Laporta se va enrocando peligrosamente en su papel de ‘Florentino’ del Barça

Sus asesores de comunicación y él mismo han vetado las preguntas de los periodistas en los actos de club, ya no concede entrevistas y será difícil que acepte una rueda de prensa abierta a todos los medios y sin líneas rojas

Joan Laporta

De las versiones más populares de Joan Laporta, personaje camaleónico y teatral muy capaz de interpretar innumerables y variopintos papeles a lo largo de la temporada, la versión menos conocida es la del presidente esquivo y huidizo de la prensa, prácticamente mudo y desganado respecto de una de sus aficiones preferidas: es la de tener presencia habitual y destacada en los medios.

Aunque no lo parezca, Laporta no ha concedido una sola entrevista como es debido desde finales de marzo pasado, cuando todavía iba gritando por las esquinas que veía al equipo ganando la Liga; es decir, con recursos, fútbol y juego como para remontarle al Madrid la ventaja que le fue ampliando desde la llegada de Xavi a pesar de los cuatro refuerzos de invierno. El Barça de Laporta acabó segundo, pero nunca fue un candidato serio a ese título que el equipo de Florentino se llevó con amplitud e indiscutiblemente, complementado con la Champions.

El equipo de Xavi, pese al esfuerzo económico y a haber triturado a tres entrenadores (Koeman, Sergi Barjuan y Xavi) acabó la temporada con cero títulos y un presidente que no ha dado la cara desde entonces. Es decir, que no ha aceptado comparecer mediáticamente en un escenario en el que los periodistas puedan preguntar sin limitaciones ni líneas rojas todo lo que consideren oportuno o que necesariamente sea preciso y razonable esclarecer y explicar a los socios.

A menudo esa ha sido la vía de comunicación más empleada en la relación entre la presidencia y los socios del FC Barcelona, siempre atentos a esas comparecencias abiertas y sin cuotas establecidas de tiempo ni de preguntas. Laporta lleva escondido, sin someterse a este tipo de ruedas de prensa, desde mucho antes que, siete meses atrás, concediera las últimas entrevistas individuales, un dilatado periodo de tiempo en el que, sin embargo, se ha visto en la tesitura de convocar asambleas y de solicitar el permiso de los propietarios del club para la venta de patrimonio y de su consecuente empobrecimiento.

Sólo mediante tretas legales y el control telemático, cabe añadir que totalitario y antidemocrático, de esas asambleas, Laporta ha podido obtener esas licencias que, a la corta, sólo han servido, básicamente, para tapar pérdidas recurrentes.

Admitir la pésima gestión económica, financiera y patrimonial de un club que no ha hecho más que aumentar deuda y gasto en menos de un año, pese a ingresar 870 millones de euros de beneficio, no es algo que apetezca explicar. Y Laporta no lo ha hecho realmente, pues no sirven las entrevistas a los medios americanos en la gira de verano por EEUU ni tampoco las preguntas convenientemente filtradas y camufladas en las asambleas más manipuladas y menos libres de la historia del FC Barcelona. Mucho menos, todavía, las intervenciones en las presentaciones de jugadores, estrictamente circunscritas a preguntas amables o aquellos actos oficiales de club en los que no se han admitido preguntas al presidente.

Tampoco cuenta como tal, claro está, la entrevista ofrecida a Barça TV+ -entre el empate ante el Inter y la derrota en el Bernabéu-, lógicamente modelada a gusto del director de comunicación, Alex Santos, y de Jordi Finestres, el asesor de Laporta al que le corresponde decidir, dadas las circunstancias, la conveniencia de esconder al presidente del primer plano mediático. Están convencidos de que el beneficio de esconderlo de la prensa supera con creces las nefastas consecuencias de irse de la lengua y de bravuconear como a él le gusta, siempre complaciente con la audiencia y gustoso de decir aquello que los barcelonistas prefieren escuchar aunque se aleje dramáticamente de la verdad.

La estrategia viene a ser la misma que en las elecciones, cuando sus asesores consideraron prudente y menos perjudicial evitarle los debates ante Víctor Font y Toni Freixa, pues cada vez que hablaba se envalentonaba por encima de lo debido. Fue aquel Laporta que encadenó su destino a la renovación de Messi con alegatos como “yo soy el único que puede convencerlo” o, si se hablaba de comisiones y de fichajes como el de Neymar, llegando a afirmar que “lo que nosotros no haremos será esconder lo que ha costado un jugador ni tampoco dar comisiones por este tipo de operaciones. Y si las hay -enfatizó- las explicaremos con todo detalle”. Por no recordar las numerosas veces que repitió, siendo falso, que disponía del aval anticipadamente y estaba preparado para la toma de posesión.

Desde luego, mentir y manipular no sólo forma parte de su forma de ser y de actuar, sino que esta habilidad tan singular para capitalizar y escenificar un dominio del mensaje, el discurso y la propaganda como ningún otro presidente del club vendría a ser la clave de su enorme éxito social y periodístico. Por desgracia para el Barça, sin que esa proverbial magia suya para el gran teatro azulgrana tenga correlación con su capacidad para la gestión, más bien nula.

Laporta ha conseguido, no obstante, que los medios y las redes digitales que tan bien controla sigan haciendo el mismo ruido de fanfarria laportista como si él mismo estuviera cada día en las redacciones, en los platós y en los foros de influencers.

O cuando menos hasta ahora, pues todos esos medios contaban con que el presidente fuera un habitual de sus programas y entrevistas, un vendedor de periódicos y de audiencias. En definitiva, que compensara con su participación y protagonismo ese trato privilegiado de entrada bajo palio en todas las catedrales de la comunicación.

Precisamente, las críticas por parte de su propio entorno laportista al área de comunicación dirigida por Alex Santos se han concentrado en su obsesión por bloquear e impedir el acceso de los periodistas al presidente en un formato de libertad de prensa y de expresión que, claramente, hoy podría provocar más males y desgracias que otra cosa.

Es fácil suponer que un presidente como Laporta, atrapado en su propio y descontrolado mundo de las palancas, debe estar a punto de estallar y al borde de un estado de ansiedad que lo hace hoy todavía más peligroso e ilimitadamente fantasioso ante un micrófono.

De momento ha podido superar, más mal que bien, el mal trago de la eliminación de la Champions sin dar la cara ni proferir ninguna de esas temibles proclamas o fanfarronadas de las que se ha valido toda su vida para prosperar en el barcelonismo.

Tras el voto de censura de 2008 estuvo varios meses sin dar entrevistas y cuando lo hizo, en TV3, fue para reconocer que “me he tenido que hacer el muerto para sobrevivir”.

Ahora es distinto, pues Laporta parece que ha entrado estos últimos meses en una nueva dimensión en la que, seguramente por mimetismo con Florentino Pérez, su actual y único referente, ya no se reconoce como el clown adicto a las cámaras y las portadas en que se convirtió cuando irrumpió sobre un elefante en el mundo barcelonista allá por el año 1997.

Posiblemente deba recular si las cosas se complican o si las mismas y no menos poderosas fuerzas que lo hicieron dos veces presidente, como la misma TV3, no empiezan a exigir el pago por los enormes servicios prestados. No sólo el Barça tiene más deudas y menos recursos que nunca. También su presidente tiene demasiadas cuentas pendientes. La duda es si es consciente de esa realidad o ya se siente por encima y sin ninguna servidumbre respecto de ese entorno que lo ha protegido hasta ahora.

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