Echaremos de menos la sonrisa de Artur Mas

Una frase muy habitual de los tertulianos que quieren parecer brillantes es la que dice que este o aquel político ha pasado de «ser parte de la solución a ser parte del problema». Artur Mas encaja perfectamente en esta expresión. Durante mucho tiempo, ha sido necesario para garantizar el apoyo de buena parte de la derecha catalana al proceso independentista. Sin él a la cabeza, no habría sido posible el tránsito del nacionalismo teórico al independentismo práctico de los votantes y simpatizantes convergentes.

Hecho este servicio, sin embargo, ahora estorba. Lo sabe él y lo saben sus interlocutores de ERC y la CUP cuando se trata de buscar nuevo presidente de la Generalitat. Los 62 diputados de Junts pel Sí son insuficientes para investir presidente. Necesitan apoyos de otros grupos. Como poco, precisan tener más votos a favor que en contra en la segunda votación de investidura.

Tan evidente es este problema que las negociaciones entre Junts pel Sí y la CUP para que los 10 diputados de esta formación se mojen en la votación presidencial han aparcado el debate sobre quién podría ser el futuro presidente. O presidenta, porque suena mucho el nombre de la portavoz actual del Gobierno, Neus Munté.

Que Mas se vaya no perjudicará el apoyo a la causa independentista. CDC ya ha evolucionado hacia el secesionismo y no se hará atrás si la encabeza otro dirigente, o una dirección rotatoria como proponen los cuperos. Incluso, independentistas sobrevenidos procedentes de posiciones de izquierdas tendrán menos mala conciencia a la hora de justificar su decisión.

Si no se va es por razones que no tienen que ver con la consolidación del proyecto independentista. Además, dejar la presidencia de la Generalitat no tiene porqué significar su muerte política. Siempre podrá ser un presidente de Òmnium Cultural mucho mejor que Quim Torra y en TV3 y Catalunya Ràdio no le faltará trabajo. Incluso, puede pactar la dirección de la embajada catalana en las Naciones Unidas y preparar un discurso histórico calcado al de Pau Casals, en 1971.

Echaremos de menos su helada sonrisa junto al rey Felipe VI cuando lo silban en el palco del Camp Nou o a la alcaldesa Ada Colau cuando Alberto Fernández Díaz y Alfred Bosch se pelean por colocar sus banderas.

En este caso, sí es cierto que más que echarlo en falta, muchos lo agradeceremos.

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