¿Por qué una vieja amiga de Laporta y del Barça puede ir a la cárcel?

Joan Laporta

A los barcelonistas les debe sonar el nombre de Gulnara Karimova, hija del dictador Islam Karimov, la que fue danfitriona de Joan Laporta en sus viajes a Uzbekistán hace más de una década, desde hace muy poco puesta bajo el bajo el foco de la justicia suiza, acusada de ser la jefa de una gran organización criminal internacional.

En su momento de mayor índice de popularidad, Gulnara Karimova fue conocida como la ‘princesa de Uzbekistán’, ahora investigada por las sospechas y los indicios de haber saqueado cientos de millones de euros de su país y de haber sobornado sistemáticamente a empresarios y funcionarios en todo el mundo; también, de haber tratado de blanquear una fortuna a través de bancos suizos.

Los medios especializados han explicado que la Fiscalía suiza considera Zeromaz, el holding empresarial enriquecido bajo la protección del histórico opresor Islam Karimov y finalmente controlado por Karimova, como ‘la oficina’ desde donde operaba delictivamente entre otras prácticas utilizando la violencia y a la intimidación.

Zeromax, que manejaba más de un centenar de sociedades intentando ocultar negocios y operaciones fraudulentos, fue la compañía con la que Joan Laporta facturó más de 10 millones de euros a través de su despacho de abogados, aproximadamente entre 2008 y 2010 hasta el momento en que coincidieron en el tiempo su hundimiento financiero en manos de Karimova y el final de la presidencia de Laporta. Antes, el presidente azulgrana había promovido, patrocinado y facilitado diferentes viajes a Taskent, la capital uzbeka, de jugadores como Iniesta, Eto’o o Pujol pagados a precio de oro, nunca se acabó de saber ser si a título personal, a beneficio parcial del Barça o bien se cerraron con comisiones varias.

A través de su hombre de confianza, Joan Sentelles, el ejecutivo puesto por Laporta finalmente al mando operativo del Espai Barça, también conocido más tarde como uno de los ‘enterradores’ del Reus, Laporta desarrolló en Taskent proyectos de infraestructura deportivos, aunque acabó facturando esos 10 millones, según dijo ante el juez, por asesorar en la construcción y explotación de oleoductos. También firmó un acuerdo con el equipo de fútbol más importante del país, el Bunyodcor, por supuesto controlado por Zeromax y Karimova, para la disputa de dos partidos amistosos a cambio de cinco millones.

En esa época, la dictadura de Uzbekistán ya era conocida por su sanguinaria y violenta forma de sofocar las protestas de los ciudadanos en la demanda de libertades y derechos democráticos. En 2005, la represión de una manifestación se saldó con cientos de hombres, mujeres y niños muertos. Cuando hoy todavía hay barcelonistas que protestan por el colaboracionismo y acercamiento recientes de Laporta con los países de Oriente Medio, sin duda olvidan que no dudó en emplear el club para blanquear un régimen totalitario como el de Uzbekistan y que en 2005 corrió a firmar una camiseta con un patrocinador validado por el Partido Comunista chino, con tanta torpeza que también lo hizo descarrilar.

Tras la muerte del dictador Islam Karimov en 2016, Karimova perdió protección e influencia y en 2017 fue condenada por malversación de fondos en Uzbekistán. Y pudo librarse de caer antes en las fauces de los tribunales suizos, desde donde operaba Zeromax, gracias a la inmunidad diplomática obtenida por un cargo en la oficina de Ginebra de la ONU. Hoy ya está enjuiciada con muchas posibilidades de acabar siendo condenada y encarcelada.

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