Los otros nacionalismos son los malos

¿Lo que estamos viendo con la celebración del Mundial de fútbol de Qatar es una exhibición de nacionalismos o hay que hacer un análisis más profundo de lo que significa la exhibición de banderas y símbolos y movilizaciones con aire patriótico? A primera vista, parece como si la gente diera salida estos días a un sentimiento nacional que está amortecido el resto del año. ¿Cómo interpretar el apoyo y las celebraciones desgañitándose gritando el nombre de un país?

¿Por qué, a ver, para ir con una selección de fútbol hay que tener la nacionalidad de ese país? En las competiciones nacionales o locales se puede ser de un equipo de fútbol sin necesidad de haber nacido en la ciudad o el barrio del que lleva el nombre. Yo puedo haber nacido en Barcelona y ser seguidor o, incluso, socio de la Real Sociedad, Betis o Getafe. Ciertamente, si eres nacido en Premià de Mar se hará extraño que vayas con el Premià de Dalt. O si eres de Montmeló, querer que en una confrontación con los de Mollet ganen estos últimos. Sin embargo, extraño no significa imposible.

Normalmente, las afiliaciones a un equipo concreto vienen dadas por el lugar donde has nacido o te has arraigado. En las celebraciones de estos días en Catalunya de decenas de milers de personas por los logros de la selección del país donde nacieron ellos o sus padres se han visto camisetas del Barça. Es decir, se puede ser del Barça y de Marruecos, como supongo que se puede ser del Bayern de Munich y de España, teniendo en cuenta los numerosos descendientes de españoles que viven en Alemania.

Hace cincuenta años, un partido de fútbol entre las selecciones de Honduras y El Salvador fue el desencadenante de una guerra que causó unos 3.000 muertos. Lógicamente, no fue sólo una discusión la que desató esta guerra. La inmigración de cientos de miles de salvadoreños a Honduras y los intereses de las élites de ambos países tienen mucho que ver con esa crisis.

Cincuenta años después no estallará ninguna guerra por culpa de los nacionalismos que florecen cuando se celebran campeonatos mundiales como el de Qatar. Eso no quiere decir que la pasión que rodea al deporte, y concretamente al fútbol, no esté en la raíz de estallidos de violencia frecuentes. Incluso en la invasión rusa de Ucrania pesa el choque entre seguidores del Txornomorets de Odessa y el Metalist de Járkov, el 2 de mayo de 2014. Los enfrentamientos provocaron la muerte de 42 personas, la mayoría de ellas seguidoras del Metalist, simpatizantes prorrusos. Las peleas fuera y dentro de los estadios son habituales en medio mundo. También aquí. No es casualidad que algunos partidos se consideren de “alta tensión”, se separen las aficiones en las gradas y se produzca una enorme movilización policial.

Quizás hay algo innato al ser humano que hace que se pelee por defender  a “los suyos” aunque esta adscripción sea una simple casualidad histórica. Quizás si en las selecciones que se enfrentaran en el Mundial jugaran futbolistas no elegidos por su nacionalidad sino por la primera letra de sus apellidos también habría pasión y bofetadas. Igual dejábamos de ver “nuestro” nacionalismo como el bueno y el “suyo” como el adversario.

¿Quién se apunta al equipo de la “S”? De momento, ya somos Sergio Busquets y yo.

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