Rabia, pena y vergüenza

No he querido escribir en caliente. Como me aconsejaban de pequeño, he contado hasta cincuenta antes de decir nada. A pesar de la prudencia, tengo demasiadas imágenes frescas en la retina, son de porrazos policiales contra una sociedad que había cometido el ‘pecado’ de ir a votar sí, no, blanco o nulo en un referéndum de autodeterminación.

Por razones de edad, no tengo muchas imágenes de las barbaries franquistas, pero sí conservo alguna; conservo alguna carga de los grises que se parece a lo del domingo. Son imágenes de los 70, en blanco y negro, que me vienen a la cabeza desordenadamente, acompañadas de canciones de la época, como aquella de la María Ostiz, que sonaba al amanecer democrático, que decía que «a un pueblo hay que ganarlo con respeto», » frente a frente», «respetando las canas de su tierra». Domingo, ni el pueblo catalán ni sus canas fueron respetadas, y de eso llora ahora la criatura.

Yo, como tanta otra gente, puedo criticar, he criticado y critico muchas de las cosas hechas por el Gobierno catalán en el trajín independentista, no vale todo en la contienda, pero esto nunca justificará la mezquindad («…falta o escasez de cualidades morales…») de un gobierno, el español, que, no sólo manda atacar inocentes, sino que al día siguiente niega haberlo hecho e incluso niega que todo haya pasado, como si el pueblo fondo tonto y no tuviera ojos en la cara.

Vergüenza. Cualquier persona con dos dedos de frente (sentido común) debe sentir vergüenza por lo que hizo la Guardia Civil y la Policía Nacional el domingo en Catalunya. Golpearon, indiscriminadamente, a tutti quanti, y cuanto más débil era la víctima, mejor. Lo hicieron, entre otros posibles estimulantes, con odio, como si en lugar de abuelas indefensas con papeletas en las manos se enfrentaran a despiadados terroristas armados hasta los dientes –me temo que contra los segundos la cobardía les hubiera hecho temblar las piernas .

Pero como son cuerpos jerárquicos, sería lógico apuntar más arriba: Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, Enric MilloEn un país civilizado ya harían las maletas… Aquí campan, haciendo y negando, como si nada hubiera pasado. Y luego sale el rey de turno que, como que tiene el culo alquilado, pretende apagar el fuego con más gasolina. Y los de aquí lloran –en política, ya se sabe, hay que venir llorado de casa. Y la comunidad internacional silba y mira hacia otro lado. Y, como decía mi abuela murciana, «el uno por el otro, la casa sin barrer».

Más allá del diálogo, no sabría indicar el camino de salida. Sé, como cantaba la Ostiz, que un pueblo es «abrir una ventana por la mañana y respirar». Aquí el clima se ha hecho del todo irrespirable y nadie que pueda parece dispuesto a abrir la ventana.

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