Xavi solo sigue porque Laporta aún no tiene el dinero para echarlo

La insólita situación de mantener a un entrenador en el que la junta no cree y él mismo ha bajado los brazos se ha convertido en el escenario de la estabilidad más inestable y confusa de la historia moderna del Barça

Xavi Hernández

Joan Laporta nunca supo qué hacer con Ronald Koeman cuando le tocó decidir su futuro por dos veces, una al final de la temporada 2020-21, tras la conquista de la Copa del Rey y haberse quedado a las puertas de la Liga, y la otra cuando el equipo, sin Messi ni Griezmann, dio evidentes síntomas de regresión y de pérdida de potencial. Acabó destituyéndolo y poniendo a otro entrenador en el que tampoco creía, Xavi, otra leyenda azulgrana a la que sí hubo de darle una tanda de cuatro fichajes para empezar en aquel crudo invierno de 2022, luego otra de siete refuerzos en verano para asaltar la Liga y, finalmente, otros cinco antes de la actual temporada con la guinda casi cómica de Vitor Roque, que el sábado saltó al terreno de juego con el marcador anunciando un esperanzador 3-2 y se fue al vestuario con un insolente 3-5, su entrenador con un pie fuera, mentalmente hundido, y la extraña sensación de que el derrumbe institucional, más allá del futbolístico, está también más cerca que lejos.

Si Xavi sigue siendo hoy el entrenador es básicamente por dos razones. Porque Laporta nunca ha tenido un plan para el banquillo, solo soluciones mediáticas y excusas para sus operaciones exclusivamente canalizadas a través de sus amigos/agentes, y porque no existe ninguna posibilidad de pagarle el finiquito que tocaría para relevarlo a la vista de que sus métodos ni capacidad han fracasado estrepitosamente en cuanto la temporada se ha puesto un poco cuesta arriba.

No hay que darle más vueltas filosóficas ni envolver esta no solución, insólita y sin sentido, en un falso manto de sentimiento, lealtad y barcelonismo. En la reunión mantenida del alto staff deportivo tras el partido con Laporta, Deco, Yuste y Echevarría, lo que se ventiló, dando por hecho que ni Xavi se ve capaz de seguir ni el presidente de seguir confiando en él, fueron las cuestiones contractuales, el modo de cobrar total o parcialmente el actual contrato sellado hasta el 30 de junio y cómo resolver la prolongación por una temporada más (2024-25) apalabrada y anunciada meses atrás, aunque pendiente de legitimar e incluir en el plan de viabilidad de la Liga. La negociación ya estaba encauzada desde hacía semanas porque ambas partes ya habían abordado en serio esta posibilidad de disociar la relación si las cosas se ponían feas, como así ha ocurrido, y Xavi, si algo ha tenido siempre muy claro, es que el club está a su disposición y no al revés.

Lo demostró en la primera presidencia de Laporta, arrancándole contratos escandalosos a cambio de continuas y bravas defensas públicas del presidente, sin importarle el saqueo institucional bajo su mandato, cerrado con unas pérdidas de 47,6 millones y una deuda desbocada. Con Josep Maria Bartomeu, el día que le tocó retirarse y planteó irse, exigió un impuesto revolucionario a base de cobrar una temporada entera extra tras amenazar a la junta de salir haciendo ruido mediático en su contra. Ese es el Xavi auténtico, el de siempre, más allá de su talento inigualable como centrocampista único e irrepetible que, siendo entrenador en Catar, primero le dio la mano a Víctor Font y luego cambió de bando en cuanto intuyó que Laporta podía ganar las elecciones. Como Laporta había arrancado la campaña asegurando que Xavi estaba aún verde para el primer equipo, cuando su nombre apareció como la única alternativa posible a Koeman, no solo no vino corriendo, sino que obligó al club a pagar una cláusula de liberación exagerada.

El sábado por la noche lo que estuvo sobre la mesa fue, por un lado, la postura de la junta de poner fin a esta sangría y, por otro, la contraria de Xavi de no irse sin cobrar hasta el último céntimo sabiendo que esa posibilidad hoy no es posible y que Laporta ha de sostenerlo a la fuerza hasta que consiga restablecer el mínimo margen salarial. Xavi sabe que lo cobrará todo porque de otro modo no hubiera salido a afirmar que el presidente es el mejor, el más guapo y el más inteligente. Ha sabido cómo jugar sus cartas para que, en apariencia, él sacrifique su futuro, su continuidad más allá del 30 de junio próximo, en beneficio del equipo y de destensar una situación que le ha puesto en el centro de la polémica.

No es comprensible, bajo ningún punto de vista, que el anuncio de su caducidad resuelva la crisis deportiva, más bien la perpetúa, cronifica la extraña atmósfera generada a su alrededor y extiende la sombra de la preocupación lógica sobre la reacción de un vestuario también atípica y confusa, pues si los jugadores realmente matarían por Xavi ya lo hubiesen demostrado en el campo.

El propio Xavi ha sabido forzar anticipadamente este escenario verdaderamente alienígena mediante la necesidad de insinuar un súbito giro de invocación a la Masía como una forma de demostrar que es Laporta quien ha traído un montón de veteranos sin porvenir, ambición ni recorrido. Es como si ahora quisiera verbalizar que él tiene una hoja de ruta distinta de la de un staff donde Jorge Mendes manda más de la cuenta y donde Laporta se gasta en fichar a Vitor Roque lo que costaba Zubimendi. Esa es ahora su única baza, actuar por su cuenta, protegido por la precariedad económica que priva a Laporta de cesarlo como sería su deseo, y movido por la obsesión de Xavi de no ser pasto del lobby de la prensa guardiolista que, hace semanas, le ha retirado la clemencia con la que le había recibido y sostenido pese a que su plan de juego nunca se acercó, ni de lejos, al del Barça de Guardiola.

Xavi, que no ha sido capaz de ganarse un estatus sólido, pretende salir del Barça por una puerta que no existe. Se ha metido en un laberinto en el que ni Laporta puede entrar y eso le salva por ahora, pero ni él sabe encontrar una escapatoria digna. Ha comenzado un pulso inútil porque al final no será el poder del entorno el que reclame un cambio si el equipo no mejora, sino esa afición neutra, dócil y anestesiada de Montjuic que la junta puede controlar.

Tiene demasiados factores en su contra como para pensar que esta situación de hoy, la estabilidad más inestable jamás vivida en el club, forzada porque ni siquiera Laporta tiene la llave de la caja, puede acabar sin un final de tragedia. Que no haya pasado nada puede que sea, deportiva e institucionalmente, más catastrófico que haber cerrado el final de la etapa de Xavi como en cualquier otro club, con el relevo en el banquillo. Incluso haber sentado provisionalmente a Rafa Márquez, aunque fuera dejando claro que no será el entrenador la próxima temporada, habría tenido más sentido o, cuando menos, habría impactado en la actualidad, cambiando realmente las expectativas, el decorado y hasta los estados de ánimo.

Lo que anunció Xavi tras la cumbre de urgencia con el camarote laportista no fue una bomba informativa. Fue otro parche de una junta que sigue sin rumbo, igual o más sola que el propio Xavi, frente a un barcelonismo cada vez más desconcertado y apático, entre otras cosas porque a Xavi no se le entiende el discurso y Laporta no abre la boca desde que comenzó esta larga caída del equipo de la que es tan responsable o más que el entrenador y que Deco.

(Visited 174 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

NOTÍCIES RELACIONADES

avui destaquem

Deja un comentario