Tomar el nombre de Maragall en vano

La política catalana se ha convertido en un estrés continuo donde todo termina por plantearse como si fuera la madre de todas las batallas, aunque en realidad sea un vodevil. El asalto a la alcaldía de Barcelona ha adquirido para el independentismo más carga simbólica que la toma del Palacio de Invierno durante la Revolución Rusa. Resulta tan trascendental conquistar este bastión que lo que hacen es ir divididos y confrontados. Al menos de momento.

Que la bestia negra de todos sea el constitucionalista Manuel Valls lo puede terminar reforzando y hacer que reúna buena parte del votante no independentista. Él parece haber aceptado de buen grado esta connotación esencialista del combate, y se encuentra cómodo en el papel. Aunque le puede perjudicar su imagen de paracaidista francés, tiene sin duda algunas fortalezas: liderazgo fuerte, capacidad de reposicionar Barcelona en el mapa o ambición internacionalizada. Representará el orden y la autoridad en una ciudad que se ha convertido en un parque temático para el turismo descontrolado. Su historial político y tener una personalidad que encaja mal dentro de estructuras de partido le puede dar, curiosamente, connotaciones maragallianas, en una versión menos afable. Se dirá que desconoce Barcelona o que no dispone de un programa detallado de gobierno, pero esto es distintivo de todos los candidatos.

Los cuatro años de Ada Colau en la alcaldía han demostrado las limitaciones del activismo a la hora de hacer proposición y gestión, o bien la rémora de disponer de apoyos tan escasos. No ha sabido nunca si se tenía que poner de cara o de espaldas al independentismo, y ha acabado para confundir a todo el mundo. La presión procesista le hizo romper el acuerdo de gobierno con el PSC que le daba estabilidad y cultura de gobierno. Dudo que, hoy, alguien sepa cuál es su propuesta real. Ha pretendido emparentar su política con la de Maragall, pero ha confundido la capacidad de liderazgo de aquel con el estar continuamente en los medios. Quizás le han tocado malos tiempos, pero la falta de resultados y de solidez, además de la indefinición, la pueden convertir en figura efímera, devorada por su personaje. Jaume Collboni es quien, probablemente, más podría reclamar el nexo de unión con Pascual Maragall, dado que aunque ahora se olvide, fue el PSC quien lo promovió y sostuvo políticamente. Lo tendrá difícil pero puede resultar clave en los pactos postelectorales.

La jugada de presentar a Ernest Maragall es evidente que se hace para ocupar un lugar mayor en una disputa que se plantea en términos "maragallianos". Se ha ido a buscar a la vez el apellido y la figura del "tránsfuga", obsesionados como están los republicanos en hacerse con el electorado socialista, y probablemente se hará exhibición impúdica de quien no puede defenderse de tanto uso y abuso. El giro efectista de ERC ha descolocado notoriamente al partido de Bruselas, desfigurando su Crida Nacional. Que el independentismo vaya junto o no, no es tema menor. Ahora bien, que grupos que se reclaman republicanos se pongan en manos de un Maragall, apelando al argumento dinástico para pedir el voto, no deja de tener cierta gracia.

Pero hay más candidatos. Ferran Mascarell se autopresenta -se cree nacido para ser alcalde de Barcelona- y vete a saber si en nombre del PDECat o de la Crida. Es un maragallista de los del upper Diagonal que, el día antes de que Mas lo hiciese consejero de Cultura, aun se esforzaba por ser candidato del PSC, eso sí, si Montilla le liberaba de primarias. También el fuera del sistema de partidos Jordi Graupera se reclama en fondo y forma heredero del maragallismo. Su carácter de batallador solitario ayuda al emparentamiento, aunque forma parte de una nueva derecha independentista desinhibida, más que procedente de una cultura izquierdista.

Con tanta "cultura política compartida", la pregunta resulta obvia. ¿Por qué si somos, y éramos tan maragallistas, éste no hizo mayorías abrumadoras cuando se presentaba? ¿Será el maragallismo de hoy sólo una forma de desvergüenza y evidencia de la falta de proyecto?

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