Lluís Carrasco acusa a los socios de los tropiezos ante el Inter y el Madrid

Incomprensiblemente y desesperado por no señalar al palco, el ‘palmero’ jefe del laportismo aseguró que “la afición podía haber hecho un poquito más” además de acusar veladamente a Xavi y al vestuario

Lluís Carrasco, al canal Jijantes

Lluís Carrasco se ha acabado convirtiendo en una especie de personaje insoportablemente activo y aburridamente fijo en las tertulias y en los foros barcelonistas que dependen del cuartel general de la comunicación laportista. Es decir que forma parte de esa playlist obligada para medios, programas e influencers encargados de generar estados de opinión alineados con el poder de forma recurrente, regular y en algunos casos recompensada. Se diría que Carrasco es de los que se contenta con saberse, o creerse, alguien con cierto peso y categoría de consultor en las grandes decisiones del club. En definitiva, de los que se dan por más que satisfechos con haber pasado de ser un profesional anónimo a estar permanentemente dando la lata en la tele, en la radio y en los Twitch que siguen creciendo en ese entorno laportista uniforme y disciplinado. Carrasco, como se preveía, ha acabado desvariando de tanto justificar un día lo que es blanco y otro día lo que es negro siendo la misma cosa. En su última intervención, realmente desafortunada, no tuvo otra ocurrencia, para no señalar al palco, de acusar al cuerpo técnico, a los jugadores y ¡a la afición! de caer ante el Inter y el Madrid.

El personaje Lluís Carrasco, que se atribuyó en su día la victoria electoral de Laporta gracias a la lona colgada junto al Bernabéu, está llegando a un punto de no retorno en el que por falta de tablas y de conocimiento real del barcelonismo está dejando tras de sí un reguero de afirmaciones que, con el tiempo, le pasarán factura y demostrarán que, más allá del oportunismo y de un cargamento de obviedades, no le queda mucho más que decir, en ningún caso brillante ni ingenioso.

La semana pasada, con motivo de la previa ante el Inter, se dejó ir como lo hace siempre en su cuenta de Twitter asegurando más o menos que a la vista del ambiente que se respiraba en los alrededores del Camp Nou nada podía salir mal. La textualidad con la que aseguró y propagó esa idea de un ambiente invencible acabó siendo, pocas horas después, dolorosamente irreproducible.

Luego llegó el batacazo del Bernabéu y la obligación de salir a dar la cara porque para eso él forma parte del aparato y de la gestapo laportista que ha de mantener la moral de la tropa y del barcelonismo en el máximo nivel de esa euforia y de esa compulsión por ganarlo todo que ha derivado en un estado social de sobreexcitación.

Vendría a ser eso de que ha vuelto la ilusión, un mensaje de la propaganda laportista consistente en transmutar la reacción fúnebre, crítica, apagada y decepcionante con la que se acogían los títulos de Valverde, o incluso la Copa del Rey de Koeman, por un desenfreno desmedido por ganar al Cádiz o al Mallorca, aunque sea por la mínima.

Desde ese propio aparato de la junta se han exagerado tanto las expectativas y la trascendencia de los refuerzos, mediáticamente sobredimensionados por la fanfarria de fondo de esa guerra de las palancas sonando como si fueran títulos, que, ante la primera adversidad de calibre, como perder en Múnich y en Milán, el exceso de presión ha jugado en contra y dejado al equipo y al entrenador tocados.

Una digestión complicada, inesperada y demasiado madrugadora que ha provocado en los personajes más secundarios de ese entorno, como Lluís Carrasco, un colapso a la hora de encontrar argumentos y justificaciones coherentes y armónicos con esa certeza de que, con Laporta al timón, Xavi en la sala de máquinas y las palancas produciendo beneficios a lo loco, nada podía salir mal.

Aunque tenía una intervención aparentemente cómoda y fácil de despachar en el canal Jijantes, nuevo faro del laportismo más radical y entregado, Carrasco metió la pata a más no poder. Primero alentó la necesidad de autocrítica como la mejor y más edificante manera de solucionar las cosas y luego perdió el oremus: “Se han equivocado todos -dijo-, desde el staff, los jugadores y hasta la afición que podía haber dado un poquito más. No hay ningún culpable, pero la responsabilidad es compartida”.

Hasta el propio responsable canal, el periodista Gerard Romero, le afeó amablemente ese comentario fuera de todo raciocinio e incomprensible desde cualquier punto de vista.

Para Lluís Carrasco, como a Laporta, que haya socios copropietarios que puedan opinar y que un tímido sector, mínimo, haya reaccionado con pesar y decepción al frustrante papel del equipo en la Champions y luego en Madrid es algo que le molesta profundamente. Desde su visión del Barça son un problema y una amenaza permanente para quienes, como él, se reconocen como la única y legitimada elite capaz de gobernar el club, a ser posible sin ser perturbada por la clase media y baja del barcelonismo.

No fue, por tanto, un lapsus, sino el sincero lamento por haber de soportar esa molestia que supone la existencia de socios con el derecho a opinar, expresarse y, llegado el caso, de exhibir algún tipo desacuerdo con la gestión.

Verdaderamente, si a alguno de los estamentos del Barça no se debe ni se puede siquiera aludir como culpable de nada, pero mucho menos de esos malos resultados encadenados cuando más había en juego, esa presunción de inocencia ha de aplicarse sin un solo átomo de duda a los barcelonistas que llevan soportando sin pestañear, con el mejor ánimo y sin rechistar, todos los embustes, trucos y mentiras de Laporta desde las elecciones.

Si Lluís Carrasco ostentara algún cargo en la estructura del laportismo, ni que fuera externamente, debería dimitir. Incluso de su condición de palmero.

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