Volver a Shangri-La

En 1933, el presidente de la República de Weimar, Paul von Hindenburg, nombraba canciller al hombre que siempre había despreciado llamándole “ese cabo austríaco”: Adolf Hitler. Con ello, moría la democracia en Alemania y se abría un sórdido período que conduciría a una guerra mundial, a los campos de exterminio y, como colofón, a la detonación del arma más mortífera jamás creada, la bomba atómica.

Aquel año, la penuria económica, el auge del fascismo y el resentimiento alemán por la derrota en la Gran Guerra, conformaban un ambiente tóxico, saturado de odio y polarización. Y en medio de esa atmósfera premonitoria, que auguraba los desastres que luego sobrevinieron, James Hilton publica la que será su obra maestra:  Horizontes Perdidos (“Lost Horizon”). En 1937 Frank Capra rodaría una magnífica versión cinematográfica a la que seguiría, en 1973, un musical dirigido por Charles Jarrott, con una maravillosa banda sonora compuesta por Burt Bacharach, con letras de Hal David. Hoy es una obra menor, descatalogada e inencontrable, pero quien esto escribe quedó literalmente cautivado por ella.

Susana Alonso

La conexión entre ambos hechos  (el convulso mundo de preguerra y la publicación de una novela) no es casual. Porque Horizontes Perdidos relata precisamente la existencia de un lugar idílico, escondido entre las gigantescas montañas del Tíbet, donde reina una armonía y una paz eternas. Es decir, justo lo contrario de lo que era el mundo en 1933. El concepto no es nuevo, pues se halla en el budismo tibetano (si bien con el nombre de Shambala), pero es James Hilton quien lo populariza hasta límites extraordinarios con su libro. Tanto, que hoy forma parte del imaginario occidental: nadie sabe exactamente qué es Shangri-La, y menos aún donde se encuentra, pero todo el mundo ha oído hablar de él y sabe, o intuye, que se trata de un paraíso, un refugio, un santuario. La perfecta utopía.

Recapitulemos: en una India británica envuelta en disturbios y revueltas, cuatro occidentales deben ser evacuados en un avión. Durante el viaje, descubren que el verdadero piloto ha desaparecido y que un impostor los ha secuestrado. La aeronave pone rumbo en sentido contrario, en dirección al Tíbet, y finalmente acaban realizando un aterrizaje forzoso. El piloto muere, pero el grupo es recogido por unos porteadores que lo conducirán a Shangri-La, un monasterio situado en un valle llamado de la Luna Azul. Un lugar que es un verdadero milagro de la naturaleza, pues goza de un microclima cálido y benigno, rodeado por imponentes cumbres que lo protegen de las ventiscas y los hielos eternos.

En ese espacio privilegiado, cerrado e ignoto, la gente vive en paz consigo misma, la juventud se prolonga hasta límites insospechados y las personas viven cientos de años. Una teocracia benigna -que vive dedicada al conocimiento y la sabiduría- rige el pequeño valle, aplicando la moderación como criterio rector de todas las cosas: desde el gobierno hasta las relaciones amorosas, pasando por la propia religión, donde conviven sin mayor problema el cristianismo y el budismo. El drama surgirá cuando nuestros viajeros hayan de decidirse entre volver al mundo que conocían o gozar de una nueva vida, plena de bienestar físico y espiritual; porque, contra lo que pueda pensarse, nadie les retiene, no son prisioneros.

Durante décadas, la novela estuvo tan perdida para el público de habla española como el propio Valle de la Luna Azul. Ha tenido que ser una editorial radicada en Andorra (Trotalibros) quien nos la devuelva, con la colaboración del gobierno de aquel país. Una edición primorosa para una obra de culto, un clásico contemporáneo cuya enorme difusión le debe mucho a haber sido el primer libro de bolsillo publicado a gran escala, por la primera editorial dedicado a este tipo de textos: Pocket Book.

No estamos ante una simple novela de aventuras. Horizontes Perdidos va mucho más allá y mueve a hondas reflexiones sociales, políticas y filosóficas. El presagio de una catástrofe de proporciones planetarias que arrasará la civilización, ante la que Shangri-La se yergue como último refugio; la llamada a vivir con moderación y serenidad, abandonando una vida vacía y frenética; y, en fin, el eterno anhelo humano de hallar la armonía y la paz interior, son algunos de los temas que hallaremos en sus páginas. Y que nos interpelan hoy igual que ayer, aunque sólo sea porque nuestro mundo es actualmente tan convulso y desquiciado como el que vio nacer a esta obra necesaria.

Volvamos a Shangri-La.

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