Xavi ya se ha convertido en otra víctima del ‘guardiolismo psicológico’

El otro gran 'lobby' de la prensa, guardián del estilo, le ha retirado su protección mediática por las fricciones de mercado con Pep y porque, a causa del mal juego del equipo, tampoco quiere reconocerle como su continuador

Xavi Hernández

Foto: FC Barcelona

El entorno futbolístico azulgrana se ha visto agitado, curiosamente, desde el propio banquillo tras un miniciclo de tres partidos en el que, mal que bien, el equipo de Xavi ha salido airoso y  ha resistido las terribles consecuencias de haberse desenganchado de la cabeza de la Liga. La derrota en el clásico del Lluís Companys (1-2) dejó al vestuario ciertamente tocado, como lo prueba que en los siguientes compromisos la sombra de una crisis profunda de juego lo haya perseguido de forma implacable. Pese a esa evidencia, los resultados lo han mantenido a flote en la Liga gracias a la victoria in extremis ante la Real en Anoeta y la reacción mínima frente al Alavés el domingo último, seis puntos agónicos que le han permitido seguir el ritmo del Girona, del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Caer derrotado en la Champions ante el Shakhtar, donde llevaba nueve puntos de nueve, no ha supuesto un cambio sustancial sobre las enormes posibilidades de acabar la liguilla en el primer puesto para afrontar confortablemente el sorteo de octavos de final.

Esta súbita agitación, tanto más inoportuna cuando coincide con unos de esos parones de 15 días por los partidos de selecciones, debido a que esos estados de nerviosismo y tensión se eternizan y se agravan, ha permitido aflorar a la superficie un conflicto interno del laportismo que, desde la llegada de Xavi, dormitaba latente por la conveniencia de las circunstancias, forzado por un prudente servilismo hacia el presidente Joan Laporta. Lo que le ocurre a Xavi, la espoleta verdadera de su sacudida a la actualidad con esas declaraciones apuntando a la prensa de ser corrosiva y culpable del agarrotamiento de los jugadores, proviene de las críticas del sector mediático que, desde hace bastantes años, solo entiende y analiza el juego y el rendimiento del equipo desde la excelencia del Barça de Guardiola, un lobby realmente poderoso y caústico que, desde la salida del Barça del técnico de Santpedor al final de la temporada 2011-12, se ha dedicado a destruir sistemática, compulsiva e indefectiblemente a cualquier entrenador que se haya sentado en el mismo banquillo.

Nadie se ha salvado de ese guardiolismo psicológico, ninguno de los sucesores desde Tito Vilanova a Xavi, pasando por Tata Martino, Luis Enrique, Ernesto Valverde, Quique Setién y Ronald Koeman, a pesar de que una pequeña parte de ese entorno mediático tan arraigado, organizado y coordinado desde hace muchos años en la ciudad no tuvo más remedio que darle luz verde al fichaje de Xavi, entre otros motivos porque el propio Laporta llegó al cargo sin saber qué hacer en el banquillo y porque finalmente se deshizo de Koeman sin tener del todo claro a quién poner en su lugar.

Xavi, tampoco hay que olvidarlo, posee su propio lobby, también amplio e influyente, construido a imagen y semejanza del de Guardiola, alimentado a lo largo de los años a base de mantener un contacto permanente, fluido y directo con los periodistas clave y más influyentes de cada medio.

De hecho, Xavi puede agradecerle a su lobby y también al de Guardiola que forzaran la destitución de Koeman y le despejaran el camino al Camp Nou desde Catar. El técnico holandés acabó sobrepasado por esa acidez de una crítica metódicamente destructiva por encima de unas circunstancias tan excepcionales como las que vivió cuando se quedó sin Messi ni Griezmann, con Pedri, Ansu Fati, Araujo y Dembélé lesionados, alguno de larga duración, y destituido por culpa de jugar a muchos partidos con Luuk de Jong, Jutglà, Abde, Yusuf Demir, Nico, Ilaix Moriba y Òscar Mingueza, entre otros futbolistas.

El propio Xavi, que atraviesa un evidente periodo de desconcierto y de nerviosismo estas semanas, afirmó hace poco que «el equipo que tenía cuando llegué -en alusión al recibido de Koeman- no era competitivo», una forma de justificarse por los malos resultados cosechados cuando ocupó el banquillo indistintamente antes y después de que Laporta le fichara en enero a Alves, Ferran Torres, Aubameyang y Adama Traoré.

La preocupación de Xavi se explica porque nadie sabe mejor que él cómo funciona ese entorno, con su crédito menguante desde hace algunos meses por culpa de la imagen del equipo y el guardiolismo estando a la expectativa y en son de paz con Xavi hasta que en el último y largo verano se registraron fricciones entre ambos, Xavi y Pep, por culpa de la cesión denegada en su momento de Joao Cancelo, enquistada, el adiós de Gundogan y los cantos de sirena desde el Camp Nou para atraer a Bernardo Silva.

De la perversidad y maledicencia del lobby guardiolista, que no tiene por qué seguir instrucciones directas de Guardiola, pues le basta con suponer o identificar signos de agresividad o de amenaza en algún enemigo para activarse, Xavi también es plenamente consciente. Además de saber cómo se las gasta, la causa que le ha puesto a la defensiva y le inquieta lo suficiente como para haber transmitido esa angustia al propio vestuario responde a su percepción personal de que ese superpoder se le está volviendo en contra a cada partido que el equipo se aleja de esa excelencia atribuida al Barça de Guardiola. Para esa secta mediática tan radicalizada, que incluso le niega a Messi la amplia cuota que le corresponde y que ha mitificado hasta un extremo obsesivo la imagen del actual entrenador del City, la posibilidad que Xavi y Laporta pudieran emular o superar la leyenda guardiolista ha pasado de ser una posibilidad que se contemplaba con cierto recelo a un escenario en el que la propia figura del entrenador, Xavi, le empieza a generar incomodidad y un creciente rechazo. Principalmente, porque, desde su posición purista, el discurso y la metodología de Xavi, que pretende recuperar y mejorar ese pasado que él vivió como jugador del mejor equipo de todos los tiempos, que aspira al continuismo, lo que hace es afear y ensuciar ese recuerdo inmaculado de un fútbol único y un palmarés irrepetible. Lo que no quiere el guardiolismo militante es que a Xavi se le pueda identificar con esa corriente o que pueda mancharla.

Con mucho menos motivo ahora que entre ambos se han producido situaciones de tensión controlada, pero de aspereza, al fin y al cabo. Ese guardiolismo psicológico se quiere desmarcar de Xavi, le ha puesto la proa no tanto en un formato de acoso, ataque y derribo como de abandono y retirada del escudo y de la protección que como miembro de aquel equipo glorioso se había ganado.

Ahora sí que Xavi está solo en su pequeño fortín, en parte amparado en la Liga conquistada la temporada pasada y en parte exigido y obligado a mejorar sustancialmente los registros del curso anterior, especialmente por lo que respecta al juego. El Girona, que forma parte del City Group, le ha arrebatado por méritos propios ese elogio del método y del estilo que se le suponía a Xavi, al que la crítica está desnudando razonablemente porque su equipo ha perdido esa magia guardiolista, si es que la tuvo en algún momento, y porque no se le ha ocurrido nada mejor ni tampoco nada peor que señalar y culpar al otro lobby dominante de la prensa catalana. Más le vale que no pierda más partidos o la crueldad de la crítica lo destrozará en cuestión de días. Lo sabe.

 

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