La lengua sí que se toca

Qué manía tienen estos que sólo ven su ombligo, su realidad, su universo. “La lengua no se toca”, dicen, como si fuera la única en el mundo, como si no existieran otras a su alrededor. Es lo que tiene ser corto de vista y de mente. Lo adecuado sería «el catalán no se toca», pero eso ya no entraría dentro de los parámetros del supremacismo que los identifica. Esta manía, esta obsesión por la uniformidad, por rechazar sinergias, por trabajar por la confrontación, por evitar acercamientos necesarios para la convivencia, nos está pasando factura a todos los catalanes. Sí, sí, porque la lengua catalana también es mía y, consecuentemente, quiero defenderla, quiero que todo el mundo la quiera, quiero que tenga el prestigio que se merece; sin embargo, rechazo imposiciones, rechazo acciones intimidatorias hacia gente que busca en las instituciones la normalidad lingüística que existe en la calle. Y esto pasa, también, por aceptar las resoluciones judiciales. Y pasa, inexorablemente, por el abrazo entre las dos lenguas de Cataluña, acción indispensable para que el catalán no sea visto (como lo es ahora ya, desgraciadamente) como la lengua de una opción política.

Sin embargo, la realidad es otra. Algunos políticos ineptos, acompañados por una tribu de cabezas huecas, se empeñan en obligar, presionar, coaccionar y forzar al alumnado y al profesorado de los centros educativos en un sentido concreto, donde el castellano es poco más que la lengua de los malvados, haciendo creer que la muerte del catalán es consecuencia de la preponderancia de aquél, e ignorando, a posta, que se han perdido hablantes por culpa de su intransigencia, unida al sectarismo de medios de comunicación y de entidades supuestamente “acogedoras”. Olvidan, deliberadamente, que el objetivo esencial de las personas es la comunicación, sea como sea. Ésta, y sólo ésta, es la que impulsa el conocimiento, abre el espíritu, empuja los acuerdos. Poner la lengua por encima de todo es un trabajo que cierra puertas, que cierra todo.

Por eso, muchas veces, la sociedad pasa de sus gobernantes, porque se da cuenta no sólo de su incompetencia, sino del mal que produce en las personas. Un ejemplo claro es lo que ocurre cada vez con mayor frecuencia en los institutos catalanes. Hace diez años era impensable que los trabajos de los alumnos, ya se tratara de presentaciones orales o escritas, se realizaran en castellano. El profesorado obligaba a hacerlos en catalán y no había ningún tipo de contestación. Poco a poco, los responsables educativos se daban cuenta de las dificultades de algunos alumnos para expresarse en catalán, lo que hacía que el resultado final del trabajo fuera claramente peor. En definitiva, la lengua utilizada condicionaba el producto elaborado, especialmente si éste era oral. Trabajos de síntesis de la ESO y de investigación de segundo de bachillerato veían cómo bajaban sus calificaciones porque el alumno (o los alumnos) del grupo no conseguían comunicar lo que llevaban dentro porque no dominaban el idioma.

Todo esto empieza a cambiar. Las peticiones del alumnado en el sentido de poder hacerlo en español son cada vez más atendidas favorablemente. La inspección educativa no dice nada porque, básicamente, lo que quiere es que no haya problemas. Los proyectos de cada instituto, en este caso, son un papel escrito; la realidad puede ser muy distinta. La llamada «autonomía de centro» ya es una evidencia. A modo de ejemplo, un instituto del Vallès que tiene más del 40% de alumnado de origen árabe, ha decidido que el castellano sea la lengua vehicular con las familias, aunque en su proyecto lingüístico figura el catalán. Han llegado a la conclusión de que lo que realmente interesa es transmitir, compartir, dialogar, resolver dudas, y una única lengua (la catalana) dificultaba ese acercamiento tan necesario para el desarrollo integral de los chicos y chicas que asisten.

No existen dificultades para aceptar esta situación. Los fanáticos quedan en evidencia y la mayoría del profesorado ve con buenos ojos que el alumnado pueda elegir la lengua en la que se sienta más cómodo. Es más, no obligar implica también un acercamiento a la lengua menos utilizada, precisamente por este motivo. La pedagogía gana en la mayoría de los casos frente a la intransigencia. Éste es el camino.

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