Cuento de verano

Definitivamente, la Cerdanya no es lo que era. La boda de Gabriela Palatchi, hija del presidente de Pronovias Alberto Palatchi, con el turco Ediz Elhadef en Puigcerdà y la estadía del presidente de la Generalitat en Martinet y Montellà, aportan imágenes inéditas al álbum familiar del veraneo ceretano. Lejos quedan los aromas de la costellada estival de Queixans, iniciativa del ex- diputado de Unió en el Parlament Jordi Casas, que algunos calificaron del «contrasuquet» (el de Pere Portabella) por la filiación política del anfitrión más que por el lugar de celebración del evento.

En el mayor de los secretismos, Gabriela Palatchi y Ediz Elhadef protagonizan una de las bodas más señaladas de la temporada, informan Lecturas y Hola, que precisan que la «espectacular novia lucía un traje con los hombros al descubierto -escote bustier- largo y entallado estilo sirena, de encaje en chifón y tul, un vestido de cola de 2,50 metros que llevaba prendido un velo de 3,30 metros». La ceremonia, que empezó un día antes con una fiesta flamenca en el puerto de Barcelona, se celebró en la residencia y espectacular jardín que los Palatchi poseen en Guils de Cerdanya. Un Mercedes Maybach, cuyo alquiler cuesta unos 1.800 euros a la hora, trasladó a la pareja y 16 estilistas se encargaron de que Palatchi brillara con luz propia. La coreografía de la fiesta, atril e intervenciones incluidas, no podían dejar de rememorar las imágenes de la boda de Connie, la hija de Don Vito Corleone y Gianni Ruso, al comienzo de la película El Padrino.

Pronovias tiene su origen en El Suizo, una tienda especializada en encajes, bordados y tejidos de seda fundada en 1922 por Alberto Palatchi Bienveniste, judío que se instaló en Barcelona procedente de Turquía. Ahora, con 155 tiendas, está presente en un centenar de países, incluidas las de la propia Turquía, donde Ediz Elhadef, el ahora marido de Gabriela (al que algunos denominan el Junot turco), comparte intereses en el negocio de la moda. Recientemente y sin pelos en la lengua, Alberto Palatchi, afirmó en el Círculo Ecuestre de Barcelona que su empresa se debía «preparar» ante una situación (la independencia de Cataluña), que pondría en riesgo su futuro.

En las antípodas del imaginario colectivo de «la boda del año», el presidente Puigdemont también ha recalado, cómo no, por el verano ceretano y lo ha hecho, podría decirse, por la puerta de atrás. En Martinet y Montellà, primeras localidades que el viajero procedente de la Seu de Urgell se encuentra al entrar en la Cerdanya. Lejos del núcleo duro del dinero y del poder del valle pirenaico. ¿Habrá sido porque, ante la inminente moción de censura y de quién depende, alguien ha recomendado a Puigdemont lucir perfil popular? ¿Será que su figura personal y de partido tiende a confundirse cada vez más con la de sus compañeros de viaje de ERC? ¿Podría ser que, escaldado por la paella de Rahola o consecuente con ella, huyó a refugiarse en las localidades más periféricas, digamos, de la Cerdanya?

En cualquier caso, el yin yang -boda y veraneo presidencial- se alejan muchísimo de aquella época dorada del veraneo ceretano que protagonizaban políticos y empresarios de onda convergente, pepera y adláteres. «Se acabó la austeridad. Los políticos y la ‘alta sociedad’ podrán volver a lucir tostado, el 2003 en Queixans», titulaba entonces eufórico ABC. Hasta que, claro, llegó el tío Paco con las rebajas, se fue la onda especulativa postúnel (del Cadí), con ella algunos de los negocios que propició y, cómo no, el buen rollo político de derechas que la envolvía. El humo de los Cohibas de Piqué se difuminó… La Cerdanya, no hay duda, está dejando de ser lo que fue aunque, es cierto, algunos nacionalistas naifs siguen reclamándola como metáfora de una Catalunya independiente. Es decir, como un eterno veraneo.

Y para después de un veraneo, nada mejor que Un cuento de verano, como la película de Rohmer, que viene a decirnos que nada serio puede cuajar en tres semanas, pero sus protagonistas salen enriquecidos en experiencia, madurez y apego a la vida. O quizá, según José Mota, también podría ser que algunos aconteceres del veraneo en la Cerdanya no son sino mero reflejo o metáfora de otras realidades.

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