Xavi y Laporta, con su exceso de euforia, hacen más doloroso el KO europeo

La atmósfera previa de entusiasmo y de expectativas exageradas dejó al equipo, y sobre todo al entrenador, sin capacidad de respuesta a la primera adversidad y muy frustrado al barcelonismo, que además ha perdido 70 millones

Xavi Hernández - Foto: FC Barcelona

De todos los partidos que el Barça podía perder esta temporada, seguramente era el de vuelta de la Champions contra el PSG el más doloroso para una afición que, en su mayoría, daba por hecha la clasificación para las semifinales, sobre todo en el minuto 12 de partido de Montjuic, cuando la eliminatoria se puso tan cuesta arriba para el rival con el gol de Raphinha que significaba el 4-2 global con la ventaja añadida de jugar en casa.

La gestión del equipo en la jugada de la expulsión de un defensa clave como Araujo, que dejó al equipo en inferioridad numérica, es lo que merece, por desgracia, una revisión a fondo y determinante sobre el nivel y capacidad del staff técnico azulgrana, pues está claro que esa jugada en el minuto 29 cambió demasiado el rumbo de un partido que, una hora más tarde, puede decirse que había arruinado la temporada azulgrana en casi todos los aspectos. La derrota final por 1-4 (4-6 en la eliminatoria) tuvo como primera consecuencia el descarrilamiento de un tren que habría llevado a la tesorería azulgrana nada menos que 70 millones de ingresos extra por lo menos, 50 millones de la clasificación del Barça para el Mundial de Clubs FIFA del 2025, donde estarán todos los grandes menos el club azulgrana, más el acumulado de la victoria sobre el PSG, el premio por jugar semifinales y la recaudación de un partido más en el Lluís Companys.

Más allá de si la roja a Araujo fue del todo justa o injusta, aunque las imágenes dejan poco margen a la interpretación, la respuesta de Xavi no estuvo ni mucho menos a la altura de las circunstancias. Nervioso, atribulado y sobrepasado por las circunstancias, no supo corregir la puesta en escena del equipo, darle consignas claras y eficientes para resistir frente a una situación de desventaja que primero fue numérica y, demasiado pronto, futbolística.

Tuvo el descanso y cambios a mano para encontrar la forma de sacarle provecho a la necesidad y la urgencia del PSG, que tomó las riendas del juego y del dominio del balón hasta ir sumando con regularidad los goles suficientes para darle la vuelta a la eliminatoria, ya sin el propio Xavi en el banquillo, expulsado por protestar infantilmente y en un momento del partido y de la temporada donde sus jugadores más necesitaban alguien con suficiencia, seguridad, talento, cabeza fría y soluciones efectivas y prácticas. Xavi acabó lloriqueando inútilmente en la sala de prensa acusando al árbitro de la derrota y del KO continental, el quinto de Xavi en tres temporadas.

La otra cara aún más amarga que de la del equipo desmoronándose a la primera adversidad futbolística, con un equipo y recursos de sobras para resistir con diez jugadores y un marcador con dos goles de ventaja, la ofreció una afición desconsolada, triste e inesperadamente frustrada, mucho más de la cuenta, sin duda, por el exagerado clima de euforia y de exceso de confianza generados por el propio Xavi y por un presidente, Joan Laporta, que quiso ser uno de los grandes protagonistas de la previa, haciéndose grabar por todas las teles y canales digitales en el entrenamiento previo.

Hacía semanas que, con los resultados positivos y la estabilidad defensiva aportada por Cubarsí, entrenador y presidente habían alentado un entusiasmo creciente, exagerado y peligroso en torno a la posibilidad de ganar Liga y Champions gracias a la recuperación tardía del equipo. Casi se dio por hecha la condición de finalista del Barça en la Champions cuando el sorteo emparejó al equipo de Xavi con el PSG y al ganador de la eliminatoria con el ganador del choque entre el Atlético de Madrid y el Borussia Dortmund.

El tándem Laporta-Xavi, en lugar de enfriar y poner en cuarentena estas expectativas y reducir las posibilidades reales del equipo a las demostradas sobre el terreno de juego, a ocho puntos del Madrid en la Liga y sin haber eliminado en Europa a ningún equipo que fuera líder en su liga, dieron alas a esta ola de entusiasmo que, siendo legítima y lógica entre los aficionados, se ha manifestado imprudente y equivocada en el seno de la junta, del cuerpo técnico y, por elevación, en una prensa y entorno digital absolutamente desbocado y fuera de todo control y medida.

Dolor y desánimo impregnan el barcelonismo el día después de que Laporta y Xavi hayan perdido mucho más que una eliminatoria antes de un final de temporada que, a falta de un milagro en la Liga, puede arrojar un balance realmente desalentador y más dramático de lo que parece a simple vista. De cara al partido del domingo en el Bernabéu esta lección de humildad para todos puede servir de ayuda.

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