Laporta encubre un aumento ilegal del carnet con una tasa senil de 10 euros

La identificación solo será digital a partir del 2024 y los socios que quieran recibir en su domicilio el documento físico están obligados a pagar, por sorpresa y alevosamente, un canon equivalente a lo que el presidente se 'come' en un año

Joan Laporta

El impuesto Laporta parece otra broma pesada, una forma estúpida de provocar aún más mal rollo con los socios o simplemente una acción más, maquinada y perversa, de esa política antisocial que viene aplicando desde que, tras ganar las elecciones en marzo de 2021, resolvió ignorar, engañar y prescindir de la esencia del barcelonismo y de la propia razón de ser del Barça, su gente, su historia y su apego y arraigo al club.

Con Joan Laporta, la deriva quiere ser una clara apuesta por el clientelismo de cara al nuevo estadio y de persecución y de gota malaya contra los socios porque, a fin de cuentas, pagan poco, exigen demasiado y además se creen con derecho a participar, opinar y a ser informados de las actuaciones de la directiva. La idea de cobrarles un extra de 10 euros a cada socio si quieren recibir en su casa el carnet de socio físico, como siempre había sido desde que el club es club, no responde a ningún plan de ahorro, sino a la misma vocación de torturarlos lentamente a base de conculcar y reprimir su legítima condición de propietario del club.

En la directiva de su primer mandato, entre 2003 y 2010, el propio Laporta acuñó una frase que se hizo extraordinariamente popular a nivel interno. «El socio tiene derechos, pero se los tendrá que ganar”, repetía, un ideario aplicado desde entonces a todas y cada una de las decisiones de su junta.

Lo que hoy está sucediendo con el secuestro de las libertades de los derechos sociales, no es nada que sé no se supiera, es la continuidad y perfeccionamiento de sus fechorías cometidas a lo largo de su primer mandato, pero que masiva y voluntariamente los socios ignoraron a la hora de votar el 7 de marzo de hace dos años, obsesionados y manipulados por una sutil e inteligente campaña previa a las elecciones fruto de la cual actuaron convencidos de que Laporta era el único antídoto contra el fin del mundo al que Josep Maria Bartomeu había conducido a los barcelonistas.

La tasa de 10 euros por la cara, añadida con sorpresa y con esa alevosía y nocturnidad tan propia del talante laportista, encubre un aumento del precio del carnet por encima del IPC, lo que marcan los estatutos, y añade otro abuso y otro imaginativo embuste a un annus horribilis para el socio, expulsado del Camp Nou por las obras, indeseado por los precios, las condiciones, el desbarajuste, el maltrato y las incomodidades de Montjuic, y marginado por una revisión confusa y truculenta de censo que, como ahora se ha podido comprobar, ya escondía desde el primer momento la transformación digital íntegra de la condición de socio, seguramente inapropiada, o cuando menos complicada, para el colectivo de mayor edad, el mismo al que Laporta ya insultó en su día con el despectivo calificativo del IMSERSO azulgrana al servicio de Josep Lluís Núñez.

Ni que sea porque él mismo se va acercando a ese estatus de pensionista (61 años), Laporta no puede reprimir esa aversión al barcelonista veterano, enriquecido por la experiencia, sensato y persistente en sus reclamaciones y reivindicaciones. Sencillamente, no lo soporta, fue su peor enemigo en los tiempos del Elefant Blau y esa es una espina que nunca ha podido sacarse ni cuando fue presidente en 2010 ni ahora que ya forma parte de la casta preveterana de la masa social. El canon senil va mayormente teledirigido contra ese colectivo.

Aproximadamente, en el supuesto de que hasta 100.000 de los socios abonaran esa impuesto por el legítimo y secular derecho a disponer de una tarjeta física identificativa como socio del FC Barcelona, la recaudación sería de 1 millón, más o menos, lo que suben las facturas al cabo del año de las comidas y cenas del presidente. O sea, que Laporta engulliría él solo el presunto beneficio de esa medida tan impopular, justificada en una mezcla de austeridad y de modernidad que llega tarde y absurdamente impuesta en el momento más bajo de su popularidad y de la de Xavi.

El laportismo del futuro ya está aquí. Para cuando se reabra el estadio parcialmente, dentro de poco menos de un año, la limpieza social seguirá con una esmerada selección de abonados, elegidos a prueba de pañoladas y de protestas, lo mismo que los miembros y condiciones de la grada d’animación, para que cada partido del Barça, con independencia del resultado y de la coyuntura, se parezca a esos desfiles romanos de Quo Vadis en honor al emperador de turno. Por no hablar del balance final del censo, con miles de deserciones en curso y la firme virtualización de las asambleas con la excusa telemática para evitar que cualquier socio pueda plantear intervenciones críticas o argumentos sólidos contra decisiones de una junta que ha hecho de la autocracia, la tiranía, el ocultismo y el estilo dictatorial un modelo de gobernanza que, por definición, convierten al socio en un colectivo prescindible. Ya habrá otros dispuestos a pagar esos 10 euros y mucho más. Esa es, al menos, la teoría laportista.

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