Laporta y Xavi, protagonistas de la semana cómica tras la semana trágica

El núcleo familiar del técnico le ha empujado a exigir el cumplimiento del contrato firmado y Laporta, contra el criterio de su junta, prefiere seguir teniendo un escudo, ahora sometido al mando de Deco, y una cabeza que cortar si las cosas empeoran

Joan Laporta, a les obres del Camp Nou - Foto: FC Barcelona

Con el paso del tiempo puede que, al revisar los acontecimientos, se llegue a la conclusión de que, a la semana trágica de la temporada, del laportismo y especialmente de Xavi, la sucedió la semana cómica, empezando el lunes por esa puesta en escena de Joan Laporta, amenazando con llevar el arbitraje del clásico a la justicia ordinaria -treta mediática para desenfocar el enorme fracaso deportivo-, la filtración artificiosa del martes apuntando que este verano el Barça volverá a la regla 1:1 de fichajes, y, finalmente, en el ocaso de un miércoles delirante, la ratificación de Xavi como entrenador de la próxima temporada.

Alucinante, aunque no tanto si se desgrana la verdad más allá de que el barcelonismo, anestesiado y confundido como nunca, parece dispuesto a celebrar el año en blanco con una rúa si es necesario y a asumir como una recompensa a los servicios prestados y a sus éxitos (¿?) el premio de su continuidad a Xavi.

Dicho así suena esperpéntico si no fuera porque en realidad lo único que pasó ayer fue que Xavi se plantó en la ciudad deportiva para ser informado por parte de Deco de la decisión unánime y mayoritaria de la junta de que, aceptando su palabra dada a finales de enero, no seguiría la próxima temporada en el banquillo. La réplica de Xavi fue, por otro lado, la prevista desde hace unos días tras el giro de guion adoptado por el técnico de Terrassa en relación con aquella bravata tras la derrota ante el Villarreal. O sea, la de hacer valer el contrato firmado meses atrás que le aseguraba un año más de contrato a él y a todo su staff.

Contra lo que pueda parecer, el cambio de actitud no tiene tanto que ver con los sucesos posteriores, el vaivén de emociones debido al exceso de euforia desatado por la reacción del equipo, como por la fuerza centrífuga de su universo doméstico y familiar, donde se le ha hecho ver que él ha sido el gran artífice de la explosión de Lamine Yamal y de Cubarsí, de un equipo que ahora sí que arrolla, y que sería una gran injusticia dejarle en herencia a Márquez o a cualquier otro sustituto un caramelo como el Barça de la temporada 2024-25.

Laporta, por tanto, se ha topado con la rebeldía de un entrenador que, además de protagonizar cinco eliminaciones europeas por la vía del ridículo, ha perdido diez de los doce títulos que ha disputado a pesar de la veintena de fichajes obtenidos gracias a 1.000 millones netos de las palancas que han dejado al club tan seco como los pantanos catalanes hace un mes. Y se ha debido enfrentar también a la revuelta de su propia junta, conjurada en contra de mantener a Xavi en el banquillo ni un día más.

Nada que, en definitiva, pueda provocarle una crisis existencial ni mucho menos quitarle el apetito. Un escenario, por el contrario, ideal para sus planes estratégicos, una oportunidad con la que no contaba, aunque tan oportuna y ventajosa como el atraco arbitral del domingo en el Bernabéu sobre el que ha cargado las tintas para evitar el análisis frío y menos emocional de una temporada desastrosa. La pequeña rebelión de Xavi, encadenándose al banquillo con ese contrato al que nunca renunció formalmente, le viene extraordinariamente bien porque así se evita esa imagen de presidente fracasado de mataentrenadores y la imperiosa necesidad de encontrarle un relevo cuando, en realidad, no tiene, ni tenía tampoco la noche funesta de la derrota ante el Villarreal, para pagarle siquiera el finiquito ni para inscribir a un técnico nuevo.

En esa atmosfera de cierta estabilidad actual, a pesar de haber perdido todos los títulos por goleada, alimentada desde la propia presidencia en el sentido de que el equipo ha sido más víctima de los arbitrajes (el pago del caso Negreira) que de su mal juego y de la pésima gestión de su entrenador, a Laporta no le viene mal seguir teniendo un escudo si las cosas se complican.

Es más, en el caso de que se cumplan las peores expectativas económicas y Laporta se vea en el compromiso y la necesidad de traspasar a Araujo y a algún otro jugador franquicia, Xavi no podrá levantar la voz ni hacer otra cosa que jugar con lo que le den, o con lo que quede de la actual plantilla. Hasta puede que, como ha ocurrido en estos meses, Deco amplíe su capacidad de mando sobre su trabajo, sea para imponerle a quién convocar o cuándo entrenar, o sea para colocar a Christensen de mediocentro porque Xavi no daba con la tecla para rehacer el equipo tras la lesión de Gavi. Eso, o dimitir de verdad renunciando a su ficha, algo inaceptable para su familia, y dejando en la calle a todo su staff, a lo que tampoco se atreverá.

Laporta, así pues, sigue con una cabeza útil que cortar según se den las cosas en el futuro, como hizo con Koeman tras estirar su continuidad todo lo que pudo, y con un entrenador más sometido a sus caprichos que nunca.

Se trata de pasar la semana como sea y de sostener la teatralidad de una entente condenada a perpetuarse por razones económicas, básicamente, hasta que algún otro factor la altere o la amenace y sea preciso organizar otro sainete. Ahora queda ver cómo reacciona el equipo en este tramo final, larguísimo, que les espera juntos y sabiendo que Xavi no se marcha ni con agua caliente. En teoría, el vestuario tiene que estar más feliz, entusiasmado y unido que nunca.

Atrás quedan frases como la de Laporta: «Conmigo, perder tiene consecuencias». O la de Xavi: «Si no se gana nada sé que no seguiré». Por no repetir las muchas veces que el técnico dio por irreversible su renuncia. Y la semana cómica aún no ha terminado.

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