Laporta agudiza la crisis de Xavi con su injerencia en el partido de Champions

Rectificarle el plan de viaje al técnico, forzar la convocatoria de las 'vacas sagradas' y la charla previa del presidente con el vestuario provocaron otro pésimo partido y una derrota que, aunque intrascendente, convierte Mestalla en una final

Xavi Hernández

Cuando más se empeñan Joan Laporta y su peculiar entorno en aparentar determinación y apoyo a su entrenador, Xavi Hernández, menos efectiva y real parece esta protección y envoltura en este mal momento tras caer en casa ante el líder Girona, y ponerse a siete puntos de la cabeza en la Liga. La maniobra presidencialista de revocar la primera convocatoria de jugadores de cara al partido de Champions, enmendarle la plana y enviarle un mensaje clarísimo sobre la urgencia, la obligación y la necesidad de ganar el partido final de la liguilla, con 2,8 millones en juego, además de ser una intromisión y de haber pasado por encima del plan del entrenador para darle un giro a la situación, ha resultado completamente adversa.

El efecto pretendido, el de una reacción de equipo herido, con orgullo y personalidad suficientes para levantarse convencido de que no hay nada perdido, como así es en realidad a estas alturas de la temporada, precipitó, en cambio, otra decepción en el partido que formalmente clasificó al Barça para los octavos de final de la Champions League como primero de grupo y, por tanto, con la etiqueta de favorito de cara al sorteo del lunes y la ventaja de jugar el partido de vuelta en Montjuic.

Otra situación de contraste entre el valor y reconocimiento de haber alcanzado el paso a los octavos, por fin tras dos vergonzosos eliminaciones con el mismo Xavi en el banquillo, y la desagradable sensación de que este grupo está condenado al fracaso y que hoy por hoy parece incapaz de ir mucho más allá en Europa en cuanto se encuentre un equipo medianamente sólido y en forma.

Como se ha advertido desde el domingo por la noche, lo que ha cambiado, más allá del pesimismo y de la distancia adquirida por el Girona y el Real Madrid -recuperable, desde luego-, es la manifiesta desconfianza desde la propia presidencia y de la junta en torno a la figura de Xavi, que ya quedó señalado por el 2-4 de Montjuic y ahora ha sido puesto en la tesitura de jugar bajo la presión de una especie de ultimátum contra el Valencia en Mestalla el sábado por la noche.

No es, curiosamente, la conclusión de los gestos y el mensaje de apoyo incondicional que la junta se ha esforzado en transmitir desde el gran tropezón frente al Girona, eso sí, con más torpeza y ridículo que eficiencia, pues ninguna de las versiones ofrecidas desde el aparato presidencial, la secretaría técnica (Deco), las explicaciones de Xavi y las filtraciones periodísticas han podido desmentir que cuando Laporta rectifica el guion del viaje a Amberes, obligándole a llevarse a todo el equipo y a entrenar el jueves por la mañana en Bruselas, lo hace por dos motivos: para arengar al vestuario la mañana de ayer antes del partido y para recordarle a Xavi que los 2,8 millones perdidos en Hamburgo ante el Shakhtar Donetsk suponían un revés financiero que, obligadamente, debía compensar con una victoria inapelable en el cierre de esta fase ante el Amberes.

Como suele ocurrir en estos escenarios artificiales y forzados, en esa reunión matinal con el presidente, la plantilla distinguió que una cosa es el postureo de la junta y otra muy distinta la sensación de que Xavi se ha de esforzar como nunca para ganarse ese crédito que ahora mismo ha perdido. El entrenador, que había decidido darle descanso a Araujo, Frenkie de Jong, Lewandowski y Gundogan, finalmente solo se dejó en casa al holandés, con fiebre, y no alineó a Araujo a causa de esa fractura de pómulo que seguramente ya le impidió jugar al cien por cien ante el Girona. Gundogan y Lewandowski fueron titulares y no precisamente los mejores en un equipo que percibió esa vulnerabilidad del entrenador. La segunda derrota en tres días, esta vez ante un rival muy inferior en todos los órdenes, volvió a reflejar esas dudas y nerviosismo internamente tan palpables.

Aunque intrascendente a efectos de clasificación, la forma de perder con ese gol en la última jugada del partido, tras el empate agónico forzado con los cambios y la salida de los más jóvenes, agudiza y pone al límite la razón de ser principal de esta crisis, que gira exclusivamente en torno a la capacidad de Xavi para darle personalidad y eficacia al equipo.

Xavi, desde luego, puede argumentar que, en realidad, más de la mitad de los refuerzos que le han traído entre Laporta, Mendes, Pini Zahavi, Deco y Alemany no eran los primeros de su lista. No lo hará, sin embargo, porque él mismo ha forzado operaciones con derivadas y comisiones inexplicables, ni le ha ayudado que su apuesta por Oriol Romeu le haya salido tan mal como el haber cedido a las presiones de Laporta para prescindir de Eric Garcia porque de todos los defensas en nómina parecía el menos titular de todos.

Laporta tampoco se siente cómodo ante una coyuntura donde la posibilidad de destituir a Xavi supone haber errado en los dos proyectos arrancados, uno por darle continuidad a Koeman, al que no quería ver ni en pintura, y otro por aceptar contra su propio deseo a Xavi como sustituto. Era la mejor solución mediática para garantizarse que los medios y los opinadores le concederían, como así ha sido, un margen prácticamente ilimitado de confianza. El problema es que Xavi, pese a haber ganado una Liga, ha perdido todos los debates sobre el estilo y el juego, con la agravante de que le han fichado hasta 16 jugadores de primer nivel y que si el equipo no espabila y despega de una vez, la afición dejará de poner el foco en el campo o en el banquillo y empezará a apuntar hacia el palco. Y Laporta, si algo tiene claro, es que eso no va a pasar.

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