Laporta fracasa en su estrategia y pierde la batalla frente a Nike

Promover la mala imagen pública de su patrocinador y poner a la afición azulgrana en su contra con una desagradable campaña mediática sólo ha servido para enfurecerlo y complicar la obligada reparación de las relaciones para evitar un perjuicio mayor

Joan Laporta, amb una samarreta del Barça

El conflicto con Nike, sobre el que Joan Laporta ha estado frivolizando y dando pábulo a la posibilidad de cambiar de patrocinador técnico de la camiseta la próxima temporada, ha entrado en la fase definitiva de vuelta a la calma. Un frenazo forzoso y obligado a la espiral de locura desatada desde la propia junta y la presidencia con la que la prensa se ha dado un festín de especulaciones y, sobre todo, de fantasías y de escenarios imposibles. La realidad es que, en el mejor de los casos -es decir, el de una ruptura por el motivo que fuera, por las buenas o por las malas-, el FC Barcelona estaría obligado a comercializar, explotar y rentabilizar la producción estipulada en el contrato con Nike durante los dos años siguientes a la fecha de un presunto acuerdo que resolviera ir cada uno por su camino.

Esta es la cláusula del contrato menos discutible y más sólida, debido a que los tiempos de diseño, aprobación y fabricación de la camiseta siempre están fijados por anticipado a dos temporadas futuras. De otra manera, a Nike le sería imposible completar la enredada secuencia de preparación de cada una de las camisetas. No es sólo elegir un diseño con la sensibilidad y la visión acertada para que dentro de dos años sea rompedora, moderna, actual y competitiva. Luego de aprobarse la primera camiseta se ha de proceder igualmente con la segunda y tercera equipación y, lo más importante, venderla a todo el mundo también a más de un año vista, pues el circuito no está limitado ni mucho menos al reducido espectro de las tiendas de Nike por todo el mundo.

El negocio real pasa por una distribución de grandes mayoristas del mercado internacional que, calculadamente, realizan una compra de stocks en forma de previsión a medio y largo plazo que, en ningún caso, se ajusta coyunturalmente sobre la demanda puntual. En su conjunto se trata de una delicada y afinada operación de marketing no exenta ni mucho menos de riesgo aun tratándose de un valor tan seguro y atractivo como el Barça.

Lo que quiere decir, contrariamente al bulo que ha difundido casi toda la prensa por creerse las banalidades y las reacciones compulsivas y emocionales de la junta y del presidente, que nunca se ha barajado la posibilidad de que el Barça jugara la próxima temporada 2024-25 con una camiseta que no fuera la que Nike lleva trabajando y produciendo desde hace ya muchos meses, prácticamente esos dos años impepinablemente necesarios. No hay vuelta de hoja al respecto.

Se había alcanzado, sin embargo, un grado de paroxismo y de descontrol informativo exagerado por culpa de la excitación mediática del entorno laportista y la indolencia de la directiva permitiendo, se diría que promoviendo con cierta alevosía y nocturnidad, una ruidosa tormenta directamente focalizada contra la marca, acusándola de incumplimientos, dejadez, negligencia y desinterés por su parte.

Laporta y su aparato no han dejado de escenificar un contexto en el que, exclusivamente por culpa de Nike, el club transita por un infierno de precariedad y de una posición de desventaja con respecto al resto de los clubes, viéndose obligado a cumplir unas condiciones desfasadas y por debajo de otras ofertas.

No ha sido un conflicto, a diferencia de otros episodios, marcado por la discreción y la diplomacia. La guerra, al menos por parte del bando barcelonista, había entrado en una fase descarnada y marcada por un planteamiento radical sobre la necesidad de una ruptura inminente del contrato de Nike y la manifiesta voluntad azulgrana de dejarse caer en manos de Puma o bien, llegado el caso, de fabricar y distribuir con los recursos propios del club la camiseta de la 2024-25 mientras se resolvían legalmente los papeles del divorcio.

Esta posibilidad tan aireada y puesta sobre la mesa de la actualidad barcelonista a base de titulares inequívocos y rotundos sobre la determinación, sobre todo la necesidad, de dejar atrás la era Nike -eso sí, mientras la Liga y la Champions entraban en un letargo insufrible por culpa de la final de la Copa del Rey y de los amistosos de la selección- pareció tan real que se dio por hecha y ya acordada, a falta solo de la ratificación oficial por parte de la junta directiva en la última reunión de la junta del 26 de marzo pasado.

Contra todo pronóstico, pues el propio Laporta se inventó un pódcast previo para anunciar que ya se estaban estableciendo medidas cautelares conducentes a la separación, de aquella reunión no ha trascendido absolutamente nada, sólo un silencio sepulcral y la sensación de que, realmente, quien tiene la sartén por el mango es Nike y no Laporta.

Desde luego que, como han actuado de forma cíclica y repetitiva las directivas de Núñez, Gaspart, Laporta y Bartomeu, esa agitación y descontento puntuales había servido para forzar una renegociación avanzada del acuerdo por diez años, regularmente dos temporadas antes de su expiración. Y esta vez Nike reaccionó con la misma diligencia, prontitud y predisposición al diálogo y la negociación, con la diferencia que las posturas se fueron enconando en lugar de encontrar un marco de entendimiento por dónde avanzar.

El giro de guion ha sido finalmente el menos previsto por la junta y por esa ruidosa cabaña mediática que, precipitadamente, por creerse una vez más el relato de la junta y prescindir del deber profesional de verificar la información y de contrastarla, dio por segura la victoria de Laporta sobre el imperio Nike. Las fuerzas son tan desiguales que, a la fuerza, a Laporta le toca volver a empezar e intentar salvar unas relaciones que si se han de acabar quebrando en los tribunales, se llevarán por delante millones en pérdidas y reparaciones administrativas e indemnizaciones, además de una posible caída de las ventas y el daño reputacional frente a otras marcas que, llegado el momento, quizás duden de la lealtad barcelonista.

Después de todo, suponiendo que Nike y Barça se avinieran a romper su contrato -nunca antes de dos temporadas por delante- sería para acabar firmando con un patrocinador que exigirá la misma duración de contrato, por diez años, y frente al cual el Barça negociará con la necesidad de salvar los muebles a corto plazo, reproduciéndose el mismo esquema y situación con Nike al poco tiempo.

Cualquier solución pasa hoy, por tanto, por pedirle perdón a Nike, de algún modo, y restaurar los puentes rotos por Laporta a causa de su desbocada y equivocada estrategia frente a un enemigo que, en plan de guerra, le supera en recursos y resistencia en una proporción exageradamente desfavorable para el Barça. Otra batalla perdida.

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