«La socialdemocracia tiene que retomar la promesa redistributiva»

Entrevista a Jonás Fernández

Jonás Fernández

Economista. Diputado en el Parlamento Europeo, por la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas. Miembro del Comité de Asuntos Económicos y Monetarios. Articulista en diversos medios, es autor, entre otros libros, de “Una alternativa progresista” (Deusto). Ahora publica “Volver a las raíces. Una izquierda europea contra la desigualdad” (Clave Intelectual).

 

Volver a las raíces de la socialdemocracia: ¿Históricas, ideológicas, políticas…? ¿Dónde y cómo encontrar esas raíces?

Fundamentalmente, la tesis del libro es que la socialdemocracia en el paso de un siglo a otro y derivado también de la pérdida de poder de las instituciones púbicas en el marco de la globalización, fue aminorando, en su discurso político, la relevancia de las políticas de redistribución de la renta. Se centró en otras cuestiones, como los derechos civiles, la lucha contra el cambio climático…, que son objetivos loables y necesarios. Pero, de alguna manera, la promesa originaria de la socialdemocracia, que no es otra que reducir las desigualdades y combatir la pobreza. Esa parte material, podríamos decir, del discurso político fue perdiendo relevancia, por motivos ideológicos y también de entorno, en la medida en que los gobiernos iban mermando su capacidad de intervenir en los mercados. “Volver a las raíces” quiere decir, en fin, que la socialdemocracia tiene que retomar la promesa redistributiva, y que para ello necesitamos más que nunca la Unión Europea (UE), porque los Estados, de manera individual, ya no pueden hacer lo que hacían, como establecer determinados impuestos, regular mercados, controlar oligopolios… Una UE que esté más presente, que haga otras cosas, que se dote de nuevos instrumentos… Que vaya reformándose.

¿Cuándo y de que modo se va produciendo ese desplazamiento de prioridades desde las luchas por la justicia social hacia las nuevas, digamos, causas? Fenómeno que no es solo cosa de la socialdemocracia, sino de las izquierdas en general, a veces con más ahínco entre las más radicales…

Hay que constatar que todas las luchas son necesarias, y que la socialdemocracia ha hecho bien en acogerlas, defenderlas y reivindicarlas. No están de más, y son necesarias. Pero sí que ha habido una cierta difuminación de la promesa materialista. Fundamentalmente, esto se produce tras la caída del Muro de Berlín, y la expansión de la globalización. Es cierto que las banderas feministas, de los derechos civiles…, estaban presentes antes. En los 60 y 70 del pasado siglo, entraron a formar parte del debate público y también de la izquierda. Pero a partir de los 90, la otra parte de la promesa socialista, la originaria, que se remonta al XIX, empieza a perder peso, cuando los gobiernos, de manera consciente o no, pierden capacidad de intervención. Cosa que no es tanto producto de una voluntad a priori, sino consecuencia de los condicionantes de la vida, digamos. Entre ellos la pérdida efectiva de soberanía del poder político. Cosa que se hace muy patente con la crisis financiera de hace una década, cuando realmente nos enfrentamos a una recesión, y volvemos a observar un crecimiento de la desigualdad, de la pobreza. En ese momento, la izquierda es plenamente consciente de que las cosas que podía hacer en los 80, por ejemplo, en España, ya no se podían hacer tanto. Subir impuestos podía generar deslocalizaciones… Mientras la tributación sobre el consumo, que era más gestionable, seguí aumentando, y la tributación sobre la renta se ha ido aminorando. Con ello, el sistema impositivo dejó de ser tan progresivo como lo había sido. Por otra parte, las políticas de gasto en vez de universales (Educación, Sanidad…) como habían sido las iniciales, empezaron a ser más focalizadas.

¿La caída del muro de Berlín y la crisis de la Unión Soviética fueron interpretadas por el capitalismo como una oportunidad para minar el Estado de bienestar? ¿Cosa que también lo acaba pagando la socialdemocracia?

Rehúyo un poco este análisis porque me resulta muy incómodo. Supone que los europeos que hemos conseguido un Estado de bienestar hubiéramos cogido como rehenes a los ciudadanos del bloque soviético, de tal manera que su sufrimiento habría permitido alcanzarlo. El argumento que planteas está también muy presente, y si que es verdad que la caída del muro genera la expansión de los mercados y la globalización. Y esto hace que los Estados vayan perdiendo capacidad de intervención. Así, un gobierno socialista en un Estado europeo, en las primeras décadas del siglo XXI, hubiera querido imponer una política redistributiva más estricta, quizás no hubiera podido. Cosa que no creo que fuera tanto porque el capitalismo se hubiera sacudido el miedo a los soviéticos, sino porque el marco de referencia de la actividad capitalista pasó de los mercados nacionales al mercado global. Algo parecido a lo que ocurre a finales del siglo XIX, cuando se consolidan los mercados nacionales. En los inicios de la industrialización, los impuestos al consumo y locales, permitieron que hubiera algún tipo de beneficencia, fundamentalmente a nivel local. Con la creación de mercado nacional, gracias al ferrocarril y el desarrollo de las comunicaciones, aquellos impuestos empezaron a dejar de tener sentido. A principios del siglo XX, son sustituidos por sistemas nacionales, que dan cobertura al mercado nacional y permiten, con el tiempo, construir Estados de bienestar. Ahora, nos ocurre algo parecido. Se desbordan los mercados nacionales, pero la actividad política de intervención está localizada en un territorio, y la manera de fijar impuestos deja de ser tan eficiente como lo había sido.

Apuntabas al principio, que la vuelta a las raíces implica hoy en día adoptar la UE como marco, digamos, de la lucha de clases, superando el corsé de los Estados nacionales ¿Esto que parece tan obvio no sigue siendo un ideal, sobre todo teniendo en cuenta que en la propia izquierda voces como la de Diego Fusaro, en Italia, defienden a capa y espada el marco nacional?

Esa pérdida de la soberanía efectiva de los gobiernos para conducir las cuestiones económicas y otras como, por ejemplo, los flujos migratorios. Cosa que no tiene nada que ver con los procesos de construcción europeos. Está presente en la UE y fuera de ella. No podemos culpar a la UE de esa cesión de soberanía, que tiene más que ver con la expansión del mercado. Lo que ha producido en estos últimos años es una gran ansiedad por parte de la ciudadanía, una notable incertidumbre. Ha habido una cierta indiferenciación de las políticas económicas entre la izquierda y la derecha, y hay una percepción de que los poderes globales, las grandes multinacionales (los poderes ajenos al funcionamiento democrático), dirigen las cosas. En este entorno, lo que hemos visto es un crecimiento del miedo al futuro, porque realmente no sabemos quién manda, y que la manera de elegir a nuestros representantes a través del voto (en la medida en que los poderes están en otros sitios) ha perdido relevancia. Ante esta ansiedad hay dos respuestas: una de repliegue nacionalista, que la vemos en la izquierda, pero también en la derecha, que quiere volver a la nación y el Estado; que quiere, poro ejemplo, recuperar fronteras para controlar la emigración, que es alérgica a las sociedades cosmopolitas y quiere construir sociedades nacionales de raigambre cristiana, como ocurre en Hungría o Polonia.

¿En cualquier caso, esta vuelta atrás, además de imposible, resulta muy dañina, en la medida en que contamina muy diversos ámbitos personales y sociales?

Este reflujo nacionalista ve un mundo en el que los poderes políticos no son capaces de imponerse, fijar criterios, poner impuestos…, o lo son menos de lo que eran antes. Tienen la ilusión de volver al pasado, cosa que tiene costos. Uno puede decidir ser absolutamente autónomo respecto al mundo, a la autarquía cuyo ejemplo paradigmático es Corea del Norte. Vamos a hacer como ellos, nos desconectamos del mundo y hacemos lo que nos dé la gana. Ciertamente, se puede hacer, pero, claro, a un coste de tener una pobreza infinita. La socialdemocracia, como ha hecho siempre, tiene que combinar los beneficios del mercado, que facilita el crecimiento, el comercio y la mejora de la renta, con los instrumentos de intervención para que esa renta se redistribuya equitativamente. Por lo tanto, la respuesta nacionalista de la izquierda es algo que nos conduce a un empobrecimiento. El desafío está en como reconstruir el poder político. Cosa que solo puede hacerse a través de la UE, como se hizo en el siglo XX, a través del Estado-nación. Porque, además de intentar acabar con las guerras, la UE está sabiendo hacer otras cosas, como hacer frente de manera mancomunada a la pandemia, financiar los ERTE o crear los fondos solidarios Next-Generation.

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