Los Mossos, ni tanto, ni tan poco

Desengañémonos, hasta los atentados de Barcelona y Cambrils los Mossos tenían mala prensa. Desde su despliegue, el cuerpo policial catalán acumulaba actuaciones desproporcionadas. Por ejemplo, hasta siete personas han perdido un ojo por culpa de las balas de goma en Catalunya, el caso más conocido es el de Ester Quintana, que perdió el ojo como consecuencia de una bala disparada por los Mossos durante la huelga general de noviembre de 2012. La presión de Quintana y de las otras víctimas forzó la prohibición de las balas de goma. La Generalitat había pasado de defender a ultranza los Mossos a reconocer responsabilidades.

Seguramente el caso Quintana es el punto álgido del divorcio entre Mossos y sociedad, pero hay otras divergencias, y no menores. Un buen ejemplo de ello es el expeditivo desalojo del movimiento 15-M de la plaza Catalunya en mayo de 2011. El comisario Sergi Pla diría después a Jordi Évole que Gandhi también habría salido a porrazos de la zona. El subinspector Jordi Arasa fue condenado por una falta de lesiones, entre otros al entonces periodista, después candidato de la CUP, David Fernández.

El listado de abusos es mayor. Los Mossos también se han ‘desahogado’ en varios desalojos, como el de Can Vies. Especialmente escandalosos han sido los casos de malos tratos; el Supremo condenó en 2009 a cinco Mossos por delitos de tortura, maltrato, lesiones y detención ilegal de un hombre que arrestaron por error; finalmente fueron indultados, así como los del caso Bikini. Una dura intervención de los Mossos fue una de las causas de la muerte de Juan Andrés Benítez en 2013. La web de delaciones, la operación Pandora, o el caso de corrupción policial Macedonia completarían la larga lista de manchas en un expediente, el de los Mossos, que no podría calificarse de impoluto.

Pero la actuación de los Mossos en los recientes atentados de Barcelona y Cambrils parecía haber conciliado la relación de la policía y la sociedad catalana. La desarticulación exprés de la célula y el elogiado despliegue comunicativo (desde la cuenta de Twitter hasta el mayor Trapero) han actuado de bálsamo curando la aflicción y rehaciendo una relación que parecía irreconciliable.

Sin embargo, después de que los Mossos abatieran el conductor de la furgoneta y justo después de que el presidente Puigdemont se colgara la correspondiente medalla de la desarticulación en una rueda de prensa, bien flanqueado por el consejero Forn y por el mayor Trapero, se han puesto en marcha los ventiladores fecales en forma de alerta de la CIA desoída por los Mossos, buscando tal vez volver a la desafección.

La verdad es que cuesta de escoger el grano de la paja del conflicto. Parece claro que el aviso existió, aunque no lo hiciera la CIA. Parece claro también que, en medio de una avalancha de alertas habituales, el aviso no mereció más importancia; no la mereció para los Mossos, como tampoco para los cuerpos de seguridad del Estado. También parece claro que aquella alerta nada tiene que ver con los atentados catalanes, que nacieron de la improvisación tras la explosión de Alcanar. Sin embargo, ni Puigdemont ni Rajoy deberían esconder la cabeza bajo el ala.

Creo que el ruido de la polémica no ayuda al aseo del conflicto. Lo que debería preocuparnos es si fue bien analizada la explosión inicial de Alcanar, que no lo parece, o si la operación Jaula funciona bien, y especialmente deberíamos ‘perder’ el tiempo buscando medidas paliativas para evitar que en un santiamén un grupo de jóvenes pueda ser captado para atentar, o como combatir las derivadas de xenofobia. Resumiendo, lo que hay que hacer es buscar que pudo haber fallado para intentar evitar que vuelva a repetirse. El resto, el ruido, hace que los terroristas se hagan unas risas.

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