

Volviendo a Rosell, quien en su corto mandato de tres años y medio ganó proporcionalmente más títulos que Laporta y, con el mismo equipo, dejó casi 200 millones de beneficios, se ha visto obligado a deja atrás otras cuatro causas penales, una por descubrimiento y revelación de secretos, otra por delito fiscal relacionado con sus propios negocios, y los dos casos Neymar, también desestimados de forma aplastante, por delito fiscal, corrupción entre particulares y contrato simulado.

Una secuencia que, a efectos mediáticos y de impacto social, ciudadano y barcelonista, había convertido a Rosell en el delincuente más popular de la década. Hoy, gracias a una entereza a prueba de bombas, también la de su familia, el expresidente azulgrana ha podido volver a la casilla de salida, no sin soportar el desgaste personal y público de verse cosido a juicios y el coste de unos abogados que aún no salen de su asombro.

Hoy, gracias a las declaraciones del excomisario José Manuel Villarejo, poniendo nombres, apellidos y autoría de los responsables de su persecución por parte de la policía patriótica y de las cloacas del Estado, está confirmado que todo fue una conspiración por su barcelonismo y por su catalanismo. Villarejo ha ido más allá, señalando que desde el entorno de Laporta, allá por el año 2012, se hizo llegar a los insidiosos información desviada, falsa y malintencionada sobre el entonces presidente del Barça para fabricar querellas sin fundamento alguno.

No se trata de dudar ni menoscabar el sentido del barcelonismo ni el compromiso de Xavi con la institución; sin duda tendrá sus motivos y sus razones para haberse enrocado en ese discurso de lamentaciones y de victimismo, por el peso de haber cargado con la responsabilidad del primer equipo a lo largo de dos años. Habrá quien lo comparta y quien no. Lo que cabe preguntarse es cuántos socios del Barça se aceptarían vivir la misma experiencia que Sandro Rosell o que Xavi Hernández.

Está claro que, comparativamente, el expresidente no ha llorado tanto.

(Visited 139 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

NOTÍCIES RELACIONADES

avui destaquem

Deja un comentario