No existe, en el horizonte, un más difícil todavía que Joan Laporta no se vea capaz de intentar con ese peligroso y temerario exhibicionismo al que se ha enganchado con hábito y dependencia, casi como una nueva droga emocional. Si le dan un puñetazo en el ojo, le obligan a explicar que resbaló en un embarcadero de un puerto francés cortejando a una dama. Pero él, por su parte, ni se oculta ni lo disimula, desde luego. Al contrario: pacta con las cámaras de Movistar un plano corto y nítido de ese ojo morado que, con gusto, ha añadido a su palmarés de hazañas presidenciales.
Y necesita más, como arrinconar al equipo arquitectónico ganador del concurso del Espai Barça, Nikken Sekkei, reconocido internacionalmente, para dejar la dirección de obra del proyecto en manos de una ingeniería catalana, Torrella Consulting, que no es ni mejor ni peor, sino de una dimensión, capacidad y experiencia tan notablemente alejadas de las exigencias del proyecto que el cambio ha provocado alarmismo hasta en el Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC). Horrorizado por la decisión, su presidente ha solicitado una entrevista personal con Joan Laporta para tratar de evitar una catástrofe, otra más, sin precedente en la historia del club y de la arquitectura catalana.
El caso es que el cuerpo le pide a Laporta forzar situaciones extremas en las que acreditar ese rey sol que lleva dentro, el personaje en el que se ha convertido, tirano, insolente y terriblemente mediocre para un cargo tan exigente como el de presidente del FC Barcelona.
Las primeras revelaciones apuntan que Torrella Consulting, especializada en logística de naves industriales, apenas cuenta con diez empleados y una facturación de 1,7 millones. Esa cantidad representa diez veces menos de lo que Laporta le pagó en su día a Norman Foster por una maqueta -ni un solo plano- e invitarlo a comer a Barcelona para hacerse una foto juntos; o, por poner otra comparación, el 0,0011% del crédito mínimo con el que se pretende financiar un proyecto pendiente y maldito como el de la renovación del Camp Nou.
La decisión a la que Laporta ha dado luz verde es una apuesta personal de su hombre fuerte y de confianza en el Espai Barça, Joan Sentelles, por encima de los responsables con verdaderos conocimientos de la materia, tanto de la dinámica arquitectónica, la logística de obras y las leyes del mercado de la construcción en el sector de las grandes infraestructuras. Quien manda es el que fue un estrecho colaborador de Joan Oliver, clave en la liquidación y desaparición del Reus, que no era ni siquiera el segundo de a bordo, una especie de ejecutivo especializado en obedecer y callar por delante de cualquier otra consideración. En la anterior etapa presidencial de Laporta, acabó siendo su mano derecha en los asuntos de Uzbekistan.
Si a Joan Sentelles no le ha convencido el trato y las necesidades de Nikken Sekkei, ganador del concurso arquitectónico y hasta hace bien poco responsable también de hacerlo realidad, cuenta con el respaldo total y absoluto del presidente para dejarlo en el camino y buscar otro que, por menos dinero y menos problemas, pueda hacerse cargo.
Un cambio de última hora muy parecido al relevo del auditor Ernst & Young, a pocas horas del cierre del ejercicio 2021-22, cuando Laporta y su vicepresidente económico, Eduard Romeu, idearon formas de financiación que, sin llegar a ser delictivas del todo ni un modelo admirable de creatividad contable, olían tan desagradablemente que los ejecutivos de la empresa auditora optaron por abandonar la estancia. Rápidamente fue contratado Grant Thornton, un auditor que no figura entre el big four del sector, un servicio de segunda división, sumiso y obediente al buen patrón que es Laporta, para un club de Champions League.
La huida a la carrera de Ramon Ramírez como máximo responsable del Espai Barça coincidió con el brazalete de capitán que Laporta le dio a Sentelles como responsable técnico y de contratación, al mismo tiempo que resituaba a Àlex Barbany para dirigir el área comercial del proyecto después de que se estrellase al frente del equipo que tenía que generar los recursos suficientes para cubrir el presupuesto fallido de la temporada 2021-22.
Joan Sentelles, reconocidamente sin nivel ni la preparación necesarios para liderar el Espai Barça, es, sin embargo, quien lleva la voz cantante y quien no se opone, sino al contrario, a la designación de Torrella para la dirección de las obras más importantes que jamás haya afrontado el club.
La versión mediática de que “ha sido una elección legal realizada mediante la presentación de ofertas entre diferentes empresas”, entre ellas la de Nikken Sekkei, es la especialidad de la casa ahora que este tipo de licitaciones, por descontado internas, secretas e inescrutables, las lleva gente que es como de la familia. No es demostrable si ha habido el rigor y la transparencia suficientes, pero sí es fácil de acreditar, precisamente, su absoluta ausencia. Que gane quien presenta un precio más bajo por un servicio es tan fácil como, una vez subastado el proyecto, admitir que han surgido imprevisto y necesidades que hacen aumentar el coste final.
La decisión de poner en manos de una empresa abrumadoramente pequeña en comparación con los requisitos y envergadura de la obra, una elección que ha provocado un shock en el sector, es el resultado de la demostrada inconsciencia de Joan Sentelles, un liquidador nato de patrimonio y de negocios, y de la soberbia de un Laporta prepotente y retador, cada vez más inclinado a cometer sus gamberradas a plena luz del día.
Si por él fuera, hoy enviaría por las redes el vídeo del día en que se bajó los pantalones en un control de seguridad del aeropuerto ante miembros de la Guardia Civil. No hay que descartarlo.
