Laporta tumba otro valor fundamental del barcelonismo con el veto a los ‘pericos’

Prohibió su entrada en el Camp Nou, como venganza por la ausencia de la junta blanquiazul en el palco, en otro alarde de represión de derechos y libertades que los socios del Barça ya sufren desde su regreso

Els entrenadors de Barça i Espanyol

Al Barça de Joan Laporta le revientan las costuras por casi todas partes, especialmente en los temas sociales y más sensibles que afectan a los derechos de información, participación, expresión y votación de los barcelonistas. Hoy es un club que, además de estar peligrosamente gobernado por una sola familia, con evidentes trazas de nepotismo, cada día más opaco y regido internamente por un tráfico de influencias turbio y sospechoso, se ha tiranizado hasta el exceso y el abuso.

La última y draconiana decisión de Laporta fue la de prohibir el acceso de seguidores del Espanyol en el último derbi tanto de forma organizada como individualmente, en un gesto que denota y define un reacción neroniana, vengativa y provocada en el presidente por la negativa de la cúpula españolista a asistir al tradicional y protocolario almuerzo, y por el anuncio de su ausencia en el palco del Camp Nou. Esa fue la respuesta del RCE Espanyol al truco final de los servicios jurídicos azulgrana que, invocando la intervención de la justicia ordinaria, consiguió retrasar el cumplimiento efectivo de los tres partidos de sanción que arrastraba su mejor delantero, Robert Lewandowski.

En pureza, hasta los barcelonistas inmaculados como Xavier Bosch se han indignado por lo que esta arbitraria y desafortunada decisión de impedir la entrada a seguidores blanquiazules afea a una institución del prestigio y la demostrada deportividad y respeto expresado secularmente por el Barça. “Se imaginan que los aficionados del Barça -ha escrito Xavier Bosch en Mundo Deportivo– no pudiésemos llevar nuestra bufanda azulgrana o la camiseta de nuestro equipo en cualquier campo de España? ¿Se acuerdan de cómo nos indignamos cuando, en una final, no nos dejaban entrar con una camiseta o un lazo amarillo? Apelábamos, entonces, a los derechos fundamentales y a la libertad de vestir como nos salga del cocotero. Y de pronto, el Barça adalid de los valores, la democracia y la libertad, impide que los seguidores de la afición rival entren en nuestro estadio y, si lo hacen, que puedan lucir la indumentaria de su equipo. En nombre de la seguridad y con el pretexto todopoderoso del partido de alto riesgo, se prohibió que la afición del Espanyol entrase en el recinto culé luciendo los colores de su equipo. Una barbaridad que no está a la altura del Barça”.

Efectivamente, es la primera vez que, más allá de recomendaciones o de medidas de control y de seguridad básicas, como agrupar la afición del equipo contrario en una zona protegida y vigilada, una directiva del FC Barcelona impone algo nunca visto, ni tolerado, como la prohibición expresa de aficionados del Espanyol en sus gradas, un fenómeno que, por otra parte, se viene repitiendo desde el año 1957 en el Camp Nou sin que haya habido que lamentar nunca incidencias reseñables. Al contrario, no ha sido infrecuente ver parejas mixtas o miembros de una misma familia juntos con camisetas de uno y otro equipo ni la afición barcelonista, hasta la fecha, ha mostrado actitud alguna de violencia, rechazo o incivismo.

Diversidad, disparidad, rivalidad, convivencia, tolerancia, respeto o fair play son términos y valores con los que la junta de Joan Laporta ha dejado de identificarse, de facto, sin necesidad que la coyuntura tensa y puntual de la víspera del derbi, en la reanudación de la Liga tras el Mundial, le haya nublado el entendimiento o pueda justificar una actuación reactiva de este tipo alegando un calentón momentáneo.

Las libertades y los derechos de los propios socios ya vienen siendo atropellados sistemáticamente y hasta con un cierto aire exhibicionista desde el segundo advenimiento del laportismo en la historia del club.

Los socios han perdido, respecto a las garantías que habían alcanzado con Josep Maria Bartomeu, la anulación del libre derecho de acceso, intervención, opinión, expresión y votación presencial en las asambleas. También se han quedado sin lista de espera y han ganado la amenaza de perder su abono si no se utiliza obligadamente según las nuevas reglas. Han perdido el derecho exclusivo y reservado de transferir la condición de socio a sus familiares y desde luego han visto anulados o dejados sin efecto los artículos estatutarios que podían controlar, regular o limitar las pérdidas, la deuda, el gasto, el crédito y las ventas patrimoniales más allá de todo rigor y razonabilidad. Por no hablar, además, de esa falta de información y de transparencia obligada y electoralmente tan prometida y jurada por Laporta, como lo fue la renovación de Messi, y del frustrado intento de exterminar las Penyes del FC Barcelona, empeño del cual no ha desistido, ni mucho menos.

Parece mentira, desde un punto de vista más práctico, que la misma directiva culpable y única responsable de que más de 50.000 seguidores del Eintracht Frankfurt ocuparan el Camp Nou a causa de su desidia, negligencia, despreocupación, pasotismo y quién sabe qué oscuros intereses, además de una inacción más que preocupante, se vuelva de pronto tan remilgada, puntillosa y valiente al amparo de la seguridad de sus socios. El día que sí que debieron actuar con determinación y defender a los suyos de insultos, escupitajos, vejaciones y agresiones, lo que hicieron los directivos fue seguir comiendo como carpantas en el palco, esconderse y, alguno de ellos, como Mike Puig, acusar a los socios de revender sus abonos en lugar de preocuparse y prohibir ambas cosas, la reventa propia y la distribución masiva de entradas a aficionados alemanes.

Vetar y reprimir de esta forma salvaje la entrada de afición rival -un extremo que, desde luego, prohíben LaLiga, la RFEF, la UEFA y la FIFA- significa un paso más de esta dictadura laportista y, lamentablemente, la certeza de que ni los tres fichajes de altos cargos de los Mossos d’Esquadra, ni la mano sobrecogedora de Alejando Echevarria, asesor personal del presidente, ni el dineral invertido en seguridad hasta regenerar todas las estructuras y responsables de esa área garantizan, sino al contrario, el control ni la tranquilidad de nadie, sea aficionado local o visitante, en el Camp Nou.

Dentro de los contenidos esperpénticos que el periodismo laportista es capaz de producir, es oportuno recordar un artículo reciente de Joan Vehils, exdirector del diario Sport y ahora alto cargo ejecutivo del nuevo grupo editorial propietario de la cabecera, en el que había reflejado los tres deseos de Joan Laporta para el nuevo año 2023. Los dos primeros, obvios, se referían a la ilusión de ganar títulos y de avanzar en el Espai Barça. El tercero, textualmente, decía así: “Que se respeten los derechos y las libertades de todas las personas en todos los lugares del mundo, sin discriminación de ningún tipo”.

No deja de ser, dentro de este nuevo Laporta, un personaje antojadizo que le ha cogido el gusto a hacer gala y ostentación de su autoritarismo, otra forma de reírse del barcelonismo y de la propia prensa que tanto lo adula y lo protege con un éxtasis nunca visto.

¿Qué será lo siguiente?

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