«Joan Manuel Serrat, un contrabandista entre sus dos lenguas»

Entrevista a Jaume Collell

Periodista, músico y actor. Estudió en el Conservatorio de Barcelona, ha participado en teatro musical y ha colaborado con Els Joglars. Es autor de una docena de libros, entre los que se encuentra la biografía de Joan Viladomat, autor de Fumando espero (el único tango que viaja del Llobregat al Río de la Plata), y también la primera biografía de Josep Guardiola. Ahora llega a las librerías Serrat: La música de una vida (Rosa dels Vents/Debate).

Serrat: La música de una vida. ¿De qué vida?

De la vida de él, de la tuya, de la mía, la de los vecinos de escalera, la de los que tienes al lado y la de los del hemisferio norte y sur de esta cultura que llamamos mediterránea, o latinoamericana. Creo que hay una línea divisoria obvia, que es la que separa la cultura de los países latinos de la sajona. No entiendo por qué Bob Dylan y Leonard Cohen son aquí estrellas incuestionables y cantautores como Silvio Rodríguez, Serrat, Aute o Sabina no son escuchados en Vancouver, por poner un ejemplo. Pero el mundo está más interconectado. Por YouTube se puede acceder a cualquier cosa, aparece todo.

¿Puedes dar una clave de quién es Serrat, un fenómeno tan vasto y múltiple que seguramente se resiste a definiciones lineales?

En Grecia no se podía ser poeta si no se era músico. Serrat es eso. No todos los músicos son poetas ni todos los poetas músicos. El caso de una persona que sea capaz de absorber tantos momentos particulares de las vidas personales de los individuos, de la humanidad, y convertirlos en pequeñas piezas de entretenimiento, de arte, de expansión. Eso es una habilidad que no está al alcance de cualquiera.

¿Eso es, en realidad, lo que hemos entendido como «cantautor»?

Exactamente. Además, ha musicado a poetas. ¿Quién recordaba a Machado antes del disco de Serrat? ¿O a Miguel Hernández? ¿O a un poeta catalán tan emblemático como Joan Salvat-Papasseit, líder de las vanguardias y del anarquismo de principios del siglo XX? O tal vez a Mario Benedetti, el más contemporáneo, con quien pudo trabajar mano a mano.

Serrat se singulariza por, digamos, su independencia, su trayectoria original, respecto, por ejemplo, a la denominada «canción protesta».

El término «canción protesta» tiene bastante de falacia, porque ¿qué significa eso de «cantante protesta»? Serrat no es moderno ni antiguo. Es, a la vez, actual, clásico, gusta a la gente joven, a los mayores, a los del medio y a gente de todas partes, de todas condiciones y colores de piel.

En cualquier caso, varios de sus contemporáneos, que tuvieron su momento, perdieron atractivos entre los jóvenes, cosa que no le ha pasado a Serrat…

El libro indaga en las raíces que ha pisado este hombre, algo que nadie ha hecho. ¿Qué raíces? La radio, por donde le llegaba la copla española, Concha Piquer… También la canción popular que escuchaba en su barrio de Poble-sec, los cantos de Pascua de los Cors Clavé. Clavé sacó a los obreros de las tabernas, montó el primer coro de España, que se llamaba La Fraternidad, y tiene un busto en el Palau de la Música, justo delante del de Beethoven. Serrat es la copla, el flamenco, en el que penetra para empaparse de él. Es todo el folklore sudamericano, del que se enamora cuando cruza el océano. El patrimonio musical de México, desde las rancheras hasta los mariachis; la samba y la bossa nova brasileña, que musicalmente quizás es lo más rico que existe en el mundo… Y lo que se produce en el país más pequeño del mundo que tiene el patrimonio musical más inmenso, que es Cuba. No hablemos de Argentina, con el tango, Chile con la chacarera… A todo esto se suman los clásicos, Beethoven y Brahms, Puccini, Verdi…, los jazzistas…, Bob Dylan.

Abierto a todos los vientos, mestizo de muchas cosas, sensible… ¿Algo que trasciende la misma música y que constituye un rasgo, una señal de identidad propia?

Santiago Auserón (Juan Perro) define a Serrat como un contrabandista entre sus dos lenguas. Un contrabandista que trafica desde el Ebro, que es de donde viene su madre (que es aragonesa) que pasa por Cataluña y por un mar, que es el Mediterráneo, sobre el cual ha creado quizás uno de los mejores temas que existen en el mundo. Mediterráneo que, a su vez, va a un Atlántico que nos lleva al Caribe y a todo ese segundo universo de Serrat, que dice sentirse como un latinoamericano nacido en Barcelona. Algo de lo cual dan fe las multitudes que llenan las grandes plazas de Buenos Aires, México, Santiago… en los conciertos de Serrat. Hay que viajar allí para entenderlo.

Serrat se distingue especialmente por su proximidad, sencillez… ¿Ha sido siempre y continúa siendo aquel «niño» de sus orígenes?

Es una persona cercana, aunque los artistas de su condición tienen que llevar una especie de escudo. Una vez traspasado, es una persona afectuosamente insuperable. El arte no tiene que pasar necesariamente por aquí, pero si un artista es, además, amable, sonriente, ocurrente… llega más fácil al corazón. Serrat empezó en la calle, en la parte de arriba de la calle Cardenal Casañas, donde comenzaban las barracas. Un mundo que lo retrata un poco. Corría por las calles del Barrio Chino. Y allí surgieron grupos musicales impresionantes, como Los Salvajes, Los Cheyenes, Los de la Torre… En el Paral·lel, se convierte en un espectador privilegiado de zarzuelas, la copla y el cuplé. El Paral·lel era un escaparate que nunca cerraba. Sus orígenes están aquí.

¿Esta empatía también ha funcionado con sus colegas artistas?

Sí, desde siempre. Serrat vivió en París en sus años jóvenes, donde tenía mucha amistad con Paco Ibáñez. Allí fue también telonero de Brassens, en un concierto. En los años 60 había un cierto movimiento de reivindicación de la cultura y de la lengua catalana, y Serrat se inicia con la Nova Cançó, que estaba formada por lo que se conoció como los Setze Jutges. Allí estaban Pi de la Serra, Espinàs… Serrat era el número 13, el 14 Subirachs, el 15 Maria del Mar Bonet y el 16 Llach. En cierto momento, el grupo se le quedó pequeño y empezó a volar por su cuenta.

¿Fue entonces cuando Serrat dijo que no iría a Eurovisión si no le dejaban cantar en catalán?

En el libro no dedico mucho espacio a esta cuestión, que creo que se le ha dado mucha importancia. Esto lo falseó Artur Kaps, que fue el empresario que trajo a Barcelona Los Vieneses, una compañía de teatro donde estaban Franz Johan y Herta Frankel. Siendo jefe de programas de TVE en los años 60, Kaps montó un concurso para llevar una canción a Eurovisión. Participaron Augusto Algueró, Juan y Júnior, el Dúo Dinámico, con el «La, la, la» y Serrat, con «El titellaire». Kaps adopta una solución salomónica: le gusta el «La, la, la», pero lo cantará Serrat, y le monta una gira de quince días por países europeos, en cinco idiomas, incluido el catalán. Kaps conocía el entramado de los votos en Eurovisión, y el empresario de Serrat tenía mucho interés en su participación. Saltó el tema de la lengua, y «La, la, la» acabó siendo cantada por Massiel, que ganó el festival. Y al cabo del tiempo, cuando Serrat es una referencia incuestionable, más allá del bien y del mal, el nacionalismo catalán lo puso en el punto de mira… Sí, ha sido acosado, como lo han sido bastante otros, como, por ejemplo, su amigo Raimon. Cuestión de cainismo. En el libro no hablo de eso, pero se pueden sacar conclusiones obvias. Ya se sabe que hay gente enferma en todas partes, por no denominarla de otras maneras.

¿Qué conclusiones se podrían acabar sacando de tu libro sobre Serrat?

La última parte del libro hace referencia a cómo él se proyecta sobre las generaciones posteriores de una manera determinante. Los cantautores que han venido después no habrían sido lo mismo sin Serrat. Ha abierto procedimientos sobre el oficio, sobre la manera de componer, de tratar los temas. La canción, la música, toca siempre lo mismo, el amor, el desamor, la pasión… Y ya no hace falta decir las coplas que son de una temperatura sentimental extrapolada, o el tango. Pero la canción en sí, como género, no es tan diferente aquí de cualquier otro lugar del mundo. La influencia que ha ejercido sobre grupos y cantautores ha sido categórica, más allá de sus amigos, como Sabina, Víctor Manuel, Ana Belén, Miguel Ríos, Aute… También Guillermina Motta, que formó parte también de los Setze Jutges, era una incondicional de Serrat. Y no hablemos de los flamencos, desde la familia Flores, Juanito Valderrama, Paco de Lucía, Camarón… Una música muy vinculada a Cataluña. Sin ir más lejos, Manlleu, de donde soy, tiene una peña flamenca, que instituyó un concurso de «cante» que, a los 14 años, ganó un chico que se llama Miguel Poveda. Un lugar que ahora está, además, lleno de magrebíes, latinoamericanos…

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