El debate lo perdimos todos

Los cronistas, tertulianos y expertos en demoscopia ya han dado su dictamen: el debate electoral del pasado 10 de julio lo ganó Alberto Núñez Feijóo. Y razón no les falta: Sánchez, que teóricamente partía de una posición de ventaja -la que otorga el poder, el cual siempre proporciona seguridad- mostró, sin embargo, la ansiedad propia del novato: ladraba desquiciado frente a un rival que aguantó sus embestidas y dejó en evidencia su nerviosismo. Todos sabemos que un debate no lo gana quien dice la verdad (si es que ello es posible en política) o quien hace mejores propuestas, sino quien logra dominar el lenguaje no verbal en un medio concreto como es la televisión. A este respecto suele citarse como referencia el debate Nixon-Kennedy de 1960, el primero televisado en Estados Unidos. La web de Radiotelevisión Española (www.rtve.es) se refiere a la actuación del candidato demócrata en estos términos: “su piel bronceada, su traje perfectamente escogido y su telegenia le hicieron vencedor”.

El 10 de julio, sin embargo, el guapo inmaculado era Pedro Sánchez. Sabemos por la Ciencia que los humanos estamos genéticamente programados para ser más benevolentes con la gente bella. Así, el diario La Vanguardia publicaba en 2011 la siguiente noticia: “Según un estudio de la Universidad de Cornell, los acusados poco atractivos tienen un 22 % más de probabilidades de ser condenados que los guapos, según informa la cadena CBS. El poco atractivo también condiciona las sentencias, que son 22 meses más largas”. Al presidente se le ha criticado duramente por sus incontables mentiras políticas, es cierto, pero la cosa hubiera sido mucho peor de haber sido feo. No estaría de más realizar un nuevo estudio, centrado en el presidente, que permitiera desvelar hasta qué punto su belleza física le ha salvado de haber sido criticado de manera aún más feroz. ¿Rubalcaba, de haber practicado el mismo nivel de falsedad, hubiera sido juzgado de la misma forma? Seguro que no.

Y sin embargo Sánchez, pese a la formidable seguridad que proporciona tener poder y un físico privilegiado, perdió los papeles, y de paso, el debate. Un fracaso que supone el fin de un mito, el del eterno resiliente: el héroe que, aún derrotado, es capaz de levantarse y, echándose a las carreteras de España, reconquistar el poder en el Partido para luego conquistar el poder, a secas. ¿Qué fue de él? ¿Realmente existió o solamente fue un bluff fabricado por los gabinetes de Imagen y Asesoramiento, en concreto por Iván Redondo?

De todas maneras, que no les engañen: que uno de los candidatos mantuviese mejor la compostura  frente a otro, convertido en la viva imagen de la ansiedad, no debe hacernos perder la perspectiva: ante nosotros se desplegaron dos auténticos trileros, dos vendedores de humo. Desde este punto de vista, el debate realmente lo perdimos todos. Sánchez perdió las formas, efectivamente, pero Feijóo utilizó una técnica denominada Gish Gallop, consistente en lanzar un gran número de mentiras en un breve lapso de tiempo, lo cual hace imposible refutarlas todas. Y dio un golpe de efecto al ofrecer un pacto-trampa, según el cual ambos se abstendrían en la investidura en caso de que el otro ganase sin una mayoría suficiente (¡qué fácil es ofrecer pactos así cuando uno va primero en todas las encuestas!). Finalmente, un detalle sangrante: evitó condenar a Vox por haberse desmarcado del homenaje a una víctima de la violencia de género. Mal augurio para un partido que ha explotado hasta la saciedad la execrable connivencia parlamentaria del PSOE con Bildu (ejemplificada en el miserable grito ¡Que te vote Txapote!), pero que ahora se apresta a ejercer su propia connivencia execrable con otro partido que, parafraseando a Sánchez, podrá ser constitucional, pero nunca constitucionalista: Vox.

Pero es que este debate cerrado a dos nos retrotrajo a una España del pasado, donde regía el bipartidismo, un sistema ya caduco donde todo era seguro y previsible, blanco o negro. Y aquí también perdió la ciudadanía, porque esa España sencillamente ya no existe. Se nos hurtó, por tanto, la posibilidad de un debate que reflejara el país real, el de los resultados electorales insuficientes que hacen necesario el pacto, la coalición, el diálogo. Un debate, en definitiva, donde pudieran participar más de dos opciones. Y aunque tres días después RTVE organizó un “Debate a 7”, ya nada era igual, puesto que quienes intervenían eran los portavoces de los grupos parlamentarios, no los líderes. Es decir, un debate menor. Mientras escribo esta crónica, Televisión Española acaba de anunciar para el 19 de julio otro debate descafeinado: acudirán Abascal, Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, pero no Feijóo.

Con estos debates, todos hemos perdido.  ¿Se merece esto una democracia viva y deliberativa?

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