El liderazgo político en su laberinto

Una de las batallas que se dan hoy en día en el mundo democrático gira alrededor de como ejercer el liderazgo político. La derecha populista y extrema ha sido capaz de imponer un debate basado en el griterío, la descalificación, la mentira, la polarización y el extremismo. Y las próximas elecciones europeas, y en otros lugares del planeta, demostrarán su avance, sin que se atisbe una neutralización de sus planteamientos. Tristemente en Catalunya también tendremos nuestro trocito de polarización, y sino tiempo al tiempo.

Durante años la opinión pública admiraba a líderes políticos que se comportaban como visionarios, líderes de equipos, anticipadores de situaciones complejas, que se arriesgaban a decidir. De Gaulle, Willy Brandt, Kennedy, Churchill, Dubceck, Delort por mencionar algunos destacados, ofrecían una imagen de que estaban preocupados por lo que pasaba en el mundo y en el entorno que les rodeaba. Liderazgos efectivos que, como Henry Mintzberg planteó en su momento, representaban liderazgos heroicos, ejemplarizantes, aglutinadores, con una idea clara de su proyecto y una capacidad para generar confianza y transmitir ilusión, esperanza, valores, y capaces de agrupar fuerzas para impulsar cambios.

Susana Alonso

Durante muchos años, sobre todo a partir de los años 2000, se comenzó a hablar de liderazgos post heroicos, cortoplacistas, poco carismáticos, coyunturales y no precisamente visionarios. Se dio en el momento de plena efervescencia neoliberal en el que las grandes empresas, bancos y fondos de inversión y empresas tecnológicas dominaban el crecimiento económico y sus líderes eran vistos como los nuevos conductores de la humanidad. El Foro de Davos reforzaba estas estrellas emergentes que denotaban nuevas conductas focalizadas en una exhibición en plan star system, tenían recetas para todo y aportaban su granito de arena al desprestigio de la política y a la legitimidad de ésta. Inclusive antiguos líderes, sobre todo los de la “tercera vía” (Blair, Schroeder y en menor medida Clinton) con su paso al sector “privado/lobby” alimentaban esta imagen.

El fin de las ideologías de progreso, de las grandes utopías, el fracaso del “socialismo real”, el declive socialdemócrata, ayudó a este ocaso de modelos innovadores de liderazgo político y comenzó a emerger un modelo más modesto, pragmático, poco ambicioso. La debilidad post heroica fue dando paso a que, en el otro polo político, emergía un modelo iliberal, autoritario, “populista”, un liderazgo “auténticamente fuerte”, como el que representaban nuevos políticos, especialmente a partir de 2010.

No debe extrañar que hoy en día los liderazgos hegemónicos se han ido convirtiendo en modelos en los cuales priman una adhesión al líder por la capacidad que tiene de enfrentarse de manera simple, polarizada, no pocas veces demagógica, y en general bastante lejana de la verdad. Es un modelo que aspira a debilitar las instituciones democráticas, a presentarse salvadores de la patria, a deteriorar la independencia del poder judicial y la separación de poderes, y a pretender el dominio y control de los medios de comunicación.

Ejemplos nos sobran y en este paquete podemos incluir desde a Putin a Trump, de Netanyahu a Bukele, de Orban a Milei, líderes que se preocupan mucho más en desprestigiar a todos sus adversarios, usar muchas fakes y simplificar sus mensajes para poder captar la atención de las masas, que a una respuesta coherente y sensata próxima a la verdad de lo que le puede estar ocurriendo al país en el que gobiernan.

Los modelos iliberales de los líderes antes mencionados tienen claro que no todo el pueblo es el «pueblo» y los que no se adhieren a sus posturas son, simplemente, enemigos del pueblo.

Este liderazgo fuerte emergente tiene puntos en común con las figuras históricas de los «hombres fuertes-dictadores», como bien señala Ruth Ben-Ghiat. Cuando los hechos son buenos, se atribuyen su mérito. Cuando son malos, hacen que los medios de comunicación los borren. Los problemas se deben a condiciones externas o a acciones enemigas. Los resultados decepcionantes se presentan como aún mejores de lo que otros podrían conseguir. La calumnia y las fakes son las principales herramientas de construcción de su discurso político.

Es en este momento, en que se hace tan importante pensar en términos de otros modelos de liderazgo, cuando es claro que la verdad, la primera víctima en cualquier batalla, es sustituida por un modelo de comunicación de estos nuevos líderes basado en simplificaciones y mentiras que llevan a que la ciudadanía se adhiera de manera incondicional a posiciones maximalistas, no argumentadas, extremas, muy poco razonadas y muy irracionales.

¿Cuál sería el modelo para combatir estos modelos emergentes? Corresponde seguramente reconstruir un relato de progreso, que huya de extremismos y retóricas huecas, que sea lo suficientemente categórico en la construcción de un nuevo tipo de posicionamiento que exprese un liderazgo más atrevido en su discurso, más claro en su diseminación, más contundente en su mensaje, más ilustrativo y visible en su comunicación.

Hoy en día no hay suficientes ejemplos de espacios donde emerjan con capacidad de confrontación iniciativas para combatir a la extrema derecha en su vehemente demostración de capacidad para mentir, reducir las argumentaciones a discursos polarizados y simplificados. Y para colmo, las derechas clásicas, ya sea liberales o conservadoras, atrapadas en su competencia con la extrema derecha, lo único que se proponen es no quedar atrás en el desprestigio de las políticas de progreso, y se suman y someten a estas posiciones demagógicas, tal como lo vemos hoy en día en nuestro país.

En conclusión, queda mucho por hacer. Falta saber si los sectores de progreso serán capaces de tomar la iniciativa y dejar la posición defensiva para encaminarse hacia un modelo de liderazgo comprometido, proactivo e innovador, que neutralice y supere estos discursos torticeros que solo hacen que deteriorar y hacer perder legitimidad a una democracia que le está costando mucho de sostenerse en una visión de progreso, consenso y libertad.

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