El otro lado de la esperanza

En la película El otro lado de la esperanza, Khaled, un joven sirio, llega de polizón al puerto de Helsinki, en un barco cargado de carbón, procedente de Polonia. Mientras, Wikström, un comercial de camisas y corbatas, deja a su mujer alcohólica, vende el negocio y se hace cargo de un restaurante más bien modesto, incluidos sus empleados. Sus caminos se cruzan y Wikström ofrece a Khaled techo, comida y trabajo.

Entretanto, Khaled se entrega a la policía, es retenido en un CIE cualquiera de los muchos que hay por Europa y las autoridades deciden repatriarle a Alepo (donde toda su familia, excepto su hermana que está en paradero desconocido, había muerto en un bombardeo), considerando que «allí su vida no corre peligro». Khaled se fuga del CIE, con la complicidad de una empleada y opta por vivir en la ilegalidad. Wikström le descubre durmiendo junto al basurero del restaurante y allí se queda haciendo la limpieza. Khaled salva milagrosamente la vida, gracias a unos vagabundos, cuando tres auto-reclamados patriotas finlandeses intentan pegarle fuego en el garaje donde duerme, pero acaba recibiendo un navajazo en el vientre, del que puede acabar muriendo.

Sin embargo, en la película de Aki Kaurismäki triunfa, lo mismo que en Le Havre, la moral primaria y natural, sin pretensiones ni restos de moralina. Porque, como explica Siscu Bages en esta página de EL TRIANGLE, se acerca a la realidad de los exiliados de manera directa, clara, sencilla, desprovista de marketing buenista o la xenofobia tóxica que nos invade. Porque no busca finales felices sino los mejores para los suyos y para su historia. «Con esta película -apunta Kaurismäki- me he esforzado en romper con la visión europea de que todos los refugiados son víctimas patéticas o emigrantes arrogantes que invaden nuestros países para quitarnos el trabajo, la mujer, la casa y el coche».

Es más fácil encontrar humanidad que doctrina en su cine. Pinta el mal crudamente, como lo es. Como lo ejercen los matones fachas y el tribunal que decide extraditar a Khaled sin temblarle el pulso. Pero siempre queda la esperanza. La del propio dueño del restaurante, la de sus compañeros, la de quienes le fabrican una identidad falsa, la del camionero, en fin, que se arriesga para transportar clandestinamente a su hermana. Esperanza que también retorna para la vida de Winström porque su mujer, que ha puesto un chiringuito para vivir, le dice que ha dejado de beber.

«La creación e imposición de prejuicios estereotipados despiertan un eco siniestro en Europa. No me importa reconocer que El otro lado de la esperanza es hasta cierto punto, una película tendenciosa que intenta influir sin el menor escrúpulo en las perspectivas y opiniones de los espectadores, al mismo tiempo que manipula las emociones para conseguir su objetivo. Y dado que estos esfuerzos fracasarán, espero que al menos quede una historia recta y melancólica con toques de humor, una película casi realista en torno a algunos destinos humanos en el mundo de hoy en día», dice Aki Kaurismäki.

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