¿Qué te parecería que él te lo hiciera a ti?

Me gustaría saber que responderían a los políticos actuales a esta pregunta que a menudo hacemos a los niños pequeños: ¿Qué te parecería que él te lo hiciera a ti? El espectáculo que actualmente están dando nuestros políticos aparte de ser deprimente, no hace más que retrasar sine die la solución a los numerosos problemas que tenemos en nuestra sociedad.

Tengo la impresión de que la política es hoy una especie de opereta permanente que básicamente consiste en insultos, descalificaciones, argumentaciones parciales, no querer reconocer las dificultades o las ventajas de las decisiones de gobierno y sobre todo descalificar sin reconocer nunca (o casi nunca) el mayor o menor acierto de las medidas de quien intenta gobernar.

Da la impresión de que hoy la racionalidad es una herramienta proscrita y que los únicos valores a exhibir son los emocionales que se defienden eludiendo la racionalidad e insultando o actuando de forma deshonesta cuando no flagrantemente inmoral. Parece que para nuestros políticos la racionalidad no es ya una herramienta que nos permite perseguir y alcanzar nuestros objetivos en la vida. Parece como si se niegue a la racionalidad, la capacidad para ayudarnos a priorizar nuestros objetivos y comparar los beneficios y los inconvenientes a corto, medio y largo plazo.

Quiero proponer, que se abra un debate en la sociedad catalana y en todos los estamentos que tenga como objetivo una tarea: reconstruir una racionalidad política integral. Obviamente esta tarea debe primero ser reflexiva sobre cuatro aspectos cruciales. Primero, entender y asumir que la racionalidad política es eminentemente práctica; es decir, que resuelva los problemas de la gente. Segundo, analizar la situación actual de la racionalidad política en Cataluña y muy especialmente la inquietante situación de la carencia de racionalismo político en los grupos independentistas radicales. Tercero, definir la ratio política con sus principios y mediaciones, para evitar la degradación social y económica que estamos viviendo en Cataluña. Cuarto y último, creo que es necesario plantear la urgente necesidad de iniciar acciones para recrear instituciones básicas de la democracia, que estén y funcionen dentro de la más rigurosa racionalidad política.

Ahora bien, la racionalidad política exige el conocimiento de la realidad tecnocientífica para después definir la verdadera política práctica que lleva a cabo a través de la deliberación pública. Hannah Arendt, entre otros pensadores, ha mostrado la trascendencia del llamado «pensamiento ampliado» o «pensamiento representativo» en el que ponerse en el lugar del otro es fundamental para llegar a actuaciones políticas progresistas; es decir, que impliquen una mejora material y moral de la ciudadanía.

Por todo ello, considero obligado incrustar la racionalidad en las Instituciones y en las mentes de los políticos democráticamente elegidos. Cuando nuestras reglas nos obligan a ser razonables, nuestra vida es mejor y más justa. Aprovecho la ocasión para recomendar (lamentablemente no puedo obligarles) que los políticos de nuestras Instituciones lean con detenimiento el libro “Racionalidad”. En él, su autor Steven Pinker (profesor de psicología en la Universidad de Harvard y reconocido y galardonado escritor) explora la facultad que nos diferencia de otras especies: la razón. La capacidad de pensar racionalmente impulsa el progreso individual y social. Nos permite conseguir nuestros objetivos y crear un mundo más justo. Pero la racionalidad no es sólo algo que nos beneficia como individuos, también sustenta a nuestras mejores instituciones.

En Cataluña, los nacionalistas independentistas sirven a grandes paladas la poción del instinto de grupalidad y las emociones identitarias a sus feligreses. El independentismo catalán puede ganar feroces adeptos, aspirantes a héroes que se recompensan con una grandeza que, a su juicio, los no independentistas han frustrado por las pérfidas maquinaciones de un enemigo interno y externo, hacia el que dirigen el resentimiento. Pero, ¿qué les parecería que les hicieran lo que están haciendo con los que no somos independentistas? ¿Qué les parecería que se impidiera su presencia en los medios públicos catalanes? ¿Qué sentirían si se les insultara pública e indiscriminadamente? Sin duda, nuestros políticos independentistas no paran de hacer lo que a ellos ni les gustaría ni permitirían que les hicieran.

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