La ‘llambiona’ y los 27ºC

Disculpad que empiece con algunas referencias biográficas. Nacido a mediados de los años 50 (del siglo pasado) en un muy pequeño pueblo de Asturias. No conocíamos la basura, no había envases (las botellas se reutilizaban y las latas servían de macetas), casi todo era a granel, los papeles tenían mucha utilidad, incluido el papel de periódico como papel higiénico. La economía era mixta: sueldo de mi padre en una fábrica de productos lácteos, y huerto con gallinas, patos y cerdos a cargo principal de mi abuela (todo para autoconsumo). Seis hijos, ropa reutilizada y abuela también costurera, así como madre tricotosa (jerséis y bufandas). Compra de objetos muy puntual: vi llegar la nevera a casa a principios de los 60, la televisión (tras un gran debate de un año de duración) a finales del 60, el escaléxtric nunca llegó… y por supuesto sólo se hacían regalos por reyes o por el cumpleaños. Como niño disponía del dinero para la entrada del cine los domingos (si la película era apta) y cinco pesetas el día de la romería.

A menudo se hacía bechamel para disimular los platos de restos: esta salsa podía cubrir unos canelones, unos macarrones o verdura cocida, con pan rallado gratinado (hecho de pan seco al horno triturado manualmente por los niños). Y no olvidemos que la leche no era pasteurizada, así que había que hacer platos donde se pudiera aprovechar y no tirar nada. Tirar nada: la comida era pecado si se perdía, había que terminar el plato (excepcionalmente los restos iban al duernu, que era el comedero de los cerdos).

Un utensilio que me parece metafórico era y es la llambiona: la espátula, ahora de silicona, con la que se aprovechan los restos de la cazuela, sean de puré, de bechamel o de salsas diversas. Llamber en bable, significa lamer. Al llegar de la escuela y pasando por la cocina antes de comer, muy a menudo me decían: «¡ala!, ¡pasa la llambiona por la cazuela!».

Debemos recuperar la llambiona… no podemos permitirnos el lujo de derrochar nada. Ni agua, ni energía, ni materiales: es necesario pasar la llambiona por todas las actividades de nuestra vida cotidiana. He vivido aquella economía de subsistencia rural, de economía mixta, de contacto con los límites y la presencia implícita del paso del tiempo, de la vida y la muerte, de las cosechas y del clima, en una época donde el dinero no era un objetivo, y el ahorro era una virtud. Y he vivido el cambio (en la adolescencia vine a vivir a Barcelona) a un mundo del salario, donde las necesidades básicas están totalmente diluidas en un capitalismo de consumo, que ha acabado generando un capitalismo de ficción, tal y como señala Vicente Verdú (“El estilo del mundo”, 2003).

Difícil distinguir entre lo necesario y lo imprescindible: en mi infancia rural, si no había una causa evidente, nos duchábamos una vez a la semana (comentario de toda la familia: en la ciudad había que ducharse más porque la ropa y el cuerpo se ensuciaban más… ¿La polución? ¿Se suda más en la metrópoli por culpa de la densidad humana?).

«Estamos inmersos en un “sistema de necesidades” que se nos imponen» comenta Joaquim Sempere («Mejor con menos. Necesidades, explosión consumista y crisis ecológica», 2009). Este reconocido autor, investigador de la sociología de las necesidades humanas (entre otros temas) realiza una extensa reflexión sobre la problemática de las «necesidades». Obviamente que en el transcurso de mi vida (de esa economía rural a la economía del consumismo atroz actual) si ahora me pregunto cuáles son mis necesidades básicas, lo tengo complicado para responder.

Lo vemos cuando un gobierno, en consonancia con sus homólogos europeos, decreta acciones que impactan sobre nuestra cotidianidad, sobre nuestra apreciación subjetiva del confort térmico (los controvertidos 27ºC). Es necesario un debate profundo sobre las necesidades básicas (metabólicas, psicosociales) que nos haga ajustar al máximo que hay que gastar y, así, ahorrar un consumo de CO2 que no podemos permitirnos de cara a un presente ya peligroso y a un futuro que no queremos catastrófico. Estamos en un escenario de supervivencia, de la maleta con lo mínimo: algunos que vivimos cerca del bosque ya hemos hecho el ejercicio de que es lo que nos llevaríamos en caso de incendio. Y vivir entonces el doloroso ejercicio de la casa quemada y de cuánta superficialidad acumulábamos.

Es preciso recuperar la llambiona

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