¡Era en el maletero, Puigdemont!

Veo que en tu foto de campaña, estás en el asiento trasero de un coche (evidentemente con chófer) mirando el paisaje en una actitud de «ya estoy aquí, estoy de vuelta». Pero si no recuerdo mal saliste en el maletero de un coche, sin hacer buena la costumbre marinera de que el capitán es el último en abandonar la nave.

Aun así, esto son polisemias de los comunicólogos que te hacen la campaña… y tú tan satisfecho no les llevarás la contraria. Yo sí que te llevaré la contraria, pese a admitir que soy irrelevante, más allá de que no tendrás mi voto. Y no lo tendrás por muchas razones, la principal es ideológica: soy federalista, eso que no existe. Pero hay una razón histórica que no puedo dejar de compartir contigo: el uso de Elna y Argelers.

Cabe recordar que en enero-febrero de 1939 se produjo la llamada «retirada» donde aproximadamente medio millón de republicanos huyeron por los diferentes collados de los Pirineos hacia el sur de Francia. Y recordaremos que una parte importante, unos 100.000, fueron «acogidos» en la playa de Argelès convertida en un campo de concentración. Este campo, una playa rodeada por una valla con alambres espinosos por tres bandas (la otra era el mar) contó con la vigilancia férrea de miembros de la Legión Extranjera Francesa y un cuerpo de soldados de caballería (llamados espahís), todos ellos de reconocida carencia de empatía y dureza en el trato a los exiliados. No hace falta entrar en detalles, pero sí refrescaremos la memoria respecto al sufrimiento de las mujeres, especialmente las jóvenes, que llevaban un silbato hecho con cañas atado al cuello para hacerse oír en caso de acoso. Desgraciadamente, no siempre podía evitarse la violación, y con ella un embarazo no deseado. La enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz se hizo muy conocida por su titánico trabajo al frente de la Maternidad de Elna, donde fue capaz de llevar a las mujeres embarazadas de los diferentes campos de concentración (entre ellos el de Argelès) para que tuvieran un final de embarazo y parto con unas mínimas condiciones sanitarias, sociales y afectivas. Pero es conocido el testimonio estremecedor de algunas que no tuvieron aquella suerte y, llegado el momento, iban solas a parir al mar (con un clima muy duro y ventoso) donde después ahogaban al recién nacido y lo enterraban con sus manos en la arena. No vamos a insistir.

Por familia cercana, sé lo que es exiliarse huyendo de las tropas franquistas y de su aviación que los tiroteaban mientras subían por los caminos hacia los collados de los Belitres… todavía ahora cuando miro fotos de esa «retirada» cojo una lupa por si reconozco a una niña de 18 años y su madre. Y ellas conocieron el Camp d’Argelers, con la suerte de salir vivas. Y el padre y el hermano se involucraron en la resistencia francesa, con la suerte de acabar pasando (el padre) por el Camp de Buchenwald (sobrevivió). Esta rama familiar acabó su vida viviendo en Marsella, sin poder pisar territorio español… y no hace falta explicar las razones (desgraciadamente murieron antes que el dictador).

Ahora háblame, Puigdemont, de exilio. Ahora explícame tu imagen en el coche, que es como me hubiera gustado ver a mis familiares volviendo a Cataluña. Y ahora explícame la polisemia de unir semánticamente tu condición de «exiliado» cada vez que haces tus rituales en Argelers. Se me vienen a la cabeza aquellas imágenes de la literatura romántica: que los fantasmas de Argelès te visiten en sueños y que la justicia poética (la otra es más dudosa) te coloque en el lado farsante de la historia. Es en el maletero que tienes que volver a Catalunya, y pedir perdón (si es que tu narcisismo te lo permite) al exilio republicano auténtico.

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