El Mobile y la Colau

Proveniente de Cannes, en 2006 el Mobile decidió mudarse a Barcelona. Una noticia que, con la crisis financiera llamando a la puerta, era recibida como agua de mayo. Contextualizando, el iPhone todavía no existía, ni tampoco los móviles Android, y Nokia era el rey. Ha llovido. Joan Clos consumía, sin saberlo, sus últimos días como alcalde, pronto el presidente José Luís Rodríguez Zapatero lo haría ministro y Jordi Hereu heredaba la alcaldía. Entonces, una joven Ada Colau zumbaba disfrazada de heroína de pega (¿abeja?) en el marco del colectivo V de Vivienda, que cofundó. Atrás dejaba su faceta de actriz (Dos + una en Antena 3), vocación que ya no recuperaría hasta el año 2014, cuando decidió dedicarse a la política y colgó el activismo.

Sobre el Mobile, decía Colau en 2015 que no era ”sostenible”, y pedía auditarlo. Ahora, ocho años después (2023), le rinde homenaje. Al acabar la edición de este año se mostraba exultante con la voluntad de continuidad expresada por la organización y no dudaba en exclamar: “¡Es su casa!”. Ha pasado de ser poco menos que el demonio a un gran amigo. Además, la plantada al rey, que comparte con el presidente Pere Aragonès, se ha convertido en un clásico del Mobile que, si bien sirve de muy poco, tiene su aquel entre sus hooligans habituales. Para más inri, este año el máximo responsable del Mobile, John Hoffman, ha elogiado las superilles, y a Colau le han hecho chiribitas los ojos.

Donde dije digo, digo Diego, nada nuevo. No descubriremos ahora y aquí las contradicciones de los políticos, innatas en el oficio. Felipe González, por ejemplo, protagonizó en su día una de las contradicciones más célebres cuando, después de defender a capa y espada la desvinculación de España de la OTAN, llegó al poder y convocó un referéndum para acabar aprobando su permanencia, que ganó. Y es que las cosas se ven diferentes si uno está dentro o fuera del poder.

La reconversión de Colau no solo ha sido en su apreciación del Mobile, que primero no era sostenible y ahora, no solo lo es, sino que es una de las mejores cosas que le ha pasado en Barcelona desde las olimpiadas. No criticaré la evolución de las personas y el derecho de las mismas a cambiar, pero llaman la atención esos espectaculares giros de guion, al más puro estilo de doctor Jekyll y señor Hyde. Estaría bien recordarlo cuando se pierde el poder, que tarde o temprano, desengañémonos, acaba pasando.

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