El presidente Junqueras

Tan entretenidos estamos los catalanes disfrutando del sainete protagonizado por los políticos españoles que no nos hemos dado cuenta de que aquí tenemos dos presidentes por el precio de uno, y de que uno manda mucho más que el otro. Es lo que tiene la bicefalia perfeccionada después de la Maragall-Carod experience: uno pasea su melena por el país haciendo proclamas independentistas y presumiendo de un gran dominio de los pronombres átonos mientras que el otro se encarga de ejecutar lo que sea o a quien sea y de ir amueblando el despacho con los trofeos. De momento ya tiene la cabeza de Artur Mas y esto no ha hecho más que empezar.

Oriol Junqueras es el verdadero presidente de la Generalitat. Ya lo decían bien los guionistas del Polònia hace unos cuantos meses cuando le nombraron Oriol I el Gordo y los cándidos convergentes les rieron la gracia. Al margen de los títulos reales, en casa siempre hemos creído que quien tiene la llave de la caja es quien manda de verdad aunque la caja esté vacía como es este el caso. Lo que todavía no sabemos es cómo se las ingeniará un historiador especializado en la Cataluña del siglo XVI para que le cuadren las cuentas del siglo XXI, pero no nos pongamos nerviosas. Quizás durante el COU el líder republicano tuvo una visión sobre su futuro político y acabó haciendo letras mixtas.

Estos días se están nombrando un montón de cargos. Incluso el valiente consejero de Asuntos Exteriores ha plantado cara y, obviando los improperios constitucionales que le llegan de Madrid, ha empezado a fichar ex compañeras de partido. Me comentan que en la sede ecosocialista no ganan para disgustos y que todavía con la dolorosa traición de Raül Romeva por digerir, ahora han de empezar un nuevo duelo por la marcha de Carme García, nueva directora general de Relaciones Institucionales. El regidor Alfred Bosch debe de estar bien contento porque se ha cumplido su delirante sueño de un tripartito formado por CDC, ERC e ICV. Da lo mismo que sea en el lado norte de Sant Jaume.

Siguiendo con las designaciones gubernamentales, también unos cuantos periodistas se han visto recompensados estos días por el buen trabajo hecho. Algunos son adquisiciones de nuevo cuño, pero otros llegan a la Generalitat bien curtidos de guerras anteriores. Recuerdo el caso, por ejemplo, de Pere Martí, el nuevo director de Comunicación de Carles Puigdemont. Martí substituye en el cargo a Joan Maria Piqué, quien antes de hacer de maestro de ceremonias de Mas, fue colocado a dedo y con calzador en la sección de Sociedad del diario Avui provocando una auténtica revuelta en la redacción. Ahora le tendrán que buscar algún cargo bien remunerado para seguir luciendo su colección de gafas.

La nueva responsabilidad de Pere Martí, hijo del convergente y exresponsable del Centro Unesco de Cataluña, Fèlix Martí, me ha dejado, una vez más, bien descolocada. Por ahora, la única explicación lógica que le encuentro es que lo ha puesto el presidente Junqueras para que se asegure de que el hijo del pastelero no es tentado por el lado oscuro de la fuerza, un poco como hizo Marta Ferrusola recomendando Lluís Prenafeta a su marido para tenerlo controlado fuera de casa.

Pere Martí aterrizó muy bien apadrinado en la sección de Política del Avui para entrevistar a Pere Esteve cada mes hasta que éste se pasó a ERC y dejó el diario unos años más tarde para hacer de responsable de Comunicación del vicepresidente Josep-Lluís Carod-Rovira. El nombramiento cayó como un jarro de agua fría entre las filas convergentes porque le consideraban uno de los suyos. El impacto fue tan fuerte que incluso el cardo entre lirios Salvador Sostres estuvo durante días paseando por la redacción en estado de shock y le dedicó una nutrida colección de artículos de opinión acusándole de traidor.

Dicen que, por suerte, ahora estamos viviendo otros tiempos y que con un poco de paciencia los catalanes acabaremos atando los perros con longanizas. De momento, sin embargo, la nueva política lo único que ha hecho es que en España ningún presidenciable se atreva a presentar su candidatura a Felipe de Borbón mientras que en Cataluña, mucho más lampedusiana por tradición y proximidad geográfica, hemos conseguido que casi todo cambie para que casi todo siga igual.

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