Langostas

Decía la regidora de Ciutat Vella que los turistas de cruceros son como una plaga de langostas porque dejan un rastro de destrucción a su paso. Sus declaraciones, hechas a nivel personal en una entrevista con trasfondo electoral, han sido muy criticadas porque cada vez que la controvertida Gala Pin abre la boca le llueven palos. Sin embargo, es un hecho que fuera del desierto más reseco, donde las nubes de langostas son una bendición por los nutrientes que aportan a la escasa dieta humana, estos insectos no son bienvenidos en ningún sitio. En el caso de Barcelona es fácil identificarlas, aunque escondan las antenas, porque van en pantalón corto y chancletas, caminan en rebaños catatónicos y hablan lenguas ininteligibles.

Como pasa con los acrídidos típicos, los que no se disfrazan de humano, también en este caso hay subespecies. Están las langostas que llegan en los cruceros –coloradas como los crustáceos con los que comparten nombre por la influencia marina- y también están las langostas que llegan en avión, más pálidas. Estas últimas hace días que se pasean por el centro de la ciudad camufladas bajo el aspecto de estudiantes de viaje de final de curso alterados por las hormonas y los destilados baratos. Gritan, se paran en cualquier sitio a hacerse un selfie, colapsan los accesos al metro e inundan los vagones con unos efluvios a sobaco y pies que cortan la respiración.

Poner a parir a la regidora Pin se ha convertido en una tradición y todo el mundo participa con alegría en el aquelarre. La oposición ha lamentado la comparación de los cruceristas con las langostas, pero poco ha censurado a los vecinos trastornados que le regalan tarros llenos de cucarachas vivas como si ella fuera la culpable de que el subsuelo de Barcelona esté lleno de ratas y de otras criaturas alienígenas. Para desautorizarla nos dicen que las langostas que hacen turismo no se tocan porque detrás del rastro destructivo de la expulsión de vecinos, el pequeño comercio arruinado y los precios delirantes de las viviendas dejan una lluvia de cagarrutas y dinero. Pero a mí no me engañan.

Reproduzco las afirmaciones de Miquel Puig, una persona de solvencia contrastada, respecto a los supuestos beneficios de las langostas viajeras. El economista convergente fichado como independiente por ERCnest Maragall dice que el turismo de cruceros no deja tanto dinero como nos quieren hacer creer y que es una actividad económica poco sostenible. El polémico exdirector de la antigua CCRTV –que un día de diciembre de 2001 dijo que Cataluña no necesitaba más autogobierno provocando las iras del rey Artur- explicaba en un artículo de opinión que “el turismo de cruceros puede y ha de ser gestionado de forma que sus beneficios superen sus costes sociales, cosa que, hoy, no está nada claro que pase”.

Mientras seguimos discutiendo si los barceloneses queremos ser devorados por una plaga de langostas en forma de crustáceo o en forma de insecto, Enric Cañas, el consejero delegado de TMB que confunde la inflamación de la pleura que provoca la inhalación de amianto con un simple resfriado, ha decidido poner unos vistosos plafones en las estaciones del metro para informar a los sufridos usuarios de los vagones donde refugiarse en caso de ataque langostinero masivo. La prueba piloto se pondrá en marcha a principios del año que viene en tres estaciones de la L5 y tiene un presupuesto de unos 60.000 euros.

Es una lástima que tengamos que esperar todavía un año para que este sistema, que incluye información sobre la temperatura de los vagones y te sugiere donde colocarte en el andén para que los pelos del sobaco de la langosta no te queden a la altura de la nariz, se empiece a implantar en el metro de Barcelona. Como usuaria de la L4 que soporta con una rabia cada vez menos contenida viajar apretujada entre tanta langosta pringada de crema solar desde abril hasta septiembre, también reclamo ambientadores en los vagones y duchas en los andenes. Las sardinas al natural y en escabeche lo agradeceremos.

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