Dos urgencias

Hemos superado el solsticio de invierno y, después de la oscuridad, los días ya empiezan a ser más largos. Es el ciclo de la vida que, a pesar de toda la potencia y la inteligencia superior que exhibimos los humanos, nos impone, imperturbable e implacable, su ley. Es el momento del renacimiento de la naturaleza, que también podemos aplicar a nuestras tareas y proyectos vitales.

Barcelona y Cataluña se despiertan de una larga y tenebrosa decadencia. El colauismo y el procesismo han coincidido en el tiempo y en el espacio para hundirnos en el descrédito, en una de las etapas más sórdidas de nuestra vida colectiva desde la muerte del dictador Franco.

Me sabe mal decirlo. Viajo a menudo, desde hace muchos años, a Madrid y el impulso que ha experimentado esta metrópoli es espectacular. Antes, era en Barcelona donde se concentraba la energía creativa y donde venía gente de toda España y del mundo, atraída por la libertad y la imaginación desbordante que se generaba en la capital de Cataluña. Ahora, este polo de atracción lo tiene Madrid.

Algo parecido podemos decir otras ciudades de la península que pisan fuerte (pienso en Valencia, Lisboa, Sevilla, Málaga, Zaragoza…) y que se están erigiendo en faros de referencia por su vitalidad y su dinamismo. Aunque en las cuatro capitales de demarcación de Cataluña tengamos estación del AVE, se puede muy bien decir que hemos perdido el tren.

Los factores que nos han llevado al fondo del pozo son múltiples, pero hay que identificarlos con los ocho años de la caótica alcaldía de Ada Colau en Barcelona y los diez años de procesismo -con las nefastas presidencias de Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra-, que nos instalaron en un Dragon Khan permanente y, sobre todo, nos hicieron perder un tiempo precioso con sus elucubraciones.

No dudo de que detrás de la “revolución de las sonrisas” y detrás de la “revuelta de los indignados” podía haber muy buenas intenciones y ganas de mejorar nuestra realidad inmediata. Pero los que se colocaron al frente de estos movimientos políticos fueron unos oportunistas sin escrúpulos que gestionaron fatal la confianza que les dio la gente en las urnas y que aprovecharon los cargos conseguidos para colocar y subvencionar a  familia y amigos para chupar de la “ubre” pública. Un “dejà vu típico de la “vieja política” que, supuestamente, querían derrocar.

La salida de Ada Colau del despacho de la alcaldía y la de Junts x Catalunya del Gobierno de la Generalitat parece que tendría que marcar un punto de inflexión en la desafortunada etapa que hemos sufrido en Barcelona y en Cataluña. Todo es muy precario todavía, como pasa en los primeros días después del solsticio de invierno.

Jaume Collboni ocupa la alcaldía de Barcelona, gracias a los votos del PP, y Pere Aragonès gobierna con solo 33 diputados de 135. Esta provisionalidad se aguanta con pinzas y, en buena parte, se mantiene en pie por la telaraña de pactos que ha tejido Pedro Sánchez en Madrid para conseguir su investidura y continuar en la Moncloa.

Aquello que es prioritario y tenemos que tener muy claro es que no podemos perder más tiempo en “novelas de caballerías”. Ni destruyendo la Barcelona que nos legó el genial Ildefonso Cerdà con experimentos de aprendiz de brujo ni condenando el destino de Cataluña a una independencia que, en el siglo XXI y en el marco de la Unión Europea, es absurda e inviable.

Dos políticos aparentemente razonables ocupan la alcaldía de Barcelona, la presidencia del Área Metropolitana y la Generalitat, las tres instituciones más importantes que tenemos. Además, sus relaciones personales y políticas con el presidente del Gobierno español son fluidas.

Hay que aprovechar esta coyuntura excepcional para, como el ave fènix, intentar renacer de las cenizas y hacer que Barcelona y Cataluña vuelvan a brillar con luz propia. Esto implica también a los agentes económicos y sociales, muy tocados y desorientados después de estos años de desbarajuste.

Con prudencia y empatía, escuchando los consejos de aquellos que realmente saben y sin ánimo revanchista, tenemos una oportunidad para enderezar el rumbo y salir del callejón sin salida. Barcelona y Cataluña afrontan dos problemas urgentes e inaplazables:

*La aprobación de los presupuestos de la capital y de la Generalitat para el año 2024, un instrumento fundamental para poder desplegar la acción de gobierno municipal y autonómica. Lo más lógico y pragmático es que PSC y ERC se pusieran rápidamente de acuerdo para desbloquear las cuentas de un lado y  otro de la plaza de Sant Jaume. Sería la demostración que hay ganas, realmente, de comenzar una nueva página.

*La sequía que afecta a las cuencas internas de Cataluña y que amenaza, a corto plazo, el suministro regular de agua a las comarcas gerundenses y a las que dependen del acueducto Ter-Llobregat (en especial, la gran conurbación de Barcelona). Los colegios profesionales de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos; de Ingenieros Agrónomos; de Ingenieros Industriales y el de Economistas han propuesto una interconexión entre las redes del Consorcio de Aigües de Tarragona (CAT), que se alimenta con el agua que venden los regantes del Delta del Ebro, y la de la ATLL para evitar que haya restricciones. Los embalses de la cuenca del Ebro están al 62% de su capacidad (actualmente, acumulan unos 5.000 hectómetros cúbicos), mientras que los de las cuencas interiores, gestionados por la Agencia Catalana del Agua (ACA), solo disponen de unas reservas de 120 hectómetros cúbicos (17% de su capacidad).

La situación es crítica, por la falta de decisiones y de inversiones de los últimos años que afectan a las plantas desaladoras de Tordera (Costa Brava) y a la que se tiene que construir en la desembocadura del Foix (Baix Penedès). Pero, por miedo a perder su clientela electoral en las comarcas del Ebro, el Gobierno de Pere Aragonès se opone rotundamente a la interconexión entre las cuencas que le propone el Observatorio Intercolegial del Agua, aunque sea con carácter puntual y reversible.

Lo más chocante es que el presidente de la Generalitat ha hecho recientemente un viaje oficial a Corea del Sur, donde ha reafirmado el compromiso y la ayuda de su Gobierno para que la multinacional coreana Lotte Energy Materials instale una fábrica para la producción de componentes para baterías en Mont-roig del Camp (Baix Camp). Esta factoría está previsto que consumirá ¡2.500 metros cúbicos diarios de agua del Ebro!

Con el agua pasa lo mismo que con el despliegue de las energías renovables en Cataluña, que estamos en la cola, a pesar de las óptimas condiciones que tenemos para su implantación masiva. El gran error del Gobierno es no fijar la provisionalidad de su funcionamiento, en espera que los avances tecnológicos en marcha nos proporcionen nuevas fuentes de energía abundante y limpia.

Los parques eólicos y fotovoltaicos se pueden montar y desmontar con facilidad. Si se estableciera un plazo razonable para su funcionamiento y desmantelamiento obligatorio -por ejemplo, 25 años- su expansión sería más digerible para las comunidades rurales y más rápida.

La Generalitat se gasta una fortuna en publicidad y comunicación. Pero es incapaz de invertir esta millonada de una manera útil y eficaz para hacer avanzar aquello que realmente importa.

A todas las lectoras y lectores de EL TRIANGLE: ¡Feliz año 2024!

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