Lo volverán a hacer

Ya lo ha conseguido: Pedro Sánchez ha sido investido presidente del Gobierno español y tiene ahora por delante cuatro años más para ejercer el liderazgo del Estado.

De entrada, no lo tendrá fácil. En el magma de partidos que le han apoyado los hay que son antitéticos (ERC vsJxCat, PNV vsBildu, Sumar vs. Podemos) y esto hará muy complicado lograr los consensos necesarios para sacar adelante la aprobación de las leyes, empezando por la de los Presupuestos para el año próximo.

También será de difícil digestión la coexistencia de formaciones de izquierda transformadora, como Podemos, Bildu o BNG, con otras de moderadas en política económica, como JxCat, PNV o Coalición Canaria. Encontrar, de manera permanente, el mínimo común denominador entre las ocho fuerzas políticas que sostienen al Gobierno de Pedro Sánchez será una tarea muy laboriosa, pesada y llena de quebraderos de cabeza.

La aprobación de la ley de amnistía para los independentistas catalanes, condenados o encausados, será un camino repleto de trampas e infernal. La oposición frontal que suscita esta ley, no solo en el PP y Vox, sino -con sólidos argumentos jurídicos- en todo tipo de instancias judiciales, académicas, profesionales y sociales, anticipa que su tramitación, aprobación y aplicación será un campo de minas.

La primera parte del mandato, Pedro Sánchez la tendrá que emplear en batallar muy a fondo para que prospere la aprobación de los Presupuestos y para que la ley de amnistía pueda ser, finalmente, publicada en el BOE, cosa que, yendo bien, no sucederá antes del verano. Nos esperan, pues, unos meses de dura bronca política, de manifestaciones en la calle, de crispación mediática y de bronca subida de tono en las redes sociales.

Si los que son contrarios, empezando por el rey Felipe VI, entendieran que la amnistía es la consecuencia de la derrota sin paliativos de los independentistas que, en 2017, intentaron implantar la república catalana, tal vez se la mirarían con menos vehemencia y con más condescendencia. Para destensar el ambiente –que es urgente y necesario– también haría falta que los que resultaron beneficiados por esta medida de gracia extraordinaria, empezando por Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, se dirigieran a la sociedad catalana y española para pedir públicamente perdón por el enorme cacao que han organizado y por todo el daño que han hecho.

¿Se puede ser independentista catalán en España y en el marco de la Unión Europea? ¡Por supuesto! Cada cual es muy libre de tener la ideología que quiera y de propagarla, siempre que sea respetuosa con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Ahora bien, cabe señalar que toda la parafernalia del proceso fue un colosal montaje de ingeniería social, engrasado con una montaña de millones de euros del erario público y basado en una gran mentira: es inmoral e imposible imponer la secesión de una parte de un Estado cuando no hay una aplastante mayoría social a favor. Y este no era ni es el caso de Cataluña, un territorio estrechamente relacionado y fusionado, desde hace siglos -por razones históricas, económicas, políticas, culturales, familiares…-, con el conjunto de los pueblos hispánicos.

La enorme manipulación educativa y mediática orquestada por el régimen pujolista a la cual fue sometida, durante un montón de años, la sociedad catalana, no consiguió su propósito de convertir a la “masa” a la doctrina independentista. Y esto, a pesar de la congénita miopía e ineficiencia de las instituciones del Estado español, que fracasaron estrepitosamente a la hora de prever y neutralizar la potentísima operación que pretendía dinamitar los puentes que nos unen con el resto de la península.

Afortunadamente, los dirigentes del movimiento procesista han demostrado que eran unos calzonazos y que ellos, más que nadie, sabían íntimamente que el embate por la independencia era una farsa o, si se quiere, un farol, en palabras de la preclara Clara Ponsatí. No tenían la capacidad ni el coraje ni la voluntad para ejecutar aquello que, haciéndose los prepotentes, pregonaban y prometían a los cuatro vientos.

Por eso, porque eran y son unos mitómanos y unos fantasmas, la amnistía es un concepto que les viene demasiado grande. No son dignos porque los delitos que se les han atribuido no se los merecen. Todos, del primero al último, eran una compañía de comediantes que intentaron, y casi lo consiguen, “trolear” al Estado español.

El problema es que, como aprendices de brujos, el invento se les escapó de las manos y, por muy poco, no acaban provocando una desgracia humanitaria que hoy todos lamentaríamos. En su obsesión por continuar jugando en su “escape room, los dirigentes independentistas se sacaron de la manga el mantra de la amnistía, intentando rememorar las que se otorgaron en 1977 o en 1936.Pero, obviamente, no es lo mismo. En las amnistías del 1936 y del 1977 se perdonaron muertos, sangre, torturas, venganzas, bombas. En la que ahora reclaman ERC y JxCat no hay nada de todo esto: todo fue un teatro de sombras chinas, animado por las “performances” del Tsunami, las noches de la “Patum” de Urquinaona y los experimentos de la SrtaPepis de los CDR.

Lo peor que pueden hacer Pedro Sánchez y Alberto Fernández Feijóo es tomarse seriamente esto de la amnistía que exigen los independentistas. Como con los niños pequeños, al final, lo mejor es dársela y que callen un rato. Por consiguiente, es un error dramatizar la ley de la amnistía, porque es una broma más que forma parte del enorme juego de rol con disfraces que han creado los “cerebros” del procesismo, ante los cuales me saco el sombrero por su gran capacidad de fabulación y de alucinación colectiva.

Eso sí, recomiendo a los poderes del Estado que lean con mucha atención y detenimiento el libro “La matemática de la historia”, del farmacéutico de Figueres Alexandre Deulofeu. La próxima “troleada” que preparan los inventores del 1-O vendrá por aquí. Lo volverán a hacer. El milenarismo siempre tiene público y siempre vende y, en este sentido, los catalanes estamos hechos de buena pasta y tenemos una contrastada capacidad para tragarnos las bolas, en especial si son cuatribarradas y esteladas.

  

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