Tras la amenaza de cohecho, Laporta acusa al Madrid, pero no a Florentino

Descaradamente, ha pasado de poner al Barça contra Rosell y Bartomeu, intentando reforzar la acusación en su contra, a denunciar al madridismo de una gran conspiración sin romper las ‘buenas relaciones’

Joan Laporta y Florentino Pérez
Joan Laporta y Florentino Pérez.

Joan Laporta es un personaje desacomplejadamente egoísta y manipulador que ha hecho de su actual deriva exhibicionista y absolutista un gran espectáculo, casi faraónico, necesariamente con el colaboracionismo de un entorno mediático y digital entregado y sumiso como nunca lo había estado ante la figura de un presidente del FC Barcelona, en su caso el primero y el último de una dinastía irrepetible. La reacción de admiración y aplauso a su intervención pública del viernes, a veinticuatro horas de una asamblea, puede conservarse para la historia como el paradigma de su totalitarismo, pues el presidente salió de la cueva exclusivamente por dos razones coyunturales, ni quiera estratégicas, para tapar la rueda de prensa de Victor Font tras la payasada de Eduard Romeu del jueves, por un lado, y para defenderse él de la imputación en curso como responsable de cohecho en el caso Negreira por otro.

En el ámbito económico necesitaba fuegos de artificio después de la triste y desalmada exposición de los resultados económicos por parte de Eduard Romeu, cada vez más una caricatura de sí mismo que sólo sigue en la junta gracias a su predisposión ilimitada a mentir por cuenta y cara del presidente. Temía la perspectiva de que Víctor Font pudiera dominar los titulares del día previo con su análisis demoledor de los pésimos números de la temporada, históricamente negativos, y un mensaje indiscutible e inquietante: “Estamos peor que hace dos años y el enfermo sigue en la UCI”. Por eso optó por dejar salir ese ‘monstruo’ comunicativo que tanto admira su entorno y que tan perezoso se ha vuelto, básicamente porque los medios y su aparato en las redes sociales se bastan para mantener la opinión pública bajo el control absoluto del régimen.

Aun así, por si acaso, encontró el altavoz perfecto en Catalunya Ràdio, donde actuó plácidamente previo pacto de las condiciones, con apenas repreguntas (sólo una y descaradamente consensuada) ni tampoco las incomodidades periodísticas provocadas por la molesta presencia de tertulianos y expertos que pudieran plantearle alguna cuestión delicada o inoportuna. Días atrás, cuando el mismo director del programa, Ricard Ustrell, tuvo la oportunidad de tener en el estudio a Sandro Rosell, en reacción a las declaraciones de Villarejo atribuyendo al entorno de Laporta su acoso judicial, el expresidente azulgrana fue masacrado a preguntas y opiniones, un verdadero interrogatorio por todos los laportistas en nómina de la emisora en dos sesiones consecutivas de tertulias, la política y la deportiva a lo largo de una hora y media larga de programa.

Laporta, como siempre astutamente, obvió recurrir a cifras o gestas financieras, centrándose en un discurso más tópico y anti centralista: “Todo lo que nos pasa es porque vamos bien, porque temen que conmigo en la presidencia lo volvamos a ganar todo como en mi primer mandato. En Madrid lo pasaron muy mal”, ideas básicas para reforzar la idea de que el caso Negreira es ahora una persecución en su contra porque es él, Laporta, quien en el fondo encarna el demonio barcelonista y catalanista que más temen en el Barnabéu, refiriéndose al ‘Madridismo sociológico’ como el colosal enemigo al que debe enfrentarse en solitario desde el poderoso Barça que está construyendo.

Un relato que podría haber hecho no ahora, cuando él ha resultado imputado por sorpresa, sino cuando, por ejemplo, en el caso Neymar, el Barça y los presidentes Rosell y Bartomeu fueron víctimas gratuitas de las cloacas del estadio con una persecución judicial sin precedentes y arbitraria o, especialmente, cuando Sandro Rosell acabó en prisión también por el hecho de haber abanderado y representado -reconocido por Villarejo- el mismo barcelonismo y catalanismo que ahora blande Laporta para hacerse el héroe frente a su imputación.

Bien al contrario, el laportismo estuvo siempre detrás de todo el proceso iniciado en el caso Neymar por uno de los suyos, el socio Jordi Cases, en lugar de denunciarlo y dar apoyo a los presidentes de turno. Por otro lado, aún es hora que Laporta, respecto de Rosell y su encarcelamiento preventivo por culpa de la caprichosa represalia de una juez del aparato oscuro del estado y del madridismo, tratado casi como un preso político en un régimen de dictadura judicial y policial, haya aludido a esa conjura centralista como responsable de su calvario. Tampoco lo hizo en el primer intercambio de golpes en el caso Negreira, donde escurrió el bulto en una rueda de prensa tarde y mal defendida, además de haber intentado personar al Barça como afectado para ir contra el resto de los investigados, entre ellos Rosell y Bartomeu, para poder exigir daños y perjuicios llegado el momento.

Como es sabido, el juez Joaquín Aguirre, además denegarle esa pretensión que ahora mismo hubiera ido en su contra tras el giro de la instrucción hacia el cohecho, le acusó de listillo y de querer perjudicar a los expresidentes por la comisión presuntos delitos que él mismo también había perpetrado y de los que se había librado por la prescripción. Ahora, en cambio, cuando se ha sentido investigado ha saltado al ruedo con otro discurso, victimista, político y pensado para justificar, también, que el club le pague los costes de su defensa.

A todo esto, como Laporta improvisa y frivoliza al antojo de sus cambiantes prioridades e intereses coyunturales, admitio que las relaciones con el Real Madrid son del todo correctas (¿), las habituales entre dos grandes clubs, dijo Laporta, dejando todo lo mejor que pudo a Florentino Pérez, al que no se atrevió, al contrario, a señalar como sería lo coherente, pues el Madrid ha sido el único club que, a título individual, se ha personado como perjudicado en el caso Negreira. Delirante. Sólo el curso pasado, Laporta gastó más de dos millones en mantener viva la Supercopa. Con ese dinero se habrían podido celebrar por lo menos diez asambleas presenciales.

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