Nativitat Yarza

En medio de una guerra cruenta, donde no se salvan ni los hospitales infantiles, mientras los políticos de medio mundo borran ágiles de sus álbumes, avergonzados, las fotos que en su día se hicieron con el malnacido de Vladímir Putin -ya dijo Albert Einstein que «el mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad»-, mientras tanto, los humanos intentamos salvar los muebles de lo cotidiano. Un año más, porque todavía es necesario, el 8 de marzo visualizábamos la desigualdad de género y reivindicábamos de nuevo los derechos de las mujeres. El alto el fuego de la pandemia -¿o es rendición?- nos ha permitido reocupar las calles y escupir rabia sin temer a los aerosoles desprendidos, la rabia del trabajo a medias en un tema inaplazable. Este año, con la banda sonora -¿himno?- de Rigoberta Bandini hemos sacado un pecho fuera, «al puro estilo Delacroix«.

El 8 de marzo caía en mis manos un libro necesario, que dice mucho de lo que queda por hacer, Natividad Yarza, maestra, alcaldesa, miliciana -escrito a cuatro manos por Antoni Dalmau, recientemente traspasado, y por Isidre Surroca-. Se trata de la biografía de una mujer extraordinaria, hasta hace quince años invisible a ojos de la humanidad. Fue Josep Vall, director de la Fundación Josep Irla quien, en 2007, removiendo papeles en el Archivo Nacional de Cataluña, descubría una fotografía del presidente Lluís Companys acompañado de alcaldes catalanes de la época, entre ellos una mujer, la Natividad Yarza, en la que se la describía como alcaldesa de Bellprat -pueblo de un centenar de habitantes a tan sólo veinte kilómetros de donde escribo, Igualada-.

Dice el libro que la Natividad es hija de padre aragonés y madre navarra, que nació en Valladolid en 1872, que estudió magisterio en la Escuela Normal de Maestros, en Huesca, y que se convirtió en profesora en 1906. Pasó por varias escuelas aragonesas y sobre todo catalanas antes de recaer en Bellprat, donde acabó convirtiéndose en la primera alcaldesa de Cataluña y de España. Desde sus inicios profesionales, compaginó siempre su labor en las aulas con la implicación política. Tenía muy claros sus objetivos: república, feminismo y laicismo. Primero se implicó en el radical socialismo, pero llegaría a la alcaldía de Bellprat de la mano de Esquerra Republicana. Ganó por sólo cinco votos al candidato de la Liga, pero ganó. En ese momento, ella ni siquiera supo que se había convertido en la primera alcaldesa elegida por sufragio universal. Con los hechos de octubre de 1934, el gobierno de Companys cae y también toman la alcaldía de Yarza. Pasa los siguientes dos años en la Pobla de Claramunt, como maestra y sin hacer ruido político. Hasta julio de 1936, cuando estalla la Guerra Civil, tiene entonces 63 años, pero no duda ni un segundo y se alista en el ejército republicano. Con el fin de la guerra y la victoria franquista, Yarza debe huir y cómo tantos otros se exilia en Francia.

Resumiendo, alguien con una biografía tan extraordinaria como la de Natividad, una auténtica pionera republicana, ha sido invisible hasta hace bien poco. No sé si merece o sólo merece el nombre de una estación de trenes, pero lo que está claro es que ella y tantas otras -¿cuántas Natividades siguen al ostracismo?- merecen visibilidad y reconocimiento, de eso también llora el 8 de marzo y el resto de los días del año.

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