Quim Molins es uno de esos socios del Barça, confeso y explícito, que vive las veinticuatro horas del día como ciudadano azulgrana, dominado y a gusto consigo mismo por formar parte de ese perfil de barcelonista tan orgulloso de su club, de su historia y de sus valores como de sus éxitos, modelo de propiedad y tejido social. Por esos mismos motivos, no entiende que la directiva de Joan Laporta lo haya aislado, señalado, puesto en la lista negra, perseguido y marginado como si fuera un enemigo del club, un peligro y un mal barcelonista.
El último domingo del Camp Nou antes de empezar las obras, a Quim Molins no se le ocurrió otra cosa que avisar por Twitter de su franca e irresistible intención de llevarse a casa su asiento de toda la vida, esa localidad donde ha sido feliz y ha celebrado tantas tardes y tantas noches inolvidables.
Lo hizo con la única finalidad de conservar algo tan inseparablemente tan suyo como un pequeño y gastado trocito de plástico, el del asiento, apenas un cuadrado diminuto, inservible a todos los efectos y probablemente costoso de reciclar, pero que en el contexto de su historia personal como culé simboliza y concentra, en forma de recuerdo, toda esa carga emotiva y sentimental ligada desde su niñez a un estadio que, por edad, va a desaparecer como ha sido conocido desde 1957.
La reacción lamentable de la junta de Laporta, pues Molins notificó su propósito vía Twitter desde el momento que la misma directiva había decidido prohibir llevarse los asientos, fue la de dedicar un cuerpo de vigilancia personal integrado por tres vigilantes de seguridad y dos stewards, cinco unidades en total, como cinco policías, para impedirlo. Él mismo colgó en su cuenta de redes la foto de ese despliegue sin precedentes en su sector de la grada, rodeándole, y el relato humillante de cómo la cabeza visible de ese comando anti-Molins se le acercó en un momento dado, interpretando que había puesto la mano debajo del asiento, para amenazarlo con echarlo del estadio si volvía a bajar la silla, eso sí, previa identificación, le dijo, como si estuvieran vigilando a los 80.000 socios del estadio y su presencia allí fuera ocasional y sólo fruto de la casualidad.
El problema real fue la acumulación de dos circunstancias, la primera fruto de la no menos discutible e insensible decisión de la junta advirtiendo dos días antes del partido que los socios tendrían prioridad a la hora de adquirir recuerdos del Camp Nou como “asientos, el césped y otros elementos el estadio”. La palabra adquirir fue el detonante que animó a Quim Molins, de igual modo que a otros miles, a sencillamente querer llevarse lo que consideran suyo, el asiento de su localidad después de tantos años de fidelidad y de no menos esfuerzos económicos para renovar el abono año tras año. Lo que se denomina memorabilia del Camp Nou se ha planteado por parte de la junta como otra forma de negocio, menos discutible si se ofrece al resto de los barcelonistas de todo el mundo, visitantes y turistas, que como otra forma de rascarle el bolsillo a los socios, en buena parte escocidos y cabreados por la primera propuesta de los abonos de Montjuïc. En otros clubs afectados por circunstancias parecidas de reforma, restauración o demolición, el socio o el abonado ha gozado de las ventajas y del privilegio de serlo viendo como se le facilitaba la posibilidad, a quien lo quisiera, de llevarse su asiento como un honorable y justificado gesto de memoria, homenaje y recuerdo tanto personal como colectivo de haber formado parte de la historia del club.
De otro lado, Quim Molins forma parte del colectivo Un Crit Valent, en su día nacido de la voluntad de participar en un proceso electoral con Jordi Medina a la cabeza y luego asentado, tras renunciar expresamente a competir por la presidencia, como una plataforma honesta, coherente y se diría que entrañable de sentimientos y opiniones barcelonistas siempre expresadas desde el máximo respeto y sentido de la convivencia. Precisamente, Un Crit Valent acaba de recibir la buena noticia de su admisión en la causa Negreira como acusación particular contra el excolegiado José María Enríquez Negreira por lo que consideran daños y perjuicios causados a la entidad azulgrana y “para defender los derechos, la dignidad y la honorabilidad de los socios del Barça”. Una iniciativa que, como todo lo que proviene de la iniciativa e independencia de los socios, ha sido mal vista y rechazada desde la propia junta producto de esa forma de ser y de actuar completamente totalitaria y absolutista.
Con motivo de ese último partido y como resultado de ese debate en las redes, muchos socios entendieron como una provocación desmedida e improcedente que la directiva de Laporta pretendiera hacer negocio a su costa con la reventa de los asientos, motivo por el cual decidieron hacer lo mismo que Molins y acudir al estadio con una llave inglesa para desenroscar ordenadamente su butaca. Como el clima y la atmósfera de represión y de vigilancia carcelaria de la seguridad laportista produjo crispación, registros y confiscación de material en las bocas de salida, hubo socios que, además, consiguieron irse a casa con carteles de las bocas y otros elementos fruto de pequeños saqueos. Los incidentes se repitieron durante el tenso desalojo al final del Barça-Mallorca, evitables si desde el club se hubiera cuidado de permitir llevarse los asientos de forma ordenada, controlada y sobre todo pacífica, como se ha hecho en otros estadios. Otro mal negocio, otra frustración y puede que otro embuste, pues la propia directiva ha difundido vídeos de cómo las primeras máquinas que han entrado en el interior del estadio destrozaban amplias zonas de ese césped que presuntamente se ha poner más tarde a la venta, eso sím con preferencia para los socios.
