Trapero

Pierre Victurnien Vergniaud, revolucionario francés antes de ser guillotinado durante el período del Terror, hizo esta reflexión: “La Revolución, como Saturno, devora a sus hijos”. De modo menos sangriento, el proceso también va fagocitando a sus protagonistas.

La destitución del mayor Trapero, jefe de los Mossos d’Esquadra, llevaba meses esperando. Se ha hecho en Navidad para quitarle relevancia informativa. Es una forma de proceder muy típica de la mayoría de gobernantes. En cuatro años, este policía peculiar ha pasado de ser un mito del independentismo a considerarlo como un enemigo a retirar. Un juguete roto en la polaridad extrema instalada en Cataluña, entre la que ha navegado durante un tiempo, pero las oleadas han sido excesivas y se lo han acabado llevando. Ha sido un policía que, aunque se dejó querer por la política, esta dimensión no era exactamente la suya, y su profesionalidad le impidió ser manipulado de forma flagrante, como se intentó reiteradamente.

Se le ofreció ir de diputado en las listas de Puigdemont, momento en el que tocó retirada estrictamente hacia su trabajo. Vivió su momento álgido con el atentado de las Ramblas, cuando los Mossos demostraron una gran eficacia y nivel desarticulador y deshaciendo por la vía rápida el complot que lo había hecho posible.

Sus ironías y sarcasmos en las ruedas de prensa le hicieron trending topic y el independentismo vendía camisetas con su esfinge. Tocaba la guitarra y se encargaba de la paella en los arrozales de Pilar Rahola en Cadaqués. Un modelo de charnego integrado y de funcionamiento del ascensor social. Se dejaba ver en el palco del Camp Nou y parecía que la fama no le desagradaba. Un poco raro para la discreción que se espera de un policía.

En los hechos de octubre, su papel fue ambivalente. Optó por la prudencia y eligió una estrategia de estridente dejadez por parte de los Mossos para no enfrentarse a votantes y organizadores de la velada, lo que le comportó un juicio que le habría podido llevar a la cárcel, pero fue absuelto. Se defendió renunciando a la condición de mito. El tribunal entendió que había intentado evitar males mayores y el descrédito de un cuerpo de los Mossos ya demasiado politizado y que, a la vez, lo tenía todo listo por si debía hacer detenciones entre el gobierno, si los jueces se lo pedían. Antes, en el juicio de los políticos del proceso, su testimonio no gustó en absoluto a los encausados. Parece que Junqueras casi le culpabiliza de su encarcelamiento. Una vez absuelto, fue restituido en el cargo, pero ya no satisfacía a los gobernantes. Los que le habían encaramado de forma exagerada haciéndole un héroe ahora le repudiaban. Sólo había que encontrar el momento y alguien dispuesto a quitárselo de encima y, además, difundir un aviso para navegantes. Lo ha hecho el conseller Elena. En un gesto de dignidad, Trapero no ha aceptado pastelear su nuevo destino. Parece decir: que me den lo que quieran y así no voy a tener deudas ni hipotecas con nadie. Su mirada triste de los últimos tiempos expresa el distanciamiento escéptico con la política y con los políticos.

Sin embargo, en la destitución del mayor Trapero ha habido un añadido, que aunque se ha querido que pasase desapercibido, no es menor. Se ha defenestrado también a Antoni Rodríguez, responsable de la unidad de anticorrupción desde la Comisaría General de Investigación. Parece que se le han pasado cuentas por actuar de forma independiente del poder. Sus investigaciones han levantado casos que tienen en su centro a gente del Gobierno actual, como el troceamiento fraudulento de pagos de Laura Borràs o la financiación de las zonas oscuras del proceso, donde parece estar implicado el exconseller Miquel Buch. Más allá de la destrucción de símbolos y del relegamiento de policías muy profesionales, se le está haciendo un triste favor a un cuerpo policial demasiado discutido, debatido, castigado y relegado por los mismos que le dirigen.

Una policía democrática requiere a profesionales bien formados y con medios, pero también a mandos y dirigentes políticos que entiendan su carácter de servicio público, así como su necesaria neutralidad. No es ni debería ser un cuerpo a utilizar de forma sesgada y partidista por los gobernantes de turno.

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