Laporta ya tiene un comité de dirección ingobernable y de récord con 23 cargos

El multitudinario 'staff' ejecutivo actual, sin CEO que lo controle, despacha directamente con el presidente en un modelo de gestión caótico y ruinoso, todo lo contrario de los de Núñez y Rosell, reducidos, eficientes y rentables

Organigrama del FC Barcelona

Cuando el excandidato Víctor Font asegura que el Barça no puede seguir gobernado como en los años 80, no se sabe exactamente a qué se refiere, pues según se miren y se analicen las cifras y la estructura profesional de aquellos tiempos siguen arrojando datos asombrosos, especialmente si se contrastan con los tiempos que corren. Josep Lluís Núñez, igual que ahora Joan Laporta, ejercía como presidente ejecutivo, con la diferencia que no pisaba las oficinas de Les Corts, sino que convocaba a su staff en su despacho profesional de Núñez i Navarro de la calle Urgell, básicamente integrado por Anton Parera, gerente para todo, por su director financiero, Jaume Parés, y por Ricard Maxenchs, responsable de relaciones institucionales, área social y comunicación. Y solo ocasionalmente reclamaba la presencia de otros jefes de área por cuestiones puntuales. Eso sí, el reducido cuerpo ejecutivo, al igual que Núñez, daba muestras permanentes e inequívocas de su vocación y espíritu de servicio, infatigable, predispuesto a trabajar siete días a la semana los 365 días del año si fuera necesario.

El propio Núñez, cuando se marchaba de fin de semana a su casa de la Cerdanya, acarreaba un maletín repleto de trabajo que despachaba invariablemente. Lo que no hacía nunca era, desde luego, abandonar sus ocupaciones empresariales y relegarlas a un segundo plano, como hace Laporta, para dedicarle al club la mayor parte de las horas hábiles del día, por no decir la totalidad, ni tampoco reunirse en reservados de restaurantes de lujo en largas y pesadas comidas y cenas, o bien hacerse servir unas raciones bestiales de catering en cualquier parte de la ciudad inequívoca y costosamente con cargo al club. El resultado final era el mismo: el control absoluto presidencial de las grandes y las pequeñas cuestiones de la gestión, aunque, en el caso de Núñez, acompañado por su obsesión de ahorrar, ganar dinero y crecer patrimonialmente y, por el contrario, en el caso de Laporta, dejando un rastro de excesos, gastos ordinarios inútiles y de récord mundial (1.165 millones en el ejercicio pasado, insuperable) además de esa compulsión por fichar, repartir comisiones y transformar en palancas, en buena parte irrecuperables, 1.000 millones más recursos del club, además de acumular pérdidas.

Para ver mejor las diferencias, un ejemplo. La reforma del Spotify Camp Nou le costará al Barça de Laporta -sin el remate urbanístico, el entorno, los equipamientos renovados como el museo, el Palau Blaugrana y un hotel- devolver un préstamo de 1.500 millones, con casi 2.000 millones de intereses por culpa de la situación financiera tan poco oportuna y de alza de tipos en los mercados, fundamentalmente para levantar una nueva tercera grada, la que Laporta acaba de derribar con un sentido más vengativo que arquitectónico y comercial. Esa tercera grada se levantó en 1982, bajo la presidencia de Núñez, sin pedir una sola peseta a los bancos, solo con el avance de cinco cuotas anuales de los nuevos abonados derivados de esa ampliación.

Este contraste sobre las estrategias financieras tan opuestas resulta altamente significativo de la evolución de los tiempos. Pero no es el único, pues la constante de la gestión de Núñez a lo largo de sus 22 años de mandato fue la construcción de una sólida situación económica y patrimonial sin precedentes. Si en 1978 el fondo social era de 32 millones de pesetas negativo (193.000 euros), a 30 de junio de 2000 el saldo era de 10.636 millones de pesetas (64 millones de euros) después de cerrar el último ejercicio con 1.875 millones de pesetas (11,3 millones euros) de superávit con 20.786 millones de pesetas en ingresos y 18.236 millones de gasto. O sea, 125 millones de euros contra 110 millones de euros. Si proporcionalmente se aplican estas mismas ratios al cierre del último ejercicio de Laporta sobre los datos de la cuenta de explotación ordinaria, el resultado debió haber sido de 58,5 millones de ganancias y, en cambio, las pérdidas reales fueron superiores a los 500 millones por culpa de unos gastos insoportables de 1.165 millones.

El patrimonio aumentó exponencialmente en la era Núñez por la suma de las obras de mejora y la implementación de activos y servicios como la primera Masía (1979), la ampliación del Camp Nou (1981), el Miniestadi (1982), el casal de l’avi (1991), la guardería gratuita los días de partido (1986), el carnet de socio gratis para los jubilados (1984), el museo y la tienda (1984), el local para los veteranos en el Camp Nou, las secciones gratuitas para los socios (excepto en algunos partidos de baloncesto), el seient lliure (1998), la oficina de atención al socio (1996), las insignias de plata, oro y brillantes a la fidelidad (1984), los actos del centenario gratuitos para los socios (1998/99), la Fundación (1996), los ascensores para localidades altas, los videomarcadores, el Canal Barça TV, fcbarcelona.cat (1997) y, tras vender Fabra y Coats al CN Sant Andreu, en 1985, la compra de 32 hectáreas de terrenos en Sant Joan Despí destinados a la ciutat deportiva y la nueva Masía, y los terrenos de Can Rigalt y de Gavà, de una extraordinaria utilidad y revalorización.

A falta de conocer el terrible impacto del final presuntamente infeliz y catastrófico peso financiero de la obra actual del Camp Nou, que reducirá a 100 millones los ingresos de su explotación los próximos 30 años -menos que antes-, Laporta deja a día de hoy una deuda también imposible de gestionar, el 25% de los derechos de TV de la Liga hipotecados para los próximos 23 años, pendientes de financiar y construir el resto del Espai Barça -entre otros equipamientos, el nuevo Palau-, y unos terrenos en Viladecans, inservibles, con cuya compra se enriqueció a sus anteriores propietarios con una plusvalía de 15 millones y se ocasionó al Barça pérdidas parecidas.

Dañar la imagen del modelo y eficiencia de los años 80 con la frivolidad y desconocimiento exhibidas por Víctor Font para parecer más moderno y preparado revela que su relato también busca el aniquilamiento sistemático del pasado, simplemente porque esa ha sido la receta mediática que ha llevado dos veces a la presidencia a Laporta. Otra cosa son las consecuencias lamentables ocasionadas al club en los dos mandatos de los que ha disfrutado.

Una tercera visión histórica de ese pasado nuñista demuestra, por más que se le puedan atribuir errores o identificar discrepancias, que el fondo social, las reservas y los recursos apuntalados entre 1970 y 2000 han resistido el paso atilano, destructor y caprichoso de Joan Gaspart, de Joan Laporta e, incluso, el impacto de la covid desde entonces, también en buena parte gracias al enorme esfuerzo de recuperación y perpetuación de esa cultura patrimonial bajo la presidencia de Sandro Rosell. En ambos casos, Núñez y Rosell, el organigrama de la alta dirección se basó en la elección y trabajo de un staff reducido, a apenas de tres o cuatro  figuras en el caso de Núñez, que sí que delegaba funciones ejecutivas en sus directivos porque los obligaba a trabajar -desinteresadamente, por supuesto-, especialmente en el ámbito de los proyectos arquitectónicos y en el ámbito jurídico. Rosell nombró un director general realmente plenipotenciario que controlaba la totalidad de las áreas del club a través de un comité de dirección también limitado a media docena de cargos.

En la actualidad, el organigrama de funcionamiento expuesto en la web del club contempla hasta 21 cargos que penden directamente de dos directivos, Joan Laporta como presidente y Ferran Olivé como tesorero ejecutivo. Es decir, 23 miembros en total. Si la toma de decisiones y de reuniones de coordinación reúne en cada sesión a todos sus integrantes, eso explicaría el caos que reina en el club, de la misma forma que justifica ese mismo fenómeno si es Laporta quien despacha con todos ellos por separado.

Solo falta que venga Víctor Font y su caballería con esa cantinela de que hay que profesionalizar el club, pues, según la última memoria, Laporta reconoce hasta 24 empleados en el comité de dirección -más de los que figuran en el organigrama- y 848 trabajadores en todas las áreas que no tienen que ver con el ámbito deportivo, que serían 661 más. Hace 20 años, cuando el club ganaba dinero a raudales, la plantilla administrativa no superaba los 150 empleados.

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