Ya sería hora de gobernar

Las elecciones del 14 de febrero no han resuelto nada, al menos de manera concluyente, pero han evidenciado poderosos movimientos de fondos. El efecto Illa le ha funcionado al PSC, pero de momento es una victoria moral más que un cambio de paradigma fáctico. Medida en los tradicionales conceptos procesistas, la suma independentista puede hacer mayoría, tal vez incluso conformar un Gobierno, pero difícilmente gobernará. Esto es algo muy diferente.

La legislatura se terminó hace un año (presidente Torra dixit) porque los dos socios de coalición no se soportaban y se peleaban y confrontaban varias veces cada día. El desgobierno ha sido notorio y especialmente lamentable teniendo en cuenta los tiempos de pandemia.

Ahora, los mismos dicen que harán gobierno y que además será fuerte y estable. Se ve que para que esto sea posible incorporarán a la CUP, que, como es sabido, es un tradicional partido estabilizador de sistemas. Las pretensiones políticas de unos y otros, especialmente en el terreno económico, tienen tanta similitud como los huevos con las castañas. No hay que tener una gran imaginación para ver que, en Waterloo, lo que menos interesa es un gobierno efectivo y estable, cuyo beneficiario sería ERC y que a ellos les condenaría al olvido. Laura Borràs irá doblando la apuesta para complicar las cosas y forzar unas nuevas elecciones que, entienden, podrían ganar una vez liquidado el PDCat. Este es el cálculo y el relato. Otra cosa es que no se pueden permitir quedar como los que imposibilitan un gobierno independentista, porque lo pagarían en las urnas. Tienen a ERC subyugada y en sus manos. En campaña se incorporó a su estrategia y marco mental (mantenimiento estricto del bloque y cordón sanitario a los socialistas).

ERC parece que no ha entendido que siempre irá un paso por detrás en la radicalidad; que tiene la batalla perdida. Es, sin embargo, un partido temeroso. Hay otra posibilidad, que es la de formar un gobierno de izquierdas. Aunque esto pueda ser muy importante de cara a las políticas a implantar, lo es más que significaría romper la infernal y castradora lógica de los bloques y de la confrontación.

El PSC y los Comunes han hecho su parte de este trabajo de desescalar el conflicto. Propusieron en campaña, justamente y a pesar de los improperios que se les dedicaron, superar el callejón sin salida de la melancolía y dotar al país de un gobierno transversal, fuerte, que busque puntos de encuentro, de consenso y de acuerdo, para responder a lo que la sociedad catalana requiere ahora mismo. Parecía que esto podía ser posible hace unos meses, pero el independentismo se ha enrocado.

En los últimos días de campaña a Esquerra le temblaron las piernas y el temor a la derrota le hizo virar la estrategia y comprar el marco mental de la unilateralidad y de la polarización a la que la llamaba el independentismo más recalentado de lo de «lo volveremos a hacer». Les sirvió para vencer en el combate interno del independentismo. Lo que pasa es que el precio ha sido comprar el producto del adversario y perder centralidad y capacidad política.

A veces el independentismo parece presentarse como una categoría por encima de la realidad y de los conflictos de clase, como si el elemento identitario obedeciera a una pulsión mística y bondadosa que superara proyectos ideológicos y de sociedad contrapuestos. ERC podía elegir entre derecha o izquierda, y elige derecha. Esto significa apostar por mantener el conflicto, la polaridad, la paralización y la fractura del país. Pero también por mantener la inestabilidad y el desgobierno que es inherente a los planteamientos de JxCat o bien de la CUP.

El tripartito de izquierdas no significaría sólo ocupar el Gobierno, que es lo único a lo que puede aspirar la estrategia independentista monolítica. Gobernar es otra cosa. Y eso, ahora y aquí, pasaría por un acuerdo con Illa y con Albiach. Se puede hacer decir lo que se quiera a los resultados electorales; la verdad, sin embargo, es que el voto independentista ha pasado de 2 millones de votos a 1,3 y representa sólo un 26% del censo electoral.

Haría falta valentía y aceptar la realidad plural y diversa de Catalunya. Poner el país por delante de los miedos ancestrales a ser tachado de «traidor».

El patriotismo, concepto complejo y de dudosa existencia, tiene más que ver con la grandeza de espíritu y la generosidad que con la justificación de misérrimos intereses particulares.

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