Martirio

Siempre había creído que el martirio era cosa de trastornados que, por razones diversas, se dejaban arrancar los pezones alegremente mientras daban las gracias por el placer de su suplicio. Pensaba que la humanidad había evolucionado desde aquellas épocas oscuras gobernadas por el fanatismo y la ignorancia, pero no. Veo a medio gobierno catalán encabezado por el medievalista Oriol Junqueras encaminándose al patíbulo (o Audiencia Nacional) sabiendo que saldrán esposados y camino de la prisión, y no me lo puedo creer. Vestidos de blanco y negro, y con caras graves miran de reojo a periodistas, curiosos y al pequeño grupo de supporters dirigidos por el sinuoso Artur Mas. Desde el sofá no sé si gritarles más por ilusos o por insensatos.

Opto por hacer como los del Polònia y no hago leña del árbol caído, sobre todo después de leer los tratos vejatorios presuntamente recibidos por los detenidos camino del presidio denunciados por sus abogados. Yo, de la policía –sea la de aquí o la de allá- no he esperado nunca un trato amable y si encontráis a un agente de la autoridad que recite versos de Miguel Hernández en el momento de la detención, me lo decís para entrevistarle. Leo que los ex-consejeros comparten celda de dos en dos e imagino las conversaciones de la extraña pareja formada por el neoliberal Joaquim Forn y el progre Raül Romeva. Pienso también en Meritxell Borràs, hija de un fundador de Convergència e incombustible regidora de CiU en Hospitalet de Llobregat. Su trayectoria meteórica de la gloria a la cárcel, como en el caso de Forn, ha durado un suspiro.

Y siguiendo con el martirio, el suyo y el nuestro ahora como región española, desde Bruselas me llegan nuevas y no son buenas: el desmelenado Carles Puigdemont y los cuatro ex-consejeros que conforman su guardia pretoriana se han entregado a la justicia belga después de comprobar sobre el terreno que el mundo no nos mira. Me entretengo siguiendo la telenovela con triste final protagonizada por @KRLS en el corazón de la Europa de los Estados y a través de las redes me llegan dos mensajes: uno para ir a Bruselas en coche a dar apoyo a una causa perdida desde el principio y el otro para anunciarme que Canadá está dispuesto a dar estatuto de refugiado político al gerundense arrebatado (disculpad la redundancia).

Mientras dudo entre exiliarme yo también a Bruselas o a Toronto, la maquinaria electoral autonómica en la Cataluña republicana avanza a toda pastilla hasta el punto que ya casi nadie recuerda ni a los encarcelados Jordis ni al gobierno cesado. Los ex-convergentes están tan desesperados que han perdido definitivamente el oremus: no sólo insisten en reeditar el Frankenstein de Junts x Sí, sino que escogen a Puigdemont como cabeza de cartel. Supongo que es lo que pasa cuando no tienes a nadie con dos dedos de frente –Santi Vila queda descartado- que se atreva a liderar un partido zombi. Y por favor, que alguien haga callar al rey Artur, el responsable intelectual de tanto destrozo, porque cada vez que abre la boca sube el precio del pan.

La convocatoria de elecciones bajo el imperio del 155 también ha desconcertado al cerebro gris republicano a pesar de que las encuestas le otorguen una amarga victoria. Ahora el partido de la buena gente plantea una olla de grillos como candidatura que incluya desde los indisciplinados cuperos al alocado ex-podemita Fachín pasando por el traumatizado ex-unionista Castellà. Y si no puede ser, pues ERC se presenta en solitario con un quemado Junqueras como líder mientras Tardà y Rufián siguen cobrando como diputados del Congreso de un país que ya no es el suyo. Por cierto, memorable la petición del ex-concejal de Cornellà de Llobregat de no encender las luces de Navidad hasta que los presos políticos vuelvan a casa. Ha superado con creces a los lunáticos Lluís Llach y Alfred Bosch.

Con el universo procesista más desunido que nunca, despunta la gran esperanza blanca de la coalición entre Catalunya en Comú y Podem como alternativa al bloque de los demócratas de toda la vida. Veremos si son lo suficientemente listos como para conseguir que su candidato no llore tanto y piense más con el cerebro que con las vísceras. Los arrebatos sólo nos han llevado al martirio y a mí se me están acabando los ansiolíticos.

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