Maria Teixidor sigue intentando rentabilizar sin éxito su condición de disidente de Bartomeu

La ex-directiva, que participó con Emili Rousaud en una frustrada conspiración contra el presidente, aún sostiene que dimitió por el Barçagate y poder exprimir aún más el cargo en busca de un trabajo

Maria Teixidor, ex-directiva del FC Barcelona elegida por Josep Maria Bartomeu, al que luego traicionó por intereses personales y fantasías electorales, sigue intentando exprimir su condición de ex-directiva del club apareciendo aquí y allí como si hubiera acreditado y consolidado una elevada y extendida credibilidad en cuanto a experiencia, conocimientos y cartel barcelonistas.

Los hechos, en su caso, demuestran que no lo ha conseguido, pese a sus desaforados esfuerzos mediáticos y esa demostrada e ilimitada ambición por apropiarse de méritos y éxitos del club coincidentes con su etapa de directiva, de los que en ningún caso puede atribuirse ni la paternidad ni tampoco la menor participación.

Sobre todo, Maria Teixidor quiso que la identificaran finalmente con los mejores años del crecimiento y explosión del equipo Femení a base de salir en la foto de las celebraciones de sus títulos cuando, en realidad, nunca estuvo asignada formalmente al fútbol femenino, ni en la órbita profesional ni tampoco en el formativo.

Maria Teixidor empezó dando codazos como patrona de la Fundació Barça promoviendo un simposio sobre el ‘bullying’ del que fue la gran protagonista y en el que también participó una empresa suya especializada en asesorar a colegios y padres en este drama social específico del ámbito escolar.

No disimuló cuáles eran sus verdaderos planes, pues en cuanto hubo sacado provecho mediático de esa situación dimitió como vocal de la Fundació para intentar escalar posiciones en la junta y en la visibilidad de su imagen y de su rol como ‘mujer’ directiva del Barça, corriendo a intentar sobresalir también en el Grup Edelmira Calvetó, una plataforma de élite integrada presuntamente por mujeres notables de la órbita azulgrana. 

En paralelo, dentro de la junta buscó, mediante su condición de abogada, el cargo de secretaria de la directiva, al que accedió tras la renuncia de Jordi Calsamiglia, mientras actuaba en las funciones propias de presidenta de la Comisión de Control y Trasparencia. Teixidor llegó a tramitar y a decidir sobre cuestiones y personas a las que ella había denunciado ante la Compliance Officer desde la Fundació cuando era patrona.

Aunque su obligación era inhibirse, puesto que había ejercido de acusación antes de ser puesta al frente de esa comisión, no sólo no lo hizo, sino que buscó la máxima ventaja a la hora de intentar castigar y sancionar en las resoluciones de ese organismo. Un claro ejemplo de abuso de poder.

Aún por aquel entonces, entre 2017 y 2018, Maria Teixidor estaba lejos de exhibir la peor de sus conductas, pues a partir de que la junta se vio sacudida por la terrible presión externa de la oposición los dos últimos años de mandato de Josep Maria Bartomeu fue cuando intentó diferentes estrategias y actuaciones internas que acabaron situándola  en el mismo frente de oposición interna a Bartomeu junto a otros directivos que también le debían el cargo a una invitación personal de presidente, como Emili Rousaud, Enric Tombas, Josep Pont y Jordi Calsamiglia.

En ese periodo previo se produjeron incidencias destacadas como la explosión del Barçagate y los conocidos episodios de alto voltaje deportivo como la derrota (4-0) de Champions en Liverpool o de Lisboa frente al Bayern Múnich. Como el resto, a Maria Teixidor no le pasó por la cabeza dimitir pues en sus planes personales solo figuraba colocarse en una plataforma electoral de continuidad que, gracias a su pertenencia a la directiva durante el mandato de Bartomeu, le permitiera no avalar de cara a las elecciones previstas para el 2021.

En principio todo estaba atado para que finalmente fuera Emili Rousaud el ‘delfín’ de Bartomeu con Teixidor como futura vicepresidenta. No le quedó otro remedio que aceptar ese liderazgo, pues sus maniobras para intentar ser ella la elegida como candidata fracasaron estrepitosamente. Lo que sí hizo, sin embargo, fue participar en un complot urdido entre Jordi Cardoner, vicepresidente primero que se había descartado electoralmente, y Emili Rousaud, para forzar la dimisión precipitada de Bartomeu un año antes de las elecciones. 

La idea era escenificar públicamente que Bartomeu era el culpable de un estado de presunta corrupción e irregularidades y que los miembros de la junta eran capaces de limpiar esa directiva con un golpe de estado, inesperado, consistente en votar por sorpresa y por mayoría una propuesta en contra de la continuidad del presidente.

Cuando todo estuvo a punto, sin embargo, ella y los cabecillas de esa conspiración recibieron una inesperada llamada de Bartomeu, uno a uno, comunicándoles el cese de sus cargos: Emili Rousaud dejaba de ser vicepresidente institucional, Enric Tombas vicepresidente económico y Maria Teixidor, secretaria de la junta. Bartomeu no podía echarlos por ser cargos electos, pero sí degradarlos orgánicamente al rango de “soldados rasos” como vocales sin asignación directa a ningún área. 

El aliado de Rousaud en esta conjura, el vicepresidente Jordi Cardoner, decidió cambiar de bando en el último momento y prevenir al presidente, principalmente porque el levantamiento no iba a encontrar respaldo ni apoyos en el resto de la junta. Aunque Rousaud había sido elevado a vicepresidente y a candidato, de forma muy forzada y alentado por apenas cuatro o cinco directivos verdaderamente determinados, el resto apenas empatizaba. 

Cuando más tarde se convocaron las elecciones, resultó que Xavier Vilajoana tenía su propia hoja de ruta y cuando Emili Rousaud presentó candidatura ninguno de los ex-directivos le siguió en aquella aventura, tan ridícula por otra parte.

Por lo tanto, Maria Teixidor, como el resto de los que dimitieron la primavera de 2020, no lo hicieron ofendidos por el Barçagate ni por ninguna otra razón relacionada con la gestión de Bartomeu. Salieron corriendo, excepto Silvio Elías y Jordi Calsamiglia, que ya tenían decidido irse antes del final del mandato, porque iban a ser rebajados a vocales, sin honores, y señalados como rebeldes incapaces siquiera de montar un complot con cara y ojos.

En una reciente entrevista en La Vanguardia, Maria Teixidor, sin embargo, sigue escudándose en esa mentira sobre su dimisión: “Lo hicimos por unos hechos que son públicos, por ejemplo, por el llamado ‘Barçagate’ (…) Como directivo eres corresponsable de las decisiones colectivas, pero hay cosas que no puedes asumir porque te convierten en copartícipe. Yo en aquel momento presidía la comisión de Control y Transparencia. El hecho de que se saltaran las reglas que nosotros mismos nos habíamos impuesto hacía nuestra continuidad inasumible. No sabíamos nada, nos sorprendió muy negativamente”, ha explicado, como si hubiera sido una reacción explosiva, inmediata y radical. 

Lo cierto es que el Barçagate se inicia el 17 de febrero y esa dimisión se produce el 11 de abril por las razones y las circunstancias explicadas. Lógicamente, los dimitidos hubieron de buscarse excusas como hizo Rousaud, afirmando que “alguien había metido la mano en la caja”, extremo que debió desmentir rápidamente antes de que le llegara el primer burofax.

El discurso de Maria Teixidor tras salir de la junta sigue enredado en esa ‘medalla’ permanente del Femení, que ni merece ni le corresponde, y ese rechazo del Barçagate como si hubiera dado al mundo una lección de ética y de integridad.

Con esa cantinela y la etiqueta de ex-directiva del Barça, que siempre abre puertas, ha ido estrellándose de un lado a otro, primero como responsable del Circuït de Catalunya-Barcelona (duró un mes) y luego como promotora frustrada de una candidatura para presidir la primera Liga Femenina Profesional de fútbol. 

Desde luego, le habría gustado sacar más y mejor provecho del tiempo que le fue regalado en la junta de Bartomeu. No lo ha conseguido.

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